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Confusión y orgullo
Despertar en una isla desierta ya era suficientemente incómodo. Despertar en una isla desierta después de haber besado al hermano odioso de tu mejor amiga… eso sí era una pesadilla.
La luz del sol me golpeaba directo en los ojos cuando abrí los míos. Olivia estaba a mi lado, aún dormida, y yo me levanté con cuidado para no despertarla. Necesitaba aire, aunque técnicamente todo lo que había alrededor era aire y más aire mezclado con sal marina.
Me acerqué a la playa, dejando que la brisa fresca me despeinara aún más de lo que estaba. El agua era calma, casi engañosa, como si se burlara de nosotros. Cerré los ojos y me repetí como un mantra: No pasó nada. Fue un error. No pasó nada.
El problema era que sí pasó. Y todos lo vieron.
—Buenos días, princesa. —La voz de Oliver me heló la sangre.
Giré la cabeza y lo encontré a pocos metros, cargando un par de ramas como si fuera el héroe del campamento. Tenía el cabello despeinado, la camisa medio abierta y esa sonrisa irritante que me hacía querer lanzarle un coco.
—No me llames así. —Mi tono fue frío, calculado.
—¿Así cómo? —Se hizo el inocente, pero sus ojos brillaban con diversión.
—Así como si… —me detuve, mordiéndome el labio—. Como si hubiera pasado algo entre nosotros.
—¿Y no pasó? —preguntó, acercándose un paso más.
El aire se me atoró en la garganta. Lo miré con el ceño fruncido, dispuesta a soltarle un sermón, pero antes de que pudiera responder, escuché una carcajada detrás de mí.
—¡Ah, no! —Era Noah, con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿De verdad creen que pueden hacernos olvidar lo que vimos anoche?
Me giré de inmediato, pero ya era tarde: todo el grupo estaba despierto, reunido alrededor de la fogata apagada, y todos —TODOS— nos miraban con esa expresión que uno solo ve en las tías chismosas en Navidad.
—Yo pensé que se iban a comer vivos, pero resultó que se iban a comer a besos —añadió Eva, con un guiño descarado.
—¡No fue así! —grité, levantando las manos como si necesitara defenderme en un juicio.
—Claro que no —intervino Oliver, tan tranquilo que me dieron ganas de empujarlo al mar—. Solo fue… una prueba de primeros auxilios. Brooke se estaba ahogando.
—¡Estábamos en tierra firme! —espeté, indignada.
—Detalles. —Se encogió de hombros.
Las risas explotaron como una bomba. Daniel aplaudía, Diego silbaba, y Ashley me lanzaba miradas cómplices como si yo le hubiera confesado en secreto una aventura. Olivia, por su parte, me observaba con los ojos entrecerrados, evaluándome como si fuera un experimento de laboratorio.
—No saben lo que están diciendo —dije, cruzándome de brazos—. Fue un impulso. Un error.
—Un error bastante apasionado, si me preguntas —comentó Noah, soltando otra risa.
Yo quería que me tragara la arena. Literalmente. Si un hoyo se abría en ese momento, me lanzaba sin pensarlo.
—Bueno —intervino Olivia al fin, con un tono de falsa neutralidad—. Si fue un error, espero que no se repita. Ya saben, por… estabilidad grupal.
Me giré hacia ella, sorprendida por lo seria que sonaba, pero al ver el destello divertido en sus ojos entendí que solo estaba jugando conmigo.
—No se repetirá —afirmé con firmeza, lanzando una mirada rápida a Oliver.
Él, por supuesto, no me dio la satisfacción de asentir. Solo sonrió de lado y dijo:
—Nunca digas nunca, Brooke.
El grupo estalló otra vez en carcajadas, y yo me di la vuelta furiosa, caminando hacia la orilla. Necesitaba alejarme de todos antes de hacer algo drástico, como clavarle un pez a Oliver en la frente.
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Un intento de normalidad
El resto del día fue un festival de indirectas. Si caminaba al lado de Oliver, alguien tosía en tono sugestivo. Si me ofrecía agua, Ashley murmuraba “qué caballero”. Si accidentalmente nuestras manos se rozaban al pasar cosas, Eva hacía un “oooooh” tan largo que las gaviotas levantaban vuelo.
Yo intentaba mantener la compostura, pero por dentro me sentía como una olla de presión. No podía ni mirar a Oliver sin recordar el calor de sus labios, el cosquilleo en mi piel, lo inevitable de todo.
Para colmo, él parecía disfrutar del espectáculo. Caminaba relajado, lanzaba sonrisas ambiguas y de vez en cuando me susurraba cosas como:
—Si seguimos dándoles material, pronto organizarán nuestra boda en la isla.
—Cállate —respondía yo entre dientes, sin mirarlo.
—¿O prefieres luna de miel directa?
Era insoportable. Y lo peor era que, cada vez que se inclinaba lo suficiente para que solo yo lo escuchara, un escalofrío recorría mi espalda.
La hoguera nocturna
Al caer la noche, Olivia propuso encender otra hoguera para mantenernos animados. Todos se sentaron alrededor, contando historias tontas y cantando canciones desafinadas. Yo traté de pasar desapercibida, pero por supuesto, no duró mucho.
—Brooke —llamó Daniel de repente—. Cuéntanos la historia de tu primer beso en la isla.
Todos rieron. Yo casi me atraganto con un pedazo de coco.
—Eso no tiene gracia. —Mi voz salió cortante.
—Al contrario, tiene toda la gracia —respondió Noah, guiñándome un ojo.
—Ya basta —dije, poniéndome de pie.
Pero antes de irme, Oliver intervino:
—Déjenla en paz. —Su tono fue serio, inesperado.
El grupo se calló un instante, sorprendido. Yo también lo miré, con el corazón latiendo fuerte. Él me sostuvo la mirada un segundo y luego desvió la vista hacia el fuego.
Ese gesto me confundió más que cualquier broma. Por primera vez, parecía estar de mi lado. Y eso… eso me daba miedo.
A solas con Olivia
Cuando todos se dispersaron, Olivia me arrastró a un lado.
—¿Quieres explicarme qué demonios pasa contigo y mi hermano? —preguntó en voz baja, con los brazos cruzados.
—Nada pasa —respondí rápido, demasiado rápido.
—Brooke, te conozco. Te brillan los ojos cada vez que discutes con él.