Macht en alta mar

Capitulo 1

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Capítulo 1 – Cita número 100 (y contando)

Si alguien me hubiera dicho que mi vida amorosa acabaría convertida en un circo itinerante, con entradas gratis para todo aquel que quisiera reírse de mis fracasos, probablemente me habría ofendido. Pero ahí estaba yo, sentada frente a un hombre que parecía amar más a su motocicleta que a la idea de conectar con un ser humano.

—Y entonces, le cambié el escape —decía él con orgullo, moviendo las manos como si estuviera describiendo una obra maestra—. Ahora suena como un tigre enojado.

No contento con la explicación, procedió a emitir un rugido gutural que me hizo mirar alrededor, esperando ver a los demás clientes del restaurante tapándose los oídos.

Yo asentí, con una sonrisa educada que me dolía en las mejillas, mientras tomaba un sorbo generoso de vino. En ese momento hice mis cálculos: ¿qué dolería menos, aguantar veinte minutos más de esta tortura o usar el cuchillo del pan para fingir un accidente que me llevara directamente a emergencias?

Era mi cita número cien. Sí, las cuento. Y no porque sea masoquista —bueno, tal vez un poco—, sino porque Olivia, mi mejor amiga, insiste en llevar un registro de todas mis tragedias románticas. Una libreta rosa con dibujitos y títulos que suenan a episodios de telenovela barata.

La cita número noventa y nueve había sido con un tipo que hablaba solo en tercera persona. Y ahora, la número cien, era con un fanático de las motos y los camarones.

Sí, porque además de imitar motores, el hombre había pedido tres veces la misma entrada: camarones rebozados. Tres. Y me miraba como si compartir ese “descubrimiento gastronómico” fuera lo más romántico del planeta.

Intenté desviar la conversación hacia algo que me incluyera.

—Yo soy diseñadora gráfica —empecé, tratando de sonar entusiasta.

—¡Genial! —me interrumpió sin mirarme, todavía deslizando el dedo por su Instagram lleno de fotos de motocicletas—. ¿Sabías que mi moto tiene un vinilo personalizado en el tanque?

Inspiré hondo y saqué mi celular bajo la mesa. Le escribí a Olivia:

“Número 100. Otro desastre. Motomaníaco + camarones. Si no me rescatas, me lanzo al río.”

Dos minutos después, mi celular vibró con su respuesta:

“JAJAJAJA. ¿Camarones y motos? Brooke, tienes un radar para los raros. Aguanta, que voy.”

Suspiré, mirando cómo mi cita chupaba con devoción la salsa tártara. Definitivamente, yo no era la mujer de su vida.

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Veinte minutos más tarde, la puerta del restaurante se abrió y apareció Olivia, mi salvación personal, mi ángel con moño desordenado y sonrisa de suficiencia. Caminaba con esa seguridad que hacía que todos la notaran.

—¡Brooke! —exclamó, fingiendo sorpresa—. Qué coincidencia encontrarte aquí.

Yo casi lloré de la emoción.

—¡Olivia! —dije, exagerando la teatralidad, como si acabara de ver a un familiar perdido en la guerra.

Mi cita levantó la vista de su celular, desconcertado.

—¿La conoces?

—Soy su mejor amiga —respondió Olivia, con una sonrisa cortés que claramente significaba: “aléjate, cavernícola”.

Me puse de pie sin pensarlo.

—Perdona, fue una linda velada —mentí descaradamente, y agarré mi bolso con la velocidad de una fugitiva.

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—Cien citas, Brooke —dijo Olivia mientras caminábamos hacia su auto—. ¡Cien! Y todas han terminado en desastre.

—No es mi culpa —me quejé, hundiéndome en el asiento del copiloto—. El universo me odia.

—El universo no tiene la culpa de que aceptaras salir con un tipo que imita motores —se burló, encendiendo el coche—. Yo te lo dije: los de la app no son normales.

—¡Tú fuiste la que me convenció de bajarla! —la acusé.

—Y volvería a hacerlo, porque sin esos fracasos mi vida sería aburrida —replicó con una sonrisa traviesa—. Además, la esperanza es lo último que se pierde.

Rodé los ojos, pero acabé riendo. Olivia siempre lograba eso: convertir mis tragedias sentimentales en un chiste digno de contar en una sobremesa.

—Prométeme que cuando llegue a la cita mil me regalarás un pastel con velitas.

—Te regalaré una estampita de San Cupido —respondió ella, y ambas estallamos en carcajadas.

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Ya en mi departamento, me desplomé en el sofá, agotada emocionalmente. Olivia sacó de su bolso la libreta rosa.

—Número 100: Motomaníaco comedor de camarones —escribió, adornando el título con un corazón y un dibujo de una moto chueca.

—¿Por qué siempre pones corazones si ninguna cita termina bien? —me quejé.

—Porque es divertido. Y porque cada corazón significa que sobreviviste.

—Eres la peor.

—Soy la mejor amiga que te rescata de tipos raros. Agradece —dijo, guiñándome un ojo.

La miré con falsa indignación, pero no pude evitar sonreír.

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El silencio se instaló unos segundos. Yo lo rompí con una confesión.

—¿Crees que algún día voy a encontrar a alguien normal?

Olivia dejó de escribir y me observó con seriedad.

—Sí, claro que sí. Solo que no puedes rendirte.

La sinceridad en su tono me desarmó.

—Ojalá tengas razón.

Ella me devolvió una sonrisa, aunque había un brillo extraño en sus ojos. Uno que me hizo sospechar que planeaba algo. Y conociéndola, lo más seguro era que ya estaba tramando mi siguiente desastre romántico.

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Me serví un vaso de agua y pensé en mi historial amoroso. Tenía veintisiete años, y lo único que coleccionaba eran anécdotas vergonzosas. Mientras la mayoría de mis amigas publicaba fotos de compromisos y bebés, yo publicaba memes de gatos deprimidos con pizza.

El eco de las palabras de Olivia seguía rondándome: “No puedes rendirte”.

Quizá tenía razón. Quizá la esperanza debía ser lo último que se perdiera..

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En el texto hay: #amorverdadero, #amor-odioo

Editado: 17.09.2025

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