Macht en alta mar

Capitulo 18

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Capítulo: Plan de escape

Si alguien me hubiera dicho que iba a terminar en una isla desierta, rodeada de cocos, mosquitos tamaño helicóptero y Oliver —sí, ese Oliver—, me habría reído en su cara. O llorado, según el día.

Pero ahí estaba yo, con los pies llenos de arena, un bronceado irregular y una paciencia que se evaporaba más rápido que el agua que intentábamos hervir en latas vacías. Y como si fuera poco, había surgido una idea brillante entre el grupo: encontrar una manera de enviar señales de rescate.

Lo lógico, ¿no?

Lo ilógico era que me hubiera tocado colaborar precisamente con Oliver.

—Mira, si vamos a hacer humo, necesitamos algo que arda y mucho verde para que sea denso —explicó él, con ese tono de voz de profesor engreído que me sacaba de quicio.

—Gracias, Capitán Manual de Supervivencia —repliqué, cruzándome de brazos—. ¿También vas a explicarme cómo respirar?

Él sonrió de medio lado, ese gesto irritante y… malditamente atractivo que odiaba reconocer.

—Solo intento que no termines incendiando la isla.

—Por tu bien, Oliver, espero que no vuelvas a insinuar que soy un peligro con el fuego. —Le lancé una rama a los pies.

Él la recogió sin inmutarse y la colocó junto a un montón que estábamos reuniendo.

—Lo digo porque eres un peligro en general.

—¡Argh! —bufé, girándome hacia Olivia, que observaba desde lejos, divertida. Ella solo me hizo un gesto como diciendo: ya sabes, coopera.

Claro, fácil para ella decirlo. No estaba atrapada en un proyecto de supervivencia con el hombre que había sido mi rival número uno desde que lo conocí.

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El plan en acción

Al final, terminamos alejándonos un poco de la playa principal para buscar un sitio alto donde hacer la fogata de señales. La subida fue un suplicio. Entre piedras, raíces y mi poca habilidad para escalar, acabé resbalando más veces de las que quería admitir.

—¿Quieres que te dé la mano? —preguntó Oliver después de que casi me fuera de cabeza contra un arbusto.

—No. —Levanté la barbilla con orgullo—. Puedo sola.

—Claro, claro. Solo que el arbusto parece estar enamorado de ti.

—Al menos alguien me aprecia en esta isla —solté, con sarcasmo.

Él rió. Una risa baja, profunda, que me provocó un cosquilleo extraño en el estómago. Sacudí la cabeza. No. Nada de cosquilleos. Eso era probablemente hambre.

Cuando por fin llegamos a la cima de una pequeña colina, la vista era impresionante: el mar infinito, la línea del horizonte y la playa diminuta abajo. Por un instante, me olvidé del calor, del cansancio… incluso de Oliver.

—Si encendemos el fuego aquí, podría verse a kilómetros —comentó él, rompiendo el silencio.

—Perfecto. Hagámoslo rápido antes de que me arrepienta de colaborar contigo.

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El humo de la discordia

Empezamos a reunir ramas secas y hojas verdes. Yo me encargaba de apilar mientras Oliver se ocupaba de la estructura de la fogata. Lo hacía con una precisión casi obsesiva, como si estuviera armando un mueble caro y no un simple montón de palos.

—¿Planeas pedirle matrimonio al fuego o qué? —pregunté, arqueando una ceja.

—Planeo que funcione, cosa que no pasaría si lo hicieras tú sola.

—¡Oye!

—Es un cumplido, Brooke.

—Eso no sonó como cumplido.

Él levantó la mirada, y durante un segundo nuestros ojos se encontraron. Me sostuvo la mirada más tiempo del que era apropiado, y tuve que apartar la vista antes de que notara el rubor en mis mejillas.

Ridículo.

Cuando encendimos el fuego, el humo comenzó a elevarse, pero era débil, más como un suspiro que como una señal de auxilio.

—Necesitamos más verde —dijo Oliver, echando hojas frescas.

Yo me apresuré a traer más ramas, pero una chispa salió disparada y casi me prende el cabello.

—¡Brooke! —Oliver reaccionó al instante, apartándome y cubriéndome con su brazo.

El corazón me dio un brinco absurdo.

—Estoy bien —murmuré, aunque seguía sintiendo su brazo rodeándome.

—Podrías haber salido ardiendo.

—Pues al menos así sí me verían desde un avión —repliqué, intentando sonar ligera.

Él negó con la cabeza, pero tenía una sonrisa contenida.

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Chispas en el aire

Después de estabilizar la fogata, nos sentamos un momento a descansar. Yo jugueteaba con una ramita, intentando no pensar en lo cerca que había estado de él hace unos minutos.

—No pensé que fueras a tomarte esto tan en serio —dije, rompiendo el silencio.

—¿El fuego o trabajar contigo?

—Ambas.

Oliver se recostó en una roca, mirando al cielo.

—No me malinterpretes, Brooke. Sé que te divierte pelear conmigo, pero también quiero salir de aquí.

Lo miré de reojo. Había algo distinto en su tono, una seriedad que pocas veces mostraba.

—¿Crees que alguien verá el humo? —pregunté, bajando la voz.

—Si tenemos suerte, sí.

La forma en que lo dijo me hizo sentir un nudo en el estómago. Por primera vez desde que llegamos a la isla, pensé en la posibilidad real de que tardaran demasiado en encontrarnos. Y eso me asustó más de lo que quería admitir.

Oliver debió notarlo, porque añadió:

—Tranquila. No dejaré que nada te pase.

Lo miré sorprendida. No había burla en sus palabras, ni sarcasmo. Era una promesa.

Y por alguna razón, eso me desconcertó más que cualquiera de nuestras discusiones.

Más señales… y más problemas

Decidimos hacer turnos para mantener el fuego vivo. Mientras Oliver se ocupaba de traer más ramas, yo me quedé alimentando la fogata. Al verlo regresar cargado con un montón de hojas y troncos, no pude evitar decir:

—Mírate, todo musculoso y útil. Ashley debe estar babeando desde la playa.

Él soltó una carcajada.

—¿Otra vez con los celos?

—¡No estoy celosa! —me apresuré a decir, demasiado rápido.

Él dejó las ramas en el suelo y se acercó con esa sonrisa que tanto odiaba y que, en secreto, empezaba a desarmarme.



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Editado: 22.09.2025

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