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Noah
Lo confieso: cuando me inscribí en ese crucero de solteros, lo hice más por contenido que por amor.
Sí, ya sé, suena mal, pero para un tipo como yo, que vive con una cámara en la mano y mide su día en número de “likes”, todo es material. Imaginé un par de citas ridículas, un par de retos grabados, muchos clips divertidos para mi canal y, con suerte, algún drama que me ayudara a subir visualizaciones.
Nunca pensé que terminaría perdido en una isla, discutiendo con mosquitos más grandes que mi autoestima y, mucho menos, viendo cómo dos personas que juraban odiarse se convertían en pareja de película.
Brooke y Oliver.
El dúo dinámico de insultos y sarcasmos.
Yo aún recuerdo la primera noche en la isla, cuando ella lo llamó “insufrible” y él respondió con una reverencia digna de Shakespeare. En ese momento pensé: estos dos van a terminar juntos.
No porque fuera evidente, sino porque lo conozco. Sí, conozco ese tipo de odio disfrazado. Ese que en realidad es pura tensión esperando explotar.
Y vaya que explotó.
No voy a mentir, al principio sentí un poco de celos. No por Brooke en sí —aunque es increíble—, sino por la forma en que alguien podía ver a través de Oliver.
Él siempre fue el tipo misterioso, el que parecía tener un guion interno para cada conversación. Pero Brooke lo sacaba de su papel, lo dejaba sin defensas, lo hacía enojar y reír al mismo tiempo. Y eso… eso era envidiable.
Porque a mí nadie me saca de mis personajes. Yo soy el tipo gracioso, el que improvisa, el que siempre está “encendido” frente a la cámara. Y cuando la cámara se apaga… bueno, ahí no queda mucho que mostrar.
Volver a casa después de todo aquello fue extraño.
Mis seguidores esperaban un montón de videos épicos de la experiencia, y sí, los hice: compilaciones de los días en la isla, bloopers, hasta un “top 10 de peleas entre Brooke y Oliver”. Pero en medio de todo eso, me di cuenta de que algo había cambiado en mí.
Ya no me reía igual. Ya no me bastaba con la broma fácil ni con la edición rápida. Había descubierto que la vida real, sin filtros ni efectos, era mucho más interesante.
Y que la gente, incluso la que parecía fuerte e indestructible, escondía grietas.
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Olivia, por ejemplo.
No sé en qué momento empecé a fijarme en ella, pero ahí estaba.
Al principio solo la veía como “la mediadora”, la que ponía paz en medio del caos. Pero luego me di cuenta de que detrás de esas bromas suyas había alguien que observaba de verdad. Que se preocupaba de verdad.
Cuando yo hacía chistes para distraer al grupo, ella era la única que me devolvía una mirada que parecía decir: sé que no siempre estás riendo por dentro.
Y eso, créanme, da miedo. Porque nadie suele ver más allá de la fachada que me construí.
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El otro día nos encontramos por casualidad en un café. Ella estaba con un cuaderno lleno de garabatos y yo con mi cámara lista para grabar cualquier tontería. Terminé sentándome en su mesa y hablando por horas, sin necesidad de prender el “modo youtuber”.
Fue raro.
Fue… cómodo.
No tuvimos que salvar el mundo ni huir de tormentas tropicales para sentir que algo pasaba. Solo un café, un par de carcajadas y ese silencio que no pesa.
No voy a decir que estoy enamorado, porque sería exagerar. Pero sí admito que Olivia me da curiosidad. Mucha.
Y tal vez esa curiosidad sea lo que me estaba faltando en mi vida: alguien que no espera nada de mí, que no me ve como un canal de entretenimiento, sino como un tipo normal.
El problema es que no estoy seguro de si yo sé ser un tipo normal.
Mientras tanto, sigo con mi canal.
Los seguidores quieren más contenido de la “pareja de la isla”, y Brooke y Oliver a veces se prestan al juego. Hicimos un video juntos hace poco, una especie de trivia sobre quién recuerda más detalles del crucero.
Spoiler: ganaron ellos.
Spoiler dos: me reí tanto editando ese video que casi olvido que era mi propio trabajo.
Porque sí, puede que yo sea el payaso de la historia, pero ser testigo de su final feliz me recordó que, en algún momento, también quiero el mío.
Lo gracioso es que muchos me escriben mensajes tipo:
“Noah, ¿y tú para cuándo?”
“Noah, queremos un video con tu novia”.
“Noah, eres nuestro soltero favorito”.
Y yo sonrío, respondo con emojis y sigo como si nada. Pero la verdad es que esas preguntas se me quedan rondando en la cabeza cuando apago la pantalla.
¿Para cuándo?
Buena pregunta.
Si algo aprendí en esa isla fue que el amor no se busca en aplicaciones ni en viajes planeados como catálogo. El amor se cuela en discusiones absurdas, en miradas que parecen balas y en silencios que de repente se sienten cómodos.
Y sí, sé que suena cursi, pero hasta yo, el rey del sarcasmo, puedo admitirlo: ver a Brooke y Oliver juntos me dio un poco de fe.
Fe en que algún día alguien también querrá quedarse, aunque me empeñe en hacer chistes malos para espantar la seriedad.
Por ahora, sigo grabando, sigo editando y sigo llenando mi agenda de ideas que a veces no tienen ni pies ni cabeza. Pero cada tanto, cuando cierro la laptop, me sorprendo pensando en Olivia.
En cómo se reía cuando le conté mis teorías sobre los mosquitos mutantes.
En cómo me ofreció agua cuando fingí desmayarme por el calor (no funcionó, pero me regaló una sonrisa sincera).
En cómo no me mira como a un show, sino como a alguien que también merece ser visto sin máscaras.
Y tal vez… tal vez ahí empiece mi próxima historia.
Dicen que todos somos protagonistas de nuestra propia película, pero que algunos aceptamos ser personajes secundarios en la de los demás. Yo me acostumbré a eso: ser el alivio cómico, el amigo divertido, el que graba los bloopers mientras los otros se enamoran.
Pero, ¿y si esta vez no quiero ser secundario?