Macht en alta mar

Extra 4

Ashley

Si alguien me hubiera dicho que terminaría en un crucero con un grupo de extraños, peleando con cocos y aplicando delineador a prueba de huracanes mientras los demás se reían, habría soltado un espresso directo a su cara.

Pero ahí estaba yo, Ashley, reina del maquillaje y la organización, atrapada en lo que Noah llamaba “el paraíso del desastre”.

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El desastre empieza temprano

El primer día en la isla fue un caos total. Entre la emoción de explorar, el calor insoportable y las tensiones de todos por no perder el barco (o el celular, según Noah), yo trataba de mantener mi apariencia intacta.

—Ashley, ¿tu delineador sobrevive a esto? —preguntó Brooke mientras observaba cómo un mosquito del tamaño de mi mano atacaba mi brazo.

—Por supuesto —dije con orgullo—. Este delineador es resistente a huracanes, terremotos y hasta zombis.

Noah soltó una carcajada, casi se cae de la roca donde estaba sentado, y Oliver me miró como si estuviera presenciando un milagro cósmico.

—¿Zombis? —preguntó él, arqueando una ceja—. Ya me imagino la historia: la isla infestada de maquillaje apocalíptico.

Brooke y Olivia rodaron los ojos, y yo me sentí en mi salsa. Nadie podía arruinar mi momento de heroína de cosmética.

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Cocina y caos

No todo fue maquillaje. La comida fue otro desastre monumental.

Intenté preparar algo “fácil”: arroz con verduras. Fácil, dije. Rápido, dije.

Diez minutos después, Noah gritó:

—¡Ashley, eso no es arroz, es pegamento comestible!

—¡Es arroz… con personalidad! —grité, agitando la cuchara mientras el arroz amenazaba con escapar de la olla.

Brooke no pudo contener la risa y terminó derramando agua sobre mi delantal. Oliver simplemente se recostó, cruzó los brazos y me miró como diciendo: “Diviértete intentando salvar tu dignidad”.

Al final, nadie comió mucho, pero todos se rieron como locos. Y aunque me irritó en el momento, también entendí algo: a veces la diversión está en el desastre.

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La pelea de almohadas

Noah, claro, tenía que inventar un “reto extremo” antes de dormir.

—¡Noche de almohadas! —anunció, levantando su cámara—. El último que quede en pie, gana un desayuno especial (yo me ofrecí a cocinar… para más desastre).

Oliver aceptó el reto con la típica sonrisa socarrona, Brooke con un suspiro resignado, Olivia con una mirada de advertencia, y yo… bueno, yo estaba lista para vengarme del desastre del arroz.

Fue épico: almohadas volando, risas, gritos y, en un momento cumbre, Noah cayó sobre mí. Mi delineador intacto milagrosamente, pero mi orgullo… destruido.

—¡Traición! —grité mientras él me miraba con ojos de inocente—. ¡Esto es personal!

Brooke se doblaba de la risa y Oliver, como siempre, parecía disfrutar del caos.

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Reflexión entre risas

Esa noche, mientras todos dormían, me senté en la orilla de la playa. Miré las estrellas, el mar y el silencio de la isla.

Nunca me había sentido tan pequeña y tan viva al mismo tiempo. Todo el tiempo estaba preocupada por mi apariencia, por lo que los demás pensaban, por mantener el control.

Pero allí, con la arena fría bajo mis pies y el sonido de las olas, comprendí que podía permitirme ser imperfecta. Que podía reírme de mí misma y dejar que otros lo hicieran también.

Incluso Noah, con sus bromas eternas, y Oliver, con su sarcasmo elegante, me hicieron sentir parte de algo más grande que mi propia imagen.

Conexiones inesperadas

Durante la semana, me di cuenta de algo curioso: la isla tenía su propio código. Nadie se preocupaba por las redes sociales, ni por el maquillaje (bueno, algunos sí), ni por la apariencia perfecta. Solo existía el grupo, y sobrevivir juntos era la prioridad.

Eva escribía sin descanso en su libreta, capturando cada detalle. Brooke y Oliver discutían y se reconciliaban como si el mundo fuera un juego que ellos controlaban. Olivia medía la paz como si fuera su responsabilidad divina. Y Noah… bueno, Noah estaba en todos lados a la vez, registrando el caos con su cámara y sus bromas.

Yo me sentía en medio, tratando de equilibrar diversión y supervivencia, maquillaje y realidad, risas y emociones.

Pequeños momentos que importan

Recuerdo una tarde en la que la lluvia nos sorprendió. Todos corrimos como locos, buscando refugio. Mis lentes empañados, el delineador intacto milagrosamente, y Noah grabando todo con su cámara.

—Ashley, ¿estás bien? —preguntó Olivia—. Pareces un panda mojado.

—¡Gracias por tu apoyo moral! —grité mientras me lanzaba a la arena mojada.

Oliver, claro, aprovechó para burlarse.

—Creo que el panda intenta matarnos con su belleza.

Rieron todos, y en ese momento entendí algo importante: la belleza no está en la perfección, sino en compartir momentos absurdos con quienes te importan.

Una conversación con Daniel

Daniel, el silencioso, siempre estaba detrás de su cámara. Una noche nos sentamos juntos frente a la fogata.

—Ashley, ¿alguna vez te relajas de verdad? —me preguntó, serio pero con una sonrisa ligera.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, arqueando una ceja.

—No sé… siempre te veo preocupada por todo. Pero aquí, en la isla, eres tú. Sin filtros, sin maquillaje excesivo… y es genial.

Me sonrojé. No estaba acostumbrada a que alguien me viera de esa forma.

—Gracias, Daniel. —Susurré—. A veces me cuesta relajarme, pero creo que tú y Noah me ayudaron más de lo que creen.

Él asintió, mirando el fuego, y sonreí. Ese momento se quedó conmigo mucho tiempo.

Regreso a la ciudad

Cuando volvimos, pensé que todo cambiaría. Pero la ciudad, con su ruido y prisas, me recordó que no podía vivir en la isla para siempre.

Sin embargo, decidí llevar conmigo una lección: puedo reírme de mis errores, puedo aceptar mi imperfección y, sobre todo, puedo disfrutar de la compañía de quienes me rodean sin preocuparme tanto por lo que los demás piensen.



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Editado: 22.09.2025

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