Lyra Black

CAPITULO 2: EL PESO DE LA VICTORIA

"Algunos celebran la gloria.
Otros sienten el peso que viene con ella.”

Ciudad Eclipse – Nueva York, 2025

La noche caía sobre las calles húmedas del pueblo.
Los autos se deslizaban bajo la lluvia y las luces de neón parpadeaban entre charcos.
Dentro del restaurante Eclipse Diner, la atmósfera era completamente distinta: música, risas y vasos alzados en celebración.

En el centro del lugar, Lyra Washington se encontraba rodeada por sus padres y su mejor amiga Rose.
Apenas sonreía, con los brazos cruzados y la mirada fija en su plato.

—Vamos, Lyra —dijo Rose, chocando su vaso con el de ella—, ¡eres la representante oficial de Estados Unidos!
¡La primera en la historia de Ciudad Eclipse!

Lyra levantó apenas la vista y sonrió con discreción.
—No siento que haya ganado nada todavía.
—Ya lo harás —intervino su padre, Robert Washington, un exluchador de artes marciales mixtas con voz firme y mirada orgullosa—.
Has entrenado toda tu vida para esto, hija.

Madison, su madre, lo interrumpió con tono dulce pero firme.
—Solo recuerda que pelear no siempre significa destruir.
Lyra asintió sin responder.
Por dentro, la emoción se mezclaba con una presión silenciosa:
el miedo a decepcionar a quienes creían en ella.

Dos días después…

El gimnasio olía a sudor, metal y esfuerzo.
El entrenador Mike O’Niell caminaba frente a sus alumnos, sosteniendo una tabla con nombres.
—Hoy haremos algo diferente —anunció—.
Quiero que todos enfrenten a Lyra. Nueve contra una.

Un murmullo recorrió la sala.
Lyra arqueó una ceja y se colocó los guantes.
—¿Así de simple? —preguntó, sonriendo apenas.
—Así de simple —respondió Mike—. Veamos qué tan preparada estás.

El silbato sonó.
Y en menos de tres minutos, todo terminó.
Uno a uno, los nueve compañeros cayeron.
Rodillazos, giros, bloqueos… y ni un solo golpe en contra.
Era como si Lyra danzara con la violencia misma.

El gimnasio quedó en silencio.
Lyra respiraba con fuerza, con el sudor corriendo por su frente y la mirada encendida por la adrenalina.

Mike se acercó despacio.
—Fue impresionante, pero… demasiado.
Tienes que aprender a contenerte.
—¿Contenerme? —repitió Lyra, sin entender—. ¿Quieres que pierda?
—Quiero que vivas —respondió él con seriedad—. Y que no mates a nadie por accidente.

Las palabras la golpearon más fuerte que cualquier puño.
Sin decir nada, se quitó los guantes y salió del con pasos duros.

En el vestuario…

El sonido de los casilleros retumbaba cada vez que Lyra los golpeaba.
—¿Contenerme? —murmuraba entre dientes—. Si no peleo con todo, no soy yo.

La puerta se abrió de golpe.
Robert, su padre, entró con expresión preocupada.
—Lyra, basta.
Ella se dio vuelta, los ojos brillando entre rabia y frustración.
—¡Todos me quieren limitar, papá! ¡Como si mi fuerza fuera un problema!

Él se acercó y la tomó de los hombros.
—Porque lo es —dijo en voz baja—. La fuerza sin control destruye, Lyra.
—Yo no destruiría a nadie —susurró ella, temblando—.
Solo quiero ganar.

Robert la abrazó.
Por primera vez en mucho tiempo, Lyra no se resistió.
Sus manos temblaban; no de miedo, sino de duda.

Esa misma noche…

En su habitación, Lyra observó su reflejo en el espejo.
Sus nudillos estaban enrojecidos, su cabello atado con una vincha negra.
El sonido de la lluvia golpeando la ventana acompañaba el torbellino de pensamientos en su cabeza.

“Controlar mis golpes…”, pensó.
“Tal vez… sí. Pero nunca controlaré mi espíritu.”

Tomó aire, cerró los ojos y apretó los puños.
El camino hacia el torneo recién comenzaba,
pero la verdadera pelea…
ya estaba dentro de ella.




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