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Bienvenidos al Crucero del Amor
Dicen que el mar es relajante, que escuchar las olas es terapéutico. Yo, en cambio, solo escuchaba mi propia voz interior gritando:
“¿Qué rayos hago aquí?”
El barco acababa de zarpar. La tripulación había organizado una “ceremonia de bienvenida” en cubierta, con música estridente, luces de colores y animadores vestidos como si fueran presentadores de un concurso televisivo de los años noventa.
“Bienvenidos al Crucero del Amor”, gritó uno de ellos por el micrófono, con una energía que solo podía haber sido alimentada por diez tazas de café y un contrato de por vida.
Los pasajeros —todos solteros y con sonrisas nerviosas— aplaudieron. Yo, en cambio, quise derretirme en la cubierta y desaparecer.
—Brooke, anímate —susurró Olivia, dándome un codazo—. Es parte del show.
—El show debería ser huir antes de que esto se vuelva un reality, no esto —resoplé.
Pero claro, Olivia estaba en su elemento, riendo, saludando y comportándose como la organizadora estrella. Yo, en cambio, solo rezaba por que nadie me obligara a subir al escenario.
Y fue en medio de ese caos que conocí a los demás.
Primero estaba Noah, un chico alto, con cabello castaño claro y una sonrisa tímida. Parecía demasiado normal para estar ahí, lo cual ya era sospechoso.
—Soy Noah —me dijo cuando nos presentaron en círculo, extendiendo la mano con cierta torpeza—. Profesor de literatura.
—Encantada, Brooke —respondí, estrechando su mano—. ¿Un profesor en un crucero para solteros? Eso suena como un inicio de novela.
Sonrió, tímido.
—Bueno… supongo que estoy buscando inspiración.
Era tierno, pensé. Lo suficientemente tierno como para ser el mejor amigo en una comedia romántica, no el protagonista.
Luego conocí a Ashley, que entró como un huracán. Alta, rubia, bronceada, vestida como si fuera a protagonizar una campaña de trajes de baño.
—Soy Ashley, modelo de fitness y creadora de contenido —dijo, sonriendo como si estuviera en cámara.
Yo apenas pude decir “hola” cuando ya estaba sacando su celular para hacer un video de bienvenida a sus “ashlovers”.
Olivia me susurró al oído:
—Si sube a Instagram que encontró el amor en el crucero, la mitad será marketing.
Yo asentí, conteniendo la risa.
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Después vino Eva, con una vibra completamente distinta. Morena, bajita, con cabello rizado y gafas grandes, vestía una camiseta con un estampado de planetas.
—Soy Eva, astrónoma —dijo, con voz tranquila—. Vine porque mis amigas me convencieron de que debía “explorar otras constelaciones”.
Olivia soltó una carcajada, y yo me giré hacia Eva con una sonrisa genuina.
—Te voy a querer cerca, por si necesitamos que alguien nos guíe con las estrellas.
—Espero que no nos perdamos en medio del mar —respondió ella con una sonrisa cómplice.
Spoiler: sí nos perderíamos, pero yo todavía no lo sabía.
Diego fue imposible de ignorar. Moreno, musculoso, con tatuajes en los brazos y una confianza que llenaba la cubierta.
—Soy Diego, entrenador personal —dijo, guiñando un ojo a todas—. Vine a este crucero porque, bueno… ¿por qué no?
Olivia rodó los ojos. Yo pensé que era exactamente el tipo de hombre con el que tendría una cita fallida en la app.
Y finalmente, Daniel. Trajeado. En serio. En un crucero.
—Soy Daniel, abogado corporativo —dijo, ajustándose las gafas—. Estoy aquí por una apuesta que hice con mis colegas.
—¿Una apuesta? —pregunté, incrédula.
—Sí. Dijeron que no sobreviviría una semana rodeado de… —miró alrededor, claramente midiendo las palabras— tanta espontaneidad.
Eva se rió bajito. Yo me limité a pensar que ese hombre iba a morir de estrés antes de que terminara el viaje.
Y, por supuesto, entre todos ellos estaba él. Oliver.
No necesitaba presentación, al menos para mí. Aun así, se presentó como si fuera un caballero en un baile.
—Oliver, fotógrafo freelance. Vine porque… alguien tenía que documentar este desastre.
Me mordí la lengua para no responder. Olivia me apretó la mano, como diciendo no empieces.
Una vez hechas las presentaciones, empezó lo peor: los juegos ridículos de integración.
El primero fue “Rompehielos Musical”. Básicamente, todos corríamos en círculo mientras sonaba música tropical, y cuando paraba, había que hacer una pregunta íntima a la persona que tuvieras enfrente.
Por supuesto, me tocó con Oliver.
—Pregunta íntima —dijo él, con una sonrisa que ya me daba miedo—. ¿Cuál fue la peor cita de tu vida?
—¿La peor? —bufé—. Fácil. Todas.
Él soltó una carcajada y yo quise empujarlo al mar.
El segundo juego fue todavía peor: “Encuentra tu media naranja”.
Nos dieron medias de colores diferentes y teníamos que encontrar al que tuviera la otra igual. Cuando vi que mi media era naranja con puntitos verdes, recé por que me tocara alguien normal.
Y entonces, de entre todos, apareció… Oliver, mostrando su media idéntica.
—No puede ser —murmuré.
—El destino habla —dijo él, levantando la ceja con suficiencia.
—El destino está borracho.
El tercer juego fue el colmo: “El abrazo congelado”.
La regla era simple: había que abrazar a alguien y quedarse quieto hasta que dieran la orden. Cuando Olivia gritó “¡ya!”, sentí cómo alguien me atrapaba por detrás. Giré la cabeza. Oliver.
—¿En serio? —pregunté.
—Es un crucero del amor, Brooke. Estoy siguiendo las reglas.
—Preferiría abrazar a un poste de luz.
—Pues abrázame como si lo fuera.
Su voz estaba tan cerca que sentí un cosquilleo en la nuca. Por suerte, Olivia dio la orden de soltar y yo me separé de inmediato, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Los demás parecían divertirse de verdad. Noah hablaba animadamente con Eva sobre constelaciones. Diego y Ashley competían en quién hacía más flexiones en la cubierta (¿quién hace flexiones en un crucero?). Daniel miraba todo con cara de “quiero demandar a alguien por esto”.