Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

6. Cuando todo comienza

En el mismo lugar, a la misma hora.

—¡Daniela! ¿Lo has visto? Dime que lo has visto, ¡di que sí! Madre mía, ¡cómo te miraba! Dani, ¿sabes qué? Creo que te odio… Sí, definitivamente te odio, yo lo vi antes pero solo ha tenido ojos para ti… ¡Qué bueno estaba, joder!

Mi compañera Ana parloteaba sin parar mientras yo recobraba el aliento tras el asalto que acababa de sufrir. La presencia de ese hombre había paralizado todos mis sentidos llevándome a un estado de idiotez suprema entre la bobería y la hipnosis idiotizante. ¡Qué vergüenza! Me asomé sobre los hombros de mis amigas para encontrarlo aún clavado allí, observando como si hubiera echado un lazo a mi cuello y no pudiera dejarme ir. Con el corazón a toda velocidad, y sin suficiente aire alrededor con el que respirar, empezaba a sentirme mareada y asustada. Con total brusquedad, aquel hombre había violado todos mis sentidos, obligándome a sumergirme en unos ojos oscuros y profundos, que escondían mucho más de lo que mostraban. ¡Por Dios! Alex había tenido que tirar de mí para levantarme del césped porque ni me había dado cuenta de que llovía. ¿Qué había pasado conmigo para que me volviera tonta de golpe? Vagamente consciente de las divagaciones de Ana, me escondí tras ella, sentándome en un sobresaliente del edificio. Pretendí tomar el control de la situación.

—¿Me has oído, Dani? ¿Le conoces? Tía, ¿qué narices te pasa?

—No, emm, no. No le había visto antes. No le conozco de nada. Es más ni siquiera me he fijado bien. No sé… No…

¿Qué mierda de respuesta era esa? Mi cerebro seguía flotando dos cuartas por encima de mi cabeza, o a lo mejor se me había escapado por una oreja y ni me había enterado. O quizás el ochenta por ciento de la sangre de mi cuerpo bombeaba mi vagina ocasionándome una afasia en toda regla. Alex, mi amigo, estaba de pie totalmente rígido y frío, de espaldas a mí. Clavaba la mirada en el rubio mientras Tasi, por su parte, hacia lo mismo con el moreno. ¿Qué demonios estaba pasando aquí? Ana volvía a zarandearme como si aquella situación la aburriera enormemente.

—Bueno, Dani, contéstame. ¿Qué crees que debo hacer con Antonio? Es que no se entera de nada.

Mi cerebro elaboró una respuesta sencilla mientras observaba a mi amigo alejarse de nosotros sin despedirse.

—Habla con él.

—Pero sí ya lo he hecho. Chica, a veces pareces de otro planeta…

—Daniela se refiere a que vuelvas a hablar con él, Ana. Lo más probable es que piense que está esforzándose lo suficiente.

Miré a Tasi para agradecerle que me sacara de aquella conversación absurda. Me guiñó un ojo y se llevó a la chica unos pasos más allá para cotillear y darle uno de esos consejos de abuela que tan bien sabía dar. Pero el rubio ya no estaba allí, solo alcancé a verle subir a un coche negro, un todoterreno conducido por una mujer de aspecto robusto. Cuando el coche hubo arrancado me vi tentada a mirar mi ropa o buscar un espejo… ¿habría salido desnuda de casa y por eso me miraba así todo el mundo? En pocos minutos el sol salió de nuevo y las tres bajamos la calle en dirección a la parada del bus.

Tenía que reflexionar sobre lo que acababa de ocurrir. O mejor, no volver a pensar en ello.

Era mi último año de carrera. Tasi y yo habíamos defendido con méritos el Programa de simultaneidad del Grado en Turismo y el Grado en Ciencias Empresariales. Cinco años a medio camino entre el Campus de Elviña y la Escuela Universitaria de Turismo. Todo un logro teniendo en cuenta que lo que de verdad me volvía loca eran las letras. Aún así, estaba decidida a no dejar pasar ninguna oportunidad: clases, prácticas, proyectos, fiestas… y todo aquello que nos permitiera compartir al máximo el tiempo juntas antes de acabar tomando café en la cola de la oficina del INEM en Pontedeume o A Coruña. De las guardias en la manada no nos libraba un empleo, pero ayudaba bastante. En fin, queríamos dejar huella en aquel mundo. Que alguien nos recordara.

Ana cogió otra línea de bus y Tasi y yo volvimos a casa en total silencio. Aquella era mi última tarde libre ya que al día siguiente volvería a trabajar en “La Bibloteca de Sofía”. Una librería especializada en libros antiguos y leyendas nórdicas en la que trabajaba desde hacía más de dos años. Cogí unos días de descanso antes de terminar las prácticas en uno de los Hoteles del centro de la ciudad. Había sido agotador intentar congeniar ambos empleos y las obligaciones de la manada. Me encantaba el trabajo en la librería, además Sofía era un encanto, más compañera que jefa. En el bus, Tasi era un remanso respetuoso a mi lado, siempre sabiendo dar el espacio que necesitaba. Y en esta soledad tan deseada fue imposible no volver a minutos atrás, deteniéndome en el recuerdo de ese hombre y la forma en la que había irrumpido en mi espacio haciendo girar el suelo.




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