🌬️🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊
Capítulo final: El verdadero final feliz
Han pasado semanas desde que regresamos de la isla.
Semanas en las que he intentado—en vano—volver a la normalidad.
Al principio pensé que sería fácil: retomar mi rutina, mis turnos en el hospital, mi café matutino, mis cenas con Olivia para desahogarnos de todo lo que vivimos. Y sí, funcionaba… hasta que cualquier cosa me lo recordaba.
El olor a humo de una parrillada en la calle me transportaba directo a nuestra fogata improvisada. Un ruido fuerte me devolvía a aquella noche en la que creímos que los cocos nos iban a matar. Y ni hablar de cuando veía estrellas en el cielo; era imposible no recordar la guardia nocturna que compartimos, los silencios incómodos, las confesiones veladas.
Pero lo peor de todo no era eso.
Lo peor era que cada vez que cerraba los ojos, veía a Oliver.
Y no a “Oliver el insoportable”, sino a “Oliver el que se quedó sin palabras después de besarme”, “Oliver el que cargó conmigo cuando me torcí el tobillo”, “Oliver el que me hizo reír cuando pensaba que iba a llorar”.
Ese Oliver me perseguía, y yo no sabía cómo callarlo.
---
La fiesta inesperada
Una tarde, Olivia me arrastró a una reunión organizada por algunos de los sobrevivientes. Al parecer, Eva y Noah habían decidido que necesitábamos una especie de “fiesta de cierre de temporada” para celebrar que seguimos vivos y que ninguno terminó devorado por cangrejos gigantes.
—Va a ser divertido —me aseguró Olivia, mientras yo me ponía un vestido que llevaba meses guardado—. Todos vamos a estar, y seguro hay pizza.
—¿Pizza? —pregunté, arqueando una ceja.
—Sí, pizza. ¿Acaso no te convence pizza gratis?
—Bueno… —suspiré—. Solo por eso.
La fiesta se celebró en un bar pequeño, con luces de colores y música demasiado alta. Apenas entré, me recibió un grito de Eva:
—¡Nuestra heroína favorita!
Me abrazó tan fuerte que casi derramo mi bebida recién servida. Noah me dio una palmada en la espalda que casi me saca un pulmón, y Ashley apareció luciendo un vestido brillante, lista para monopolizar las fotos de la noche.
Todo era risas, bromas y anécdotas ridículas sobre la isla. Yo me sentía más ligera de lo que me había sentido en semanas.
Hasta que lo vi.
---
Oliver aparece
Oliver.
De pie, al otro lado del bar, con una camisa blanca arremangada y el mismo aire de seguridad molesta que siempre lo rodeaba.
Mi corazón decidió saltar como si estuviera practicando crossfit.
—Relájate —me dijo Olivia al oído, notando cómo me quedaba clavada en el sitio—. Es solo Oliver.
“Solo Oliver.”
Como si esas dos palabras fueran capaces de resumir el caos interno que me provocaba.
Intenté ignorarlo. Bailé con Eva, reí con Noah, incluso me uní a Ashley en un selfie grupal. Pero cada vez que volteaba, sus ojos grises estaban sobre mí. No con burla, no con sarcasmo. Con algo diferente.
Algo que me asustaba más que los mosquitos de la isla.
El discurso absurdo
En medio de la noche, Noah subió a una silla con un micrófono improvisado (que claramente nadie le dio, pero él tomó igual).
—¡Atención, náufragos! —gritó—. Hoy celebramos que sobrevivimos, que aprendimos a pescar, a no matarnos entre nosotros, y sobre todo, a hacer fogatas que no parecían fogatas.
Todos rieron. Yo también. Hasta que Noah añadió:
—Y también celebramos que algunos de nosotros… —hizo una pausa dramática— …descubrieron sentimientos inesperados en esa isla.
El bar estalló en risas y silbidos. Yo casi me atraganto con mi bebida.
—¿Qué demonios está diciendo? —susurré a Olivia, que ya reía a carcajadas.
—Nada que no sepamos todos, cariño.
Sentí que la cara se me ponía roja. ¡Claro! Para ellos era un chisme, un chiste, algo divertido. Para mí, era un secreto que intentaba enterrar bajo toneladas de orgullo.
Y justo cuando pensaba que la vergüenza no podía ser peor, Oliver se levantó.
—Ya basta, Noah —dijo con voz firme.
El bar quedó en silencio. Todos lo miraron expectantes.
Oliver respiró hondo, como quien se prepara para saltar al vacío. Y entonces, lo dijo.
---
La confesión
—Sí. —Su voz resonó clara, segura—. Es cierto.
Un murmullo recorrió la sala. Mi corazón se detuvo.
—Durante semanas, estuve atrapado en una isla con la persona más molesta, sarcástica y obstinada que he conocido. —Sus palabras arrancaron risas del grupo—. Una mujer que discutía conmigo por absolutamente todo: desde cómo encender un fuego hasta si el agua de coco sabía horrible o no.
Yo quería hundirme bajo la mesa.
—Pensé que nunca soportaría estar cerca de ella —continuó—. Pero entonces, algo cambió. Entre peleas y sarcasmos, descubrí a alguien valiente, alguien que cuidaba de los demás, alguien que me hizo reír incluso cuando sentía que íbamos a morir ahí.
Un silencio denso llenó el lugar. Oliver me miraba fijamente. Ya no hablaba al grupo, hablaba a mí.
—La verdad es que no soportaba a Brooke… porque me importaba demasiado. Porque, de alguna manera ridícula e inexplicable, se me metió en el corazón.
El bar estalló en exclamaciones, silbidos y aplausos. Yo me quedé paralizada, con la boca entreabierta y la mente hecha un lío.
¿Oliver acababa de declararse frente a todos?
¿El Oliver que me había sacado canas verdes?
¿El Oliver que juraba detestarme?
Ese mismo Oliver estaba admitiendo, públicamente, que… que me quería.
---
La respuesta
—¡Brooke, di algo! —gritó Eva entre risas.
Yo me levanté de golpe. Mis piernas temblaban. Caminé hacia él, entre gritos de ánimo y aplausos.
—¿Estás loco? —le susurré cuando llegué frente a frente.
—Seguramente. —Sonrió con esa maldita sonrisa torcida—. Pero al menos soy un loco honesto.
No sabía si quería golpearlo o besarlo. Tal vez las dos cosas.