Macht en alta mar

Capitulo 7

🌬️🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊

Celos inesperados

Hay algo muy terapéutico en reírse sin pensar demasiado. Y eso era exactamente lo que estaba haciendo con Noah.

Después del desastre del karaoke, de los bailes forzados y de los sacos de la vergüenza, necesitaba aire fresco y alguien que no me sacara de quicio cada cinco segundos. Noah resultó ser la medicina perfecta: divertido, atento, y lo suficientemente encantador para hacerme olvidar por un rato que Oliver existía en el mismo planeta.

Estábamos en la cubierta, cerca de la piscina, bebiendo cócteles de colores ridículamente brillantes. Noah me contaba cómo había intentado impresionar a una chica en el instituto tocando guitarra… y cómo se le rompió una cuerda justo en medio de la serenata.

—¿Y qué pasó después? —pregunté, con lágrimas de risa en los ojos.

—Ella se rió tanto que terminó saliendo conmigo igual —dijo, encogiéndose de hombros—. Aunque la relación duró menos que la cuerda de la guitarra.

Me reí tan fuerte que casi escupí mi bebida.

—No puedo más, eres un desastre.

—Un desastre encantador, espero.

—Mmm… —puse cara pensativa, alargando la pausa—. Digamos que tienes tus momentos.

Noah sonrió, de ese modo cálido que hace que te sientas cómoda sin esfuerzo. Y yo pensé: ¿por qué no puede ser así de fácil con todos?

La respuesta llegó en forma de una sombra. Literalmente. Una sombra se plantó justo detrás de mí, tapando el sol. Y ya sabía de quién se trataba antes de girarme.

—Qué reunión tan interesante —dijo Oliver, con la voz empapada en sarcasmo.

—Oh, no —murmuré.

—¿No deberías estar molestando a otra persona? —pregunté en voz alta, alzando una ceja.

—¿Y perderme este espectáculo? Ni loco.

Noah, ajeno a la guerra fría que estaba a punto de estallar, saludó con amabilidad.

—Oye, Oliver. ¿Quieres unirte?

—Claro. —Oliver arrastró una silla y se sentó como si fuera el dueño del lugar. Su sonrisa era pura provocación.

Yo traté de ignorarlo y seguí conversando con Noah.

—Entonces, ¿qué pasó con la chica de la guitarra después?

—Oh, nada, la última vez que supe de ella se casó con un dentista —respondió Noah, haciéndome reír otra vez.

Oliver resopló.

—Qué historia tan… apasionante.

Lo fulminé con la mirada.

—Nadie te pidió tu crítica, Oliver.

—Solo digo que, si ese es tu estándar de entretenimiento, entiendo muchas cosas.

Noah sonrió incómodo, pero trató de suavizar el ambiente.

—Oye, todos tenemos nuestras anécdotas ridículas. ¿Quieres compartir una, Oliver?

Oliver se recostó en su silla, con esa expresión de “yo nunca hago el ridículo” pintada en la cara.

—Lo siento, pero yo no suelo protagonizar fracasos cómicos.

—Claro, porque ya eres un fracaso en general —le solté sin pensarlo.

Noah escupió un poco de su bebida por la risa. Yo también me reí, aunque Oliver solo me miró con esos ojos grises brillando de fastidio.

Durante el resto de la charla, Oliver no dejó de meter comentarios sarcásticos, como si necesitara recordarnos que estaba allí. Lo peor es que, en vez de espantarme, ese aire molesto parecía intensificarse cada vez que Noah me hacía reír.

Al final, Noah se levantó para buscar más bebidas. Fue entonces cuando Oliver se inclinó hacia mí, bajando la voz.

—¿Te estás divirtiendo mucho con tu nuevo mejor amigo?

—Sí, bastante. ¿Problemas?

—Ninguno. Solo digo que parece que te impresiona cualquiera que haga chistes fáciles.

—¿Y qué? Por lo menos él no me trata como si yo fuera un error de fábrica.

Oliver apretó la mandíbula. Por un momento pensé que me iba a lanzar otra de sus respuestas envenenadas, pero no. Se quedó callado, mirándome con una intensidad que no entendí. O que no quise entender.

Noah volvió y la tensión se evaporó, aunque Oliver no se movió. Pasamos el resto de la tarde en una especie de tríangulo extraño: Noah haciéndome reír, yo intentando parecer relajada, y Oliver ahí, observando como si quisiera arrancarle el micrófono al universo para tener la última palabra.

Esa noche, mientras me acostaba en mi camarote, me descubrí pensando más en la mirada de Oliver que en los chistes de Noah. Y eso, admitámoslo, era un problema enorme.

Porque si algo tenía claro, era que el día en que Oliver me importara… estaba perdida.

A la mañana siguiente, el sol entraba sin pedir permiso por la pequeña ventana de mi camarote, iluminando la cabecera de mi cama y, por desgracia, recordándome que Oliver seguía siendo un dolor constante en mi vida.

—¿Y si este crucero tuviera un botón de “no molestar Oliver”? —murmuré mientras me sentaba con el café de la máquina automática—. Aunque probablemente él ya estaría allí, escondido entre los pasillos, solo para arruinar mi paz.

No tardé ni cinco minutos en descubrir que, efectivamente, no había paz alguna. Al abrir la puerta del camarote, allí estaba: Oliver, apoyado en el marco de la puerta del pasillo, con una sonrisa de “buenos días, calamidad”.

—Ah, mira quién decidió aparecer —dije, cruzándome de brazos—. Buenos días, torturador profesional.

—Buenos días, Brooke. Solo venía a advertirte que hoy hay un concurso de baile en la cubierta y… bueno, te espera la humillación pública. —Sonrió ampliamente, como si anunciar mi posible desastre fuera su entretenimiento diario.

—Gracias por avisarme —dije con ironía—. ¿También vendrá tu club de fans a aplaudirme mientras tropiezo con mis propios pies?

—Tal vez —contestó, encogiéndose de hombros—. Aunque seguro tú terminarías aplaudiéndote sola, y yo solo observaría para asegurarme de que lo hicieras con estilo.

Decidí ignorarlo y salir del camarote, pero no sin antes recordar que hoy sería un día largo: Noah, los concursos, la piscina, los juegos absurdos de Olivia… y Oliver, siempre observándome.

---

La tragedia del concurso de baile



#176 en Otros
#87 en Humor
#15 en Joven Adulto

En el texto hay: #amorverdadero, #amor-odioo

Editado: 22.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.