Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

1. Ni el deseo destruye

CANADÁ, 12 DE ENERO DE 2014

—Levántate.

—¿No estamos de buen humor?

—¿A caso importa?

—Te voy a dar una paliza de todas formas, así que no. No importa.

James lanzó el puño en dirección a mi cara y la rodilla a mis partes más sensibles. Nada como entrenar con tu hermano pequeño para recordar que en la guerra y en la calle todo vale. O me jodía el ojo o los huevos. Dejé a sus nudillos golpear mi globo ocular con una contundencia devastadora, y con mi mano izquierda, empujé su pierna para desestabilizarlo acabando encima de él. No lo veía, estaba muy distraído intentando disipar las estrellitas que daban vueltas a mi cabeza como en los dibujos animados.

—Enano. Lo de los golpes bajos deberías de superarlo. Tengo más huevos que tú, por mucho que intentes cascarlos.

—Siempre hablas demasiado —brama. Y cuando estoy distraído y a punto de levantarme y dejarlo estar en el suelo, agarra mi camiseta y tira de mí hacia abajo. Mi nariz impacta contra su frente y su puño sobre mi sien. Golpe certero, hermano. Desaparezco.

La noche en que la tormenta es muda y sorda

la Luna es ciega.

Entre sacrificio y escapatoria,

la alternativa se pierde en las tinieblas.

Ella se irá sufriendo.

Sin más remedio.

Como tantas otras veces, desperté en mi dormitorio con un dolor de cabeza descomunal. Agotado y sin saber el día o la hora en la que vivía. Una imagen salió de las sombras.

—Casi dos días, Guardián. Te vas superando.

—Cada vez me cuesta más despertar.

—Será porque no tienes nada que hacer despierto. Eres un abuelo blandengue y aburrido —ríe.

—Tú afilada ironía me devuelve a la realidad, hermanito. —Mi voz sonó gangosa, lo normal al tener la boca tan seca, continué con desgana —. No hay nada como tenerte en casa.

Me tiende la mano para ayudarme a levantar de la cama. Me golpea la espalda con fuerza y casi me hace escupir el aire. Eso me recordó algo...

—¿Llueve? —pregunté.

—Desde hace días y sin descanso, hemos tenido rachas de viento de 110 km/h y todos los rebosaderos de Galia están hasta arriba.

—¿Donna no ha hecho nada para evitarlo?

—Solo cuando amenacé con desinstalar Netflix.

Desde luego el comportamiento infantil no era exclusivo de los Clain. La niña era la viva imagen de la madurez de mi hermano.

—¿En la sien? ¿Ya no sabes cómo matarme y recurres a trucos humanos?

—Estás hecho de acero, tío. Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer para vencer a su hermano mayor. Avisaré a Donna. Esta vez has tardado demasiado en despertar y te lo juro, ¡no sé cómo narices la aguantas! Esa niña es insufrible.

Mi hermano de sangre se alejó con mucho más ánimo del que me dejaba. Haciendo aspavientos con las manos y comprobando su reflejo al cruzarse con el espejo del armario de mi dormitorio. Ni siquiera su hedonismo infantil apartaba la oscuridad de mi mente. El recuerdo de mis visiones sería capaz de helar de sangre de un esquimal. Todo cuanto veía solía estar sujeto a diversas interpretaciones pero en aquella ocasión, las palabras habían dejado bastante claro el significado.

Ella se irá sufriendo.

Sin más remedio.

¿Pero a dónde? Mis aptitudes como Oráculo iban y venían sin control, había sido pura casualidad que se desatara tras el golpe de mi hermano. Las había recibido incluso conduciendo un vehículo. Pero en los últimos dos años los trances posteriores habían ido incrementando su longitud en el tiempo; desde unos minutos hasta días. Eso no era nada bueno, un Guardián como yo no podía desatender sus responsabilidades de esa forma, había demasiadoen juego. Demasiado. De seguir así tendríamos que replantearnos la estructura del equipo porque Donna no podía quedar desprotegida por tiempo indeterminado. O cesaba como Guardián, o buscaba mi destino de una puta vez hasta que las visiones no tuvieran nada más que adivinar, y fueran mis ojos quienes presenciaran el futuro.




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