“El sueño de una campeona”
La mañana comenzaba a despertarse sobre Ciudad Eclipse con un resplandor grisáceo, el tipo de luz que nunca terminaba de definirse entre amanecer y tormenta. Las calles respiraban un aire helado que se colaba entre los edificios como un susurro constante.
Pero para Lyra Black, esa mañana no era una más. Era parte del camino, una pieza más del sueño que había alimentado desde que alcanzaba a recordar.
A sus dieciocho años, Lyra caminaba con la determinación de alguien que había visto caer demasiadas cosas a su alrededor y aún así había decidido levantarse. No era particularmente alta, ni tenía la presencia intimidante de algunos luchadores veteranos, pero su mirada… su mirada contenía una mezcla de fuego y serenidad que pocas veces se encontraban juntas.
Su destino aquella mañana era el gimnasio Midnight, un viejo galpón retocado para sobrevivir a los años y a la brutalidad de los entrenamientos. Era el corazón deportivo de Ciudad Eclipse, una ciudad conocida por producir grandes promesas… y por devorarlas con igual facilidad.
Lyra avanzaba pensando en su familia, esa pequeña unidad que la había sostenido en todo momento. Amelia Richards, su madre, trabajaba como camarera a tiempo completo en un restaurante que cerraba demasiado tarde y pagaba demasiado poco. Era una mujer de sonrisa dulce y manos cansadas, pero siempre encontraba la fuerza para animar a su hija.
Y luego estaba Robert Black, su padre.
Exluchador de artes marciales mixtas.
Un hombre que nunca logró la victoria esperada en el torneo mundial, pero que aún conservaba el amor por el combate como quien guarda un viejo tesoro. Robert había entrenado a Lyra desde pequeña, con la esperanza de que ella lograra lo que él no pudo. No desde la ambición egoísta, sino desde la convicción profunda de que su hija tenía un talento que no debía desperdiciarse.
Y Lyra lo sabía.
No pensaba fallarle.
Entre sus pensamientos aparecía el rostro de Rose Miller, su mejor y casi única amiga. Rose venía de un mundo completamente opuesto: hija del alcalde de Nueva York, Ralf Miller, criada entre lujos y expectativas políticas. Pero a pesar de los contrastes, había sido la única persona, fuera de su familia, que jamás la había mirado por encima del hombro. Rose creía en ella con una ferocidad que a veces superaba incluso la propia confianza de Lyra.
Cuando llegó finalmente al gimnasio Midnight, el amplio portón metálico se encontraba entornado. Lyra empujó la puerta y esta produjo un chirrido que retumbó en el espacio vacío.
El silencio la recibió como si el lugar estuviera abandonado.
Los sacos de boxeo colgaban inmóviles. Las luces aún estaban apagadas y el olor a sudor reseco se mezclaba con el frío matinal. Cualquier otro luchador habría dado media vuelta esperando a que llegara el entrenador, pero Lyra no era “cualquier otro”.
Caminó hacia los sacos y dejó su mochila a un costado. Se vendó las manos con precisión aprendida a base de entrenamiento y dolor. Luego, sin dudar, adoptó la postura y lanzó el primer golpe.
El impacto resonó en la sala vacía.
Golpe.
Respira.
Golpe.
Cadera abajo.
Golpe.
Paso atrás.
Combinación rápida.
Su respiración se sincronizó con el ritmo de los impactos. El sudor comenzó a recorrerle la frente, marcando la entrega de su cuerpo al esfuerzo. Allí, a solas, sin espectadores ni cámaras, Lyra era completamente libre. No había miedo, no había presión… solo el sueño latiendo en cada fibra de sus músculos.
Estaba en pleno movimiento cuando escuchó la puerta trasera abrirse. Pasos firmes, conocidos.
—Eres increíblemente puntual… y terriblemente impaciente —dijo una voz ronca pero amable.
Lyra detuvo el golpe en seco. Se giró y encontró a Mike O'Niell, su entrenador, caminando hacia ella con una taza de café en mano y cara de pocos amigos por la hora. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, fuerte, de barba fina y mirada aguda. Un exluchador que había abandonado el ring, pero que se había convertido en uno de los mejores entrenadores del país.
—Buenos días, Mike —respondió Lyra, respirando con esfuerzo mientras se secaba el sudor de la frente.
Mike frunció el ceño, observándola como si evaluara un diamante en bruto.
—Entro al gimnasio a las seis de la mañana y ya llevas media hora dándole a los sacos… —bebió un sorbo de café—. ¿Sabes cuántos alumnos tengo que harían lo que tú haces sin que yo se los pida?
Lyra esbozó una sonrisa tímida.
—No sé. ¿Cinco?
Mike negó con la cabeza y soltó una carcajada breve.
—Cero, Black. Absolutamente cero.
Se acercó a ella y cruzó los brazos.
—¿Sabes por qué vine tan temprano hoy?
Lyra negó, curiosa.
—Porque necesitaba verte entrenar.
—¿Para qué? —preguntó ella, secándose las manos en la venda.
Mike respiró profundo, como si estuviera a punto de realizar un anuncio importante.
—Midnight ganó la representación de Estados Unidos para el Torneo Mundial Femenino de Artes Marciales. Y necesitamos una luchadora que represente al país.
Lyra abrió los ojos, incrédula.
La idea del torneo mundial era… más grande que cualquier sueño que hubiese pronunciado en voz alta.
—¿Y…? —susurró.
Mike sonrió.
—Quiero que seas tú, Lyra.
El silencio llenó el gimnasio. El corazón de Lyra golpeó con fuerza. Sabía lo que significaba: representar a su país, elevar el nombre del gimnasio, cumplir sueños… y enfrentar un mundo que no perdonaba errores.
—¿Yo? —repitió, con un nudo en la garganta.
—Tienes el talento, la disciplina, la fuerza y la voluntad. Lo tienes todo —dijo Mike, sin apartar la mirada—. Solo necesitas creerlo un poco más.
Lyra bajó la mirada. Sus manos aún temblaban. No sabía si era emoción, miedo o ambas cosas.
—¿Y si… no estoy lista? —murmuró.
Mike se acercó, poniéndole una mano firme en el hombro.
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Editado: 23.11.2025