Macht en alta mar

Capitulo 13

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Noche bajo las estrellas

La brisa nocturna tenía un aire pegajoso de sal, como si el mar quisiera recordarnos que, aunque hubiéramos improvisado un campamento en la isla, seguíamos a su merced. Estaba cansada, con arena hasta en lugares anatómicamente imposibles de explicar, y lo único que quería era dormir. Pero claro… el destino —o mejor dicho, Olivia— tenía otros planes: me había puesto de guardia.

—Brooke, acompáñalo tú —dijo, sonriendo con esa inocencia que solo una mejor amiga que en secreto disfruta de tu sufrimiento puede tener.

Y ahí estaba él: Oliver. Con los brazos cruzados, el ceño fruncido y esa expresión que mezclaba aburrimiento y superioridad. Parecía sacado de un catálogo de “hombres insufribles en islas desiertas”.

—¿Qué pasa, princesa de ciudad? ¿Nunca has hecho guardia en un campamento? —me lanzó, sin siquiera mirarme.

—¿Y tú sí? —repliqué, acomodándome en un tronco húmedo, con el orgullo por delante.

—Por supuesto. He hecho excursiones, acampadas, y hasta sobreviví a un festival de música de tres días sin baño. —Alzó la barbilla como si acabara de confesar una hazaña de guerra.

—Wow, impresionante. Dame un autógrafo antes de que te lo pida la National Geographic. —Rodé los ojos.

La primera media hora transcurrió entre chasquidos de grillos y mispiques sarcásticos. Yo abrazaba mis rodillas, tratando de ignorar el frío que se colaba a través de mi ropa todavía húmeda. Oliver, en cambio, parecía una estatua de mármol: imperturbable, como si el entorno le perteneciera.

—¿Estás temblando? —preguntó de repente, y su tono ya no sonaba burlón.

—No. —Obvio que sí, pero no iba a darle el gusto.

—Claro. Pues si empiezas a sonar como maracas, me avisas. —Me lanzó una media sonrisa.

Esa media sonrisa. Siempre aparecía en los momentos menos oportunos, como si tuviera el poder de desarmarme por dentro. Fingí que buscaba algo entre las palmas para no mirarlo.

El silencio cayó, espeso pero extraño. Por primera vez no me molestó. Las estrellas parecían haberse multiplicado en el cielo, como si quisieran compensar la desgracia de habernos perdido en aquella isla.

—¿Sabes qué es lo peor? —rompí yo, sin pensarlo demasiado.

—¿Qué?

—Que mi madre siempre me dijo que acabaría en problemas por seguir a Olivia en sus ideas absurdas. Y mírame ahora: atrapada en una isla, con su hermano odioso, haciendo guardia nocturna como si fuéramos… —Busqué la palabra.

—Un matrimonio en crisis —añadió él.

Me solté a reír, tan fuerte que tuve que taparme la boca para no despertar a los demás.

—No lo digas ni en broma.

—¿Por qué? Admitámoslo: peleamos como pareja casada. —Alzó las cejas, divertido.

—La diferencia es que yo jamás me casaría contigo. —El comentario me salió automático, casi como un reflejo de defensa.

—Eso dices ahora. —Su voz fue un susurro cargado de una seguridad irritante.

Quise contestar con alguna frase venenosa, pero lo miré y algo en su expresión me detuvo. Ya no había burla en sus ojos. Había algo más… algo que no encajaba con el Oliver que conocía.

—¿Qué pasa? —pregunté, bajando la guardia.

Él suspiró, largamente, como si soltar esas palabras le costara demasiado.

—No me gusta la oscuridad. —Lo dijo tan bajo que casi no lo escucho.

—¿Cómo? —me incliné hacia él.

—Que no me gusta la oscuridad, Brooke. No es un miedo infantil, es… —Se detuvo, buscando las palabras—. Cuando era niño, durante una tormenta, Olivia y yo quedamos atrapados en casa sin electricidad. Tenía siete años y ella cinco. Yo fingí ser valiente, pero la verdad es que estaba muerto de miedo. Desde entonces… me incomoda.

Me quedé helada. Nunca lo habría imaginado. Oliver, el chico que parecía tan seguro, tan arrogante, confesándome una vulnerabilidad así bajo las estrellas.

—No se lo digas a nadie. —Su tono se volvió serio, casi suplicante.

—Tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo. —Lo miré y añadí con un intento de humor—: Aunque es tentador usarlo en tu contra cuando seas insoportable.

Él rió, y esa risa resonó distinta en la noche. No era la carcajada arrogante, sino algo suave, humano. Me sorprendió cuánto me gustó escucharlo así.

—¿Sabes? —continuó—. A veces actúo como idiota contigo porque es más fácil. Es más fácil que admitir que… —Calló de golpe.

Mi corazón se aceleró. Quise presionarlo para que terminara la frase, pero me dio miedo escucharla. Así que improvisé:

—Que qué, ¿que soy irresistible? Lo entiendo. —Le guiñé un ojo para aligerar la tensión.

—Exacto, irresistible como una picadura de mosquito. —Volvió al modo sarcástico, pero ya era tarde: el momento vulnerable había quedado en el aire, flotando entre nosotros.

Nos quedamos callados un rato, observando las estrellas. Y por primera vez en mucho tiempo, el silencio con Oliver no me pareció una guerra, sino un refugio.

Cuando los primeros rayos del amanecer empezaron a asomar, Olivia vino a relevarnos. Yo me levanté entumecida, sacudiendo la arena de mis piernas.

—¿Cómo fue la guardia? —preguntó ella, con una sonrisa sospechosa.

—Tranquila. Aburrida. —Me apresuré a contestar.

Pero cuando miré de reojo a Oliver, él también me estaba mirando. Y aunque ninguno dijo nada, entendí que ambos compartíamos un secreto que nadie más debía saber.

Un secreto que, me guste o no, había cambiado algo entre nosotros.

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Editado: 22.09.2025

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