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Capítulo 2 – El hermano odioso
Hay muchas cosas que disfruto de Olivia: su habilidad para hacerme reír cuando quiero llorar, su manera de improvisar planes absurdos que siempre acaban en anécdotas memorables, y su extraña capacidad de convencerme de hacer cosas que juro que jamás haría.
Lo que no disfruto de Olivia es que tenga un hermano.
Un hermano con el que me llevo como perro y gato desde la adolescencia.
Un hermano que, para desgracia de la humanidad, no solo es insufriblemente arrogante, sino también insultantemente guapo.
Oliver.
—Ven a casa esta noche, ordené pizza —me dijo Olivia esa tarde, como si la palabra pizza fuera un conjuro mágico que borrara cualquier objeción.
Y yo, débil mortal frente a la pizza, acepté.
Lo que olvidé preguntar fue quién más estaría en esa casa. Error de principiante.
Cuando crucé la puerta, Olivia me recibió con un abrazo apretado y olor a queso derretido. Pero detrás de ella, sentado en el sofá como si fuera el rey de Inglaterra, estaba él. Oliver. Con su típica camiseta negra, cabello despeinado con un aire estudiado y esa sonrisa socarrona que siempre me daban ganas de estrellarle una almohada en la cara.
—Oh, qué sorpresa —dijo, arqueando una ceja—. La calamidad amorosa número uno de la ciudad.
—Encantador, como siempre —repliqué, dejando mi bolso con un golpe seco sobre la mesa.
Olivia rodó los ojos.
—Por favor, no empiecen.
Pero claro que empezamos. Siempre empezábamos.
Oliver me lanzó una mirada evaluadora mientras bebía de su vaso de refresco.
—Entonces, ¿ya llegaste a la cita número cien? —preguntó, con esa voz cargada de sarcasmo.
Abrí los ojos con incredulidad.
—¿Cómo sabes eso?
—Tu amiga aquí presente no tiene filtro —contestó, señalando a Olivia, que se encogió de hombros con una sonrisa culpable.
—Es que es muy gracioso —dijo ella—. Además, Oliver necesita entretenimiento, vive aburrido.
—Mi vida es muy entretenida, gracias —replicó él, sin apartar los ojos de mí—. Sobre todo cuando escucho tus historias. Es como ver una comedia romántica, pero sin el romántica.
—Y con mucho desastre —añadí, fulminándolo con la mirada.
Él sonrió, triunfante. Maldito.
La pizza llegó y nos sentamos alrededor de la mesa. Olivia, siempre la pacificadora, intentaba cambiar de tema cada vez que Oliver y yo nos lanzábamos indirectas, pero era imposible detener la guerra.
—¿Quieres la última porción? —preguntó Oliver, estirando la mano hacia la caja.
—Claro, gracias —respondí, a punto de tomarla.
Él la agarró primero, dio un mordisco exagerado y me guiñó un ojo.
—Ups.
—Eres un niño —dije, cruzando los brazos.
—Y tú demasiado fácil de molestar —replicó, disfrutando cada segundo de mi furia contenida.
Olivia suspiró.
—Dios mío, parecen un matrimonio de ancianos discutiendo por el control remoto.
—Prefiero morir sola con veinte gatos que casarme con él —espeté.
—Tranquila, el sentimiento es mutuo —dijo Oliver con una sonrisa.
Nuestros ojos se cruzaron y, por un segundo, sentí una corriente extraña recorrerme el cuerpo. Pero lo enterré bajo una capa gruesa de hostilidad.
Después de la cena, Olivia se fue a lavar los platos, dejándome a solas con Oliver en el salón.
Silencio incómodo. O más bien, silencio peligroso.
Él me miraba como si estuviera evaluándome. Yo fingí revisar el celular, pero su voz me alcanzó.
—Dime una cosa, Brooke. ¿Por qué sigues usando esa app si todos tus intentos acaban en desastre?
Lo miré, sorprendida.
—¿Y a ti qué te importa?
—No me importa —dijo con naturalidad, recostándose en el sofá—. Solo me divierte ver hasta dónde llegarás. ¿Número mil? ¿O te rendirás antes?
—Tal vez llegue a mil y encuentre a alguien que valga la pena —repliqué con el mentón en alto.
Él soltó una risa baja, esa que siempre me ponía los nervios de punta.
—Suerte con eso. Aunque, siendo honesto, creo que tu problema no son los hombres de la app.
Fruncí el ceño.
—¿Ah, no? ¿Entonces qué es?
Me miró con esos ojos grises que parecían leer más de lo que yo quería mostrar.
—Tienes estándares altísimos… pero cero paciencia. Y una pésima capacidad para elegir.
Me quedé muda unos segundos, procesando.
—Vaya, gracias por el análisis gratuito, doctor Amor. ¿Cobras por consulta?
Él sonrió, encantado de haberme irritado.
—Para ti, la primera es gratis.
Estuve a punto de lanzarle el cojín del sofá a la cara, pero Olivia apareció en ese momento con una bandeja de helado.
—¡Helado para todos! —anunció, como si hubiera leído la tensión en el aire.
Cuando me despedí esa noche, Oliver estaba recostado en el sofá, con los brazos detrás de la cabeza, sonriendo como si hubiera ganado una batalla invisible.
Y tal vez la había ganado.
Pero yo, mientras caminaba hacia mi coche, me juré a mí misma algo: jamás, en ninguna circunstancia, me dejaría afectar por Oliver.
Porque Oliver era… Oliver.
El hermano odioso.
Después de cerrar la puerta de mi coche, respiré hondo. El aire nocturno tenía un olor a lluvia reciente mezclado con la ciudad, y yo sentí un escalofrío extraño, como si algo dentro de mí se negara a quedarse tranquila.
Pero no era miedo, no exactamente. Era… Oliver.
No pude evitar dar un paso atrás y mirar la ventana del salón de Olivia. Allí estaba él, recostado, sonriendo como si supiera exactamente lo que pensaba. Y, claro, no podía dejarlo ganar de esa manera.
—Maldición —murmuré, sin darme cuenta de que hablaba en voz alta—. Maldición, Oliver.
Mi teléfono vibró. Era un mensaje de Olivia:
“No te preocupes, Brooke. Nada de lo que pase esta noche es culpa tuya… bueno, quizás un poquito de él sí.”
Suspiré. Definitivamente, esa chica tenía talento para resumir la verdad con sarcasmo.