Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

3. Solo el miedo detiene la vida

Canadá, marzo de 2014

 

—¡Me mentiste! ¡Me dijiste que estaba a salvo, que no tenía de que preocuparme!

—¿Y lo está? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has visto?

Su calma devoraba la mía sin ningún esfuerzo.

—¿Y tú me preguntas? No se supone que lo sabes todo…

—Puedes ser todo lo agresivo y estúpido que quieras conmigo pero ella está a salvo. No digo que no corra peligro. Tú lo sabes mejor que nadie.

—Tú y tus aburridos juegos de palabras. Si no llega a ser por Olaya ahora tus planes se habrían desbaratado por completo. La han atacado en el bosque, la lechuza acudió a mí y se han salvado de milagro.

La niña sonrió mofándose de mí inseguridad, caminó hasta acercarse al ventanal de la oficina desde el que se podía observar Pontedeume.

—Mis planes nunca salen mal. Te estás volviendo un controlador de oficina, rabioso e insoportable. Igual tienes que follar más.

—No me tomes el pelo, no imaginas el placer que me produce mandarte a tu cuarto, niñata insolente.

No pude ser más tajante con mi voz.

—Durante treinta segundos —retó    

—Durante treinta segundos —retó.   

—Los mejores treinta segundos del día —añadí.

La niña se dio la vuelta para dejarme solo en el despacho. Me sentía muy nervioso por lo que acababa de ocurrir. Estaba en medio de una reunión cuando Olaya gritó a kilómetros de distancia. No necesité más para saber que Ella estaba en peligro. Demasiado lejos para protegerla, lo único que se me ocurrió fue convocar una distracción para los asaltantes, y resultó una estrategia perfecta que también los había disuadido. Había faltado muy poco para perderla antes de… antes de todo.

La niña debió contar los segundos exactos porque antes de concluir mis pensamientos irrumpió de nuevo en mi despacho.

—Mi Guardián, es la hora. Pero has de ser cuidadoso, los hechos se precipitan y tu soberbia puede estropearlo todo. Ni el deseo destruye, ni el amor construye. Solo el miedo detiene la vida. De igual modo que solo con amor se vive. No lo olvides.

Quise articular palabra pero mis cuerdas vocales me lo impidieron. Ella sonrió sabiéndome mudo por su mano. Nada ocurría sin que la niña intercediera.

Había llegado el momento. El Guardián se preparaba para la lucha, el hombre para vivir, por fin. Y aunque el tiempo comenzara a contar, mi corazón se paró.

 




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