Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

8. ¿Y ahora qué?

—Me gustaría saber por qué estás enfadado conmigo, Alex. Realmente no sé qué ocurre.

Tras traerme a casa ambos estábamos repantingados en el sofá pero su actitud era muy distante conmigo. Por un lado tenía la impresión de que quería decirme algo pero por el otro, solo demostraba estar allí por el simple hecho de no estar en otro lugar.

—No digas tonterías, Dani. No me pasa nada.

—Lo que tú digas —molesta por su falta de sinceridad me levanté de un salto y fui directa a la cocina.

—¿Quién es? —grita desde el salón. ¿Se refería al rubio? Volví al salón con la curiosidad a flor de piel.

—¿Quién es quién, Alex?

—¿Desde cuándo os estáis viendo? —Mi respuesta fue una mandíbula arrastrando. Aquello no me gustaba nada.

—No me respondas con otra pregunta y dime de quién estás hablando.

—No me jodas, Dani. El principito extranjero, no me tomes el pelo y contéstame de una vez.

Es verdad, es canadiense. Y un príncipe casi seguro ¿pero tú cómo lo sabes?

—¿Sabes qué?, ¡no es de tu jodida incumbencia! No quiero discutir contigo, para ya, por favor.

—¿Esas tienes, Daniela? No me puedes dejar de lado por él. No lo voy a permitir.

Mi corazón dejó de latir para dar golpes dentro de mi pecho. Odiaba discutir con mis amigos. Alex y Tasi eran lo más valioso que tenía pero no le iba a dejar intimidarme. Mientras reflexionaba se levantó del sofá y me agarró de las muñecas en un arranque más violento que masculino.

—Oh no... Ni hablar. No voy a pasar por aquí contigo. Es mejor que te marches en este momento si no quieres que acabemos discutiendo por algo que no es cierto, además de que no es asunto tuyo en absoluto.

—Esto no va a quedar así, Dani.

¿Pero quién eres tú y que has hecho con mi amigo? Me estaba haciendo daño.

—¿Es una amenaza?

—No, una clara advertencia.

Arrojó mis brazos al soltar mi muñeca con un desprecio desmesurado. Por instinto me las comencé a acariciar observándolo coger su mochila, la chaqueta y el casco de la moto. No volvió a mirarme, pasó justo delante de mí rozando su espalda en mi pecho. ¡Pedazo de imbécil! Mi estado de ánimo se encendía y la furia arrasó mi cuerpo cuando el silencio reinó tras un portazo en la puerta principal.

—¡Idiota! —grité con todas mis fuerzas antes de que el motor rugiera y las ruedas chirriaran en el asfalto.

Un escalofrío irracional recorrió mi cuerpo como una premonición. Todo iba a cambiar, la estabilidad estaba llegando a su fin. Correr, necesitaba correr. Papá Capitán no había vuelto, Tasi trabajaba aquella noche y yo no quería estar sola. Salí de la casa por la puerta de atrás y salté la verja para adentrarme directamente entre los pinos. Tuve que correr a pie hasta encontrarme a escasos metros de la Guarida, siempre era así. No era capaz de usar mi don si no había cerca alguien de la manada. Solo Tasi lo sabía, ni siquiera mi padre. ¿Para qué necesitaba saber que su hija era aún más rara y defectuosa de lo que parecía a simple vista? Aquella noche Ratza, Dulce y Elisabeth serían mis compañeras en la patrulla. Ratza y yo llegaríamos hasta la playa. El dolor constante en mi hombro me molestó durante toda la patrulla y lo peor fue que no me dejó descansar. Mi mente merodea alrededor del rubio una y otra vez. Su lengua jugando con el castellano, su pelo rubio a merced de sus manos, todo lo que ocurrió, su mirada concentrada en buscar una herida o lesión en mi cuerpo, su olor, su proximidad y como no, su distancia. Esa que fue capaz de trazar entre los dos mientras yo babeaba como una niñata por segunda vez en dos días. Lo mejor de estar tan distraída fue que la rabia por la reacción de Alex fue como una polilla que merodea por la noche debajo de la bombilla. Estaba allí pero casi ni molestaba.

Ratza era una buena compañera, divertida y muy atenta. Patrullar con ella no era tan horrible como con las lobas más antiguas. Quizás porque Ratza no vivía emparejada. Se le asignó un lobo pero como no se quedó preñada dijeron que era estéril. Era una centinela magnífica, de las más rápidas así que Cánavar hizo oídos sordos y la dejó en paz. Las demás lobas tenían un carácter de mil demonios. Primera consecuencia de tener una vida de mierda. Recorrimos las extensas áreas de Parapanda en los Montes Dorados y estaba agotada. No solía involucrarme demasiado en los asuntos de la manada pero mi compañera me puso al día. Morrison estaba muy preocupado por los visitantes que habían merodeado nuestras tierras en las últimas semanas. Llevábamos siglos defendiendo nuestros límites y los Alfas jamás habían estado tan preocupados por su seguridad. Algo extraño estaba ocurriendo. Algo fuera de lo normal. Nuestro encuentro con el lobo negro semanas atrás fue solo el comienzo de una serie de incursiones que tenían a los Alfas preocupados. Compadeciéndose de mí, y alarmada por mi agotamiento físico, Ratza me liberó de las últimas horas de patrulla y marché a casa más temprano de lo habitual. Esperaba que no se enteraran ni Cánavar ni Morrison. La enemiga directa de mi madre no me perdonaría ningún tipo de falta a mis responsabilidades y las interpretaría como insumisión. Esto podía significar mi expulsión de la manada y de todo el territorio que ocupábamos. No era algo que me preocupara demasiado personalmente, pero sí a Papá Capitán. Algún día entendería por qué mi padre me había obligado a permanecer encerrada allí. Y a la vez, alentándome para una lucha que me hacía soñar con pajaritos de cristal. 




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