Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

5. Solo con amor se vive

Finales de Mayo de 2014

—Dime, Vanessa.

Contesté el móvil.

—Kai, ¿estás en la Universidad?

—Sí, he venido con James. Participa en las Jornadas que organiza la Facultad estos días. Nunca he visto tanta universitaria junta.

—¿Clain & Oxford?

—Sí, algún acuerdo de colaboración con la Universidad. Captan personal para la nueva sede.

—¿Lucía está contigo?

—Sí.

—De acuerdo. ¿Nos vemos a las ocho donde siempre?

—Claro.

Había mentido, ni había ido con James ni estaba con Lucía. Y dudaba enormemente de que existiera o llegara a existir aquel tipo de colaboración. Si no me equivocaba, y no lo haría, el todoterreno de Vanesa estaría enfrente de mí antes de veinte minutos, no se fiaba de mí. Y hacía bien. Yo la buscaba a ella, ya no podía esperar más. Mi cuerpo la necesitaba, su ausencia confundía mis sentidos. Cada día era peor que el anterior, cada noche más extrema. Con ella siempre era más, más, más… nunca suficiente. No me bastaba con Olaya, no me bastaban veinte minutos al día, no me bastaba el recuerdo. Tampoco me bastaban los sueños. La fortaleza de un Guardián no se forja con promesas sino con la guerra, y yo había tenido mucho de lo segundo y demasiado de lo primero. Iba a coger lo que era mío y punto.

Había coaccionado a un par de subordinados para localizarla y no había sido nada fácil, solo tenía un retrato robot y cincuenta mil kilómetros cuadrados de terreno para localizarla. No solía discutir los motivos de Donna para ocultarme uno u otro asunto, a veces incluso lograba que entrara en razón. En aquella ocasión había avanzado terreno en mi búsqueda ignorando su implícita solicitud para que siguiera esperando. Lo ocurrido en Luna fría noches atrás había sido el detonante y Donna lo sabía, siempre he creído que seguiría esperando de ser por ella. No le quedaría más remedio que ceder tras mi última visión.

Debía de estar allí, tenía que estar allí porque Olaya lo estaba, la aitai siempre estaba cerca de la otra parte de nuestra alma. Colgué el teléfono a Vanessa subyugado por su fragancia; entre nardos y jazmín. Tenía ese olor grabado en mi sangre a través de los sueños. Su sonrisa había llegado a mis oídos, no era el sonido tímido al que estaba acostumbrado sino mucho más desinhibido. La risa que yo conocía era gutural, aquella era viva e irreverente, como un gato travieso jugando con un cascabel de cristal. Pero ella, indudablemente. Cerré los ojos inspirando y escuchando, con calma. Mis sentidos habían sido educados para la perfección, y el cuerpo guió mi vista hasta el sauce. Podría localizarla entre mil multitudes.

A pesar de estar en el lugar correcto por primera vez en mucho tiempo me sentí mareado. Miles de imágenes pasaban por mi mente a gran velocidad: recuerdos, sensaciones, lágrimas, sonrisas, pasiones… Y todo en mí se desbocó. Hace bastante tiempo entendí que con su llegada acecharía la constante amenaza de su ausencia. Lo que tanto había deseado estaba allí en aquel instante. Felicidad por tenerla, calma por encontrarla y el más horripilante temor. La bestia bramaba porque también la había reconocido, o al menos eso pensé. Mis pies se movieron como la marea viene y va, sin remedio. Todo yo me sumergí en una necesidad demencial, la necesitaba entre mis brazos. La deseaba cobijada en mi pecho, debajo de mi cuerpo. ¡Ya! Mis puños se cerraban con más intensidad a cada paso. Nueve, ocho, siete… Concentrado en su figura, la melodía de su voz. Un sudor frío atravesó mi piel, la bestia la quería. Seis, cinco… Ahí estaba, a unos metros de mí con esa mirada tan especial; un ojo gris y otro azul, muestra de su mestizaje. Su silueta esbelta, la sonrisa que pondría ritmo a mi vida de nuevo. Cuatro… Podríamos construir tanto si ella me aceptara. Solo si fuera posible. Solo si era capaz de mantenerla a salvo. Solo si fuera suficiente para ella. Tres… solo si fuera posible.

Pero me detuve, no podía presentarme así de pronto, ¿qué le iba a decir? Hola, soy un guerrero que lleva esperándote desde tu nacimiento, me muero por hacerte el amor y encerrarte en un sótano, donde ni la misma vida pueda encontrarte. No, esa no era una buena opción, Kaiden Clain hacía las cosas de otra manera. Con orden, estructura y cabeza. Convencería a alguien dentro de aquel edificio para saber donde vivía y daría con ella hasta entrar en su vida poco a poco. Aunque mis dedos quisieran estrujarla eternamente desde aquel mismo instante. Mi temperamento iba y volvía, como el control. Miré al cielo temiendo lo peor, así era. La mañana de sol había dejado paso a una tormenta inminente.

Con el corazón lleno de dudas me quedé allí, observándola a lo lejos, disfrutándola. Cuatro o cinco metros nos separaban, podría recrearme en su aroma, ese que me presentó Donna la misma noche en que la prometió para mí, la misma noche en la que me escogió como su Guardián y Guía de su ejército. Ajena a mí, ella sonreía bajo el sauce que presidía el centro del parque. Jamás pudo albergar belleza igual su sombra, no me cabía ninguna duda. Jamás una sonrisa tan bella pudo acompañar sus horas. Jamás pude odiar tanto a la naturaleza que he aprendido amar desde niño, solo ahora porque la madre tierra y el sauce la disfrutan a su amparo, y yo no.




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