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Capítulo: El beso inesperado
Nunca pensé que terminaría gritándole a Oliver en una isla desierta, con la mitad del grupo mirándonos como si fuéramos el entretenimiento nocturno. Pero ahí estaba yo, en pleno show gratuito, con las venas del cuello a punto de explotar.
—¡Eres insoportable! —le solté, con los brazos cruzados y el corazón acelerado.
—¡Y tú exagerada! —replicó, dando un paso hacia mí.
Todo había comenzado por una tontería, como siempre. Eva había intentado cocinar unos peces y Oliver, muy caballerosamente, había decidido criticar cada paso de mi ayuda.
—No lo hagas así, Brooke. No sabes limpiar bien el pescado. —“No sabes esto, no sabes lo otro”.
Hasta que exploté.
—Pues si eres tan perfecto, ¿por qué no lo haces tú? —le grité en medio de todos.
—Porque no quiero que parezca que siempre soy yo el que resuelve tus desastres. —Su voz cargada de ironía me sacó de quicio.
El grupo observaba en silencio, algunos con sonrisas cómplices. A Olivia no parecía importarle, más bien estaba disfrutando la función como si hubieran vendido entradas.
—¿Mis desastres? —di un paso adelante, con el dedo casi tocando su pecho—. Perdona, pero el único desastre aquí eres tú, Oliver.
Él inclinó la cabeza, con esa media sonrisa que me desquiciaba.
—¿Sí? Entonces ¿por qué siempre terminas cerca de mí?
Esa pregunta me descolocó. Abrí la boca, pero no salió nada. Y eso fue un error, porque su sonrisa se ensanchó, como si hubiera ganado un punto en un partido invisible.
—Admite que me necesitas —susurró, bajando la voz para que solo yo lo escuchara.
Y entonces algo en mí hizo clic. Tal vez fue el calor de la fogata, el cansancio, o el hecho de que llevaba días reprimiendo la tensión cada vez que me miraba con esos ojos desafiantes. No lo pensé. Simplemente lo hice.
Me lancé hacia él.
Nuestros labios chocaron en un beso que no tenía nada de delicado. Fue rabia, fue desafío, fue un “cállate” hecho caricia. Sentí su sorpresa al principio, pero en cuestión de segundos él ya estaba respondiendo con la misma intensidad, sujetándome por la cintura como si temiera que huyera.
Mi corazón se disparó, mis manos se enredaron en su camisa, y por un instante olvidé todo: la isla, los demás, la absurda pelea. Solo quedábamos nosotros, quemándonos con un beso que no estaba en el guion de nuestra rivalidad.
—¡Uuuuh! —La voz de Daniel nos devolvió de golpe a la realidad.
Nos separamos bruscamente, como dos adolescentes atrapados en medio de una travesura. Yo sentía las mejillas ardiendo y él, aunque intentaba disimularlo, respiraba igual de agitado.
—¿Qué… qué fue eso? —pregunté, con los ojos abiertos de par en par.
—No lo sé. —Oliver se pasó una mano por el cabello, nervioso. Era la primera vez que lo veía sin su máscara de arrogancia.
—¡Claro que sabes! —insistí, aunque en realidad yo tampoco tenía idea.
—Fue… —Se interrumpió, buscando las palabras—. Fue un error.
La palabra me golpeó en el pecho. Error. Como si besarme fuera un tropiezo, como si no hubiera significado nada.
—Perfecto. —Me forcé a sonreír con sarcasmo—. Así que un error. Lo mismo pensé yo.
Dicho eso, me di la vuelta y caminé hacia el refugio improvisado, ignorando las miradas de los demás. Sentía la garganta apretada, como si me hubiera tragado un nudo imposible de desatar.
Más tarde, a solas
La noche avanzó y todos se acomodaron para dormir. Yo no lograba pegar un ojo. La escena del beso se repetía en mi cabeza una y otra vez, como una canción pegajosa.
¿Por qué lo había hecho? ¿Qué clase de masoquista besa al tipo que más la irrita en el mundo? Y lo peor: ¿por qué había sentido que el mundo se me volteaba de cabeza cuando lo hizo?
—No puedes dormir, ¿verdad? —La voz de Oliver me sorprendió. Estaba recostado a un par de metros, pero claramente tampoco dormía.
—No es tu problema. —Me di la vuelta, dándole la espalda.
Hubo un silencio. Luego, pasos en la arena. Su sombra se acomodó cerca, demasiado cerca.
—Mira, Brooke… —suspiró, y por primera vez lo escuché inseguro—. No debí llamarlo un error.
Mi corazón dio un vuelco. No me atreví a moverme.
—Entonces ¿qué fue? —pregunté en voz baja.
Él dudó unos segundos antes de contestar:
—Fue inevitable.
Cerré los ojos, tratando de controlar la mezcla de rabia y esperanza que me inundaba. Porque aunque odiaba admitirlo, en el fondo… yo también lo sentí así.
El amanecer
Cuando el sol salió, yo seguía despierta, pensando en sus palabras. Evité mirarlo durante el desayuno improvisado, pero sabía que él estaba igual de inquieto. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía un calor recorrerme entera.
Y así, sin quererlo, entendí algo que me aterraba más que estar perdida en aquella isla:
Ya no podía odiar a Oliver como antes.
El sol amaneció brillante, cruel, como si se burlara de mi insomnio. Yo estaba sentada en la arena, mirando el horizonte con cara de estatua, mientras el resto del grupo comenzaba a desperezarse entre bostezos y quejas por la espalda adolorida.
Oliver estaba a unos metros, ayudando a Daniel a avivar el fuego para calentar agua. Yo fingí que contemplaba muy interesada una concha marina, aunque mis ojos querían traicionarme y girar hacia él.
El recuerdo del beso me pesaba como una mochila llena de piedras. No solo el beso en sí, sino lo que vino después: esa palabra maldita —“error”— y luego su rectificación —“inevitable”—. ¿Cómo se supone que debía procesar algo así?
—Buenos días, Romeo y Julieta. —La voz de Ashley me sacó de mi trance. Caminaba hacia mí con una sonrisa felina y una ramita en la boca, como si fuera un periodista cazando primicias.
—No empieces —le advertí, antes de que abriera la boca.
—Tarde. —Se dejó caer a mi lado—. Anoche vimos todo. Todo. Y te juro que nunca había aplaudido tanto un beso en mi vida.