🌬️🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊Eva
Si cierro los ojos, todavía escucho las olas.
Ese sonido constante, como un latido gigante, se me quedó grabado en la piel. Y aunque ya estoy de regreso en mi ciudad, rodeada de edificios y bocinas, a veces juro que el viento todavía huele a sal.
Soy Eva, y siempre supe que mi vida iba a estar hecha de palabras. Pero nunca imaginé que esas palabras vendrían de un crucero desastroso, una isla perdida y un grupo de extraños que se volvieron familia.
Escribir para recordar
La primera noche después de regresar, saqué mi libreta. Esa que llevé a la isla y usé para escribir con palitos de carbón cuando la tinta se acabó. La abrí, y me encontré con garabatos torcidos:
“Olivia intenta cocinar arroz. Resultado: masa sospechosa.”
“Noah casi se cae del árbol intentando hacer de Tarzán.”
“Brooke y Oliver… discutiendo, otra vez. ¿O es coqueteo?”
Sonreí. Porque aunque parecían simples notas, en realidad eran recuerdos. Páginas de una historia que nadie me creería si la contaba tal cual.
Así que me propuse escribirlo todo. No solo los hechos, sino las emociones. La desesperación del calor, la risa que nos salvaba, la tensión que a veces se cortaba como cuchillo en el aire.
Escribir era mi forma de no dejar que la isla se borrara.
La primera frase
Me pasé horas pensando cómo empezar. Un libro necesita una primera frase que atrape, que hunda al lector en el mar de la historia.
Probé con:
“Nunca confíes en un sorteo.”
Muy cínico.
Luego:
“Todo comenzó con un crucero lleno de solteros.”
Demasiado cliché.
Finalmente, escribí:
“Éramos náufragos sin mapa, pero lo que realmente encontramos fue a nosotros mismos.”
Cerré los ojos y supe que era la indicada.
Entre risas y nostalgia
Cuando escribía sobre Noah, no podía evitar reírme. Recordar cómo imitaba a las gaviotas o cómo intentaba inventar programas de supervivencia con nombre ridículo.
Con Olivia, en cambio, me invadía ternura. Siempre mediando, siempre buscando la paz, incluso cuando los demás querían arrancarse los pelos.
Y con Brooke y Oliver… bueno, ahí era otro tema. Escribirlos era como transcribir una guerra fría llena de sarcasmos, miradas ardientes y silencios peligrosos. Yo los observaba, y aunque ellos no lo admitían, era evidente que algo se encendía cada vez que chocaban.
En mis notas escribí:
“No son enemigos. Son una chispa esperando convertirse en incendio.”
Y me reí sola porque, ahora que estaban juntos, tenía razón.
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El bloqueo inesperado
A mitad del segundo capítulo, me topé con el monstruo de todo escritor: el bloqueo.
Me quedé mirando la pantalla en blanco, con el cursor parpadeando como si me desafiara.
—¿De verdad crees que puedes escribir esto? —me dije en voz baja.
Porque una cosa es tomar notas, y otra es narrar una historia entera. ¿Quién iba a querer leer sobre nosotros? ¿Qué tal si mi voz no era suficiente?
Sentí un nudo en la garganta. Era como si la isla me hubiera dado una misión, y yo no estuviera a la altura.
Un mensaje inesperado
Entonces, sonó mi celular. Era Brooke.
“Eva, ¿cómo vas con tu libro? Si necesitas material, tengo un millón de recuerdos jugosos de Oliver haciendo el ridículo 😏.”
No pude evitar reír. Brooke tenía esa forma de animar sin siquiera proponérselo.
Le respondí: “Perfecto, voy a titular el libro El hermano odioso: crónica de una sobreviviente.”
Me mandó un emoji de fuego y otro de aplausos.
Ese pequeño intercambio me devolvió el ánimo. Recordé que no estaba sola. Que lo que quería contar no era solo mío, sino de todos.
Lectura improvisada
Unos días después, invité al grupo a mi casa para leerles un fragmento. Quería probar si mi narración funcionaba.
Ashley llegó con un nuevo delineador “a prueba de huracanes”, Daniel con su cámara como siempre, Olivia cargando brownies, y Noah… bueno, Noah llegó disfrazado con un sombrero de explorador.
—Ambientación, cariño —dijo, haciendo una reverencia.
Me acomodé con mi libreta y comencé:
“La isla no tenía nombre, pero para nosotros fue todo: cárcel, refugio, espejo. Allí descubrimos lo peor y lo mejor de nosotros mismos. Allí aprendimos que sobrevivir no siempre significa tener comida o agua… a veces significa tener a alguien que te haga reír cuando quieres llorar.”
Silencio. Todos me miraban. Mi corazón latía a mil.
Y entonces, Noah aplaudió exagerado.
—¡Bravo! ¡La poeta ha hablado! Propongo que Ashley haga la portada con su delineador y Daniel grabe la película.
Todos rieron, y yo también. Pero en medio de la broma, vi el brillo en sus ojos. Me habían tomado en serio.
Ese día entendí que, tal vez, sí tenía una historia que valía la pena contar.
Entre páginas y verdades
Mientras avanzaba, no solo escribía sobre ellos, sino sobre mí.
Me di cuenta de que siempre había tenido miedo de mostrar mis pensamientos más íntimos. Escribir ficción era fácil: podía esconderme detrás de personajes inventados. Pero esto… esto era real.
Confesar cómo me temblaban las manos la primera noche, cómo lloré en silencio extrañando mi cama, cómo pensé que nunca saldríamos de allí. Eso dolía.
Pero también era necesario. Porque la verdad, incluso la dolorosa, tiene su propia belleza.
La dedicatoria
Un libro no está completo sin dedicatoria.
La mía decía:
“A los que se rieron cuando todo parecía perdido.
A los que discutieron, lloraron y aún así siguieron.
A mis compañeros de isla: gracias por enseñarme que las palabras no solo cuentan historias, también salvan vidas.”
La escribí con lágrimas en los ojos. Porque era verdad.
Un paso adelante
La noche que terminé el manuscrito, me quedé mirando el archivo guardado en la computadora. Título: Supervivientes con estilo (versión literaria).