Kaiden
Verla en casa, entre las paredes que controlaba, bajo cámaras y cinturones de seguridad me podía haber permitido relajarme. Respirar, por fin. Pero no era así. La necesidad asfixiante seguía oprimiéndome el alma con cada uno de sus gestos indiferentes o temerosos. No me importaba esforzarme en darle su espacio, ni enfrentarme a horas de explicaciones o recelos. La vida me había enseñado a cultivar la paciencia. ¡Y menos mal, aquella mujer no paraba de escapárseme entre los dedos! Pero la paciencia no apaciguaba el dolor, era más bien como un digestivo para poder digerirla sin retorcerme de dolor. Daniela no sabía dónde estaba ni con quien, pero poco le importó cuando puso su necesidad de escapar de mí por delante de cualquier otro criterio. Me dolían los huevos y el alma.
—¿Qué demonios estás haciendo, Donna?
Al verlas enfrenadas caí en la cuenta… ahora eran dos las mujeres de mi vida. Y ninguna de ellas me lo iba a poner fácil.
Coloqué a Daniela detrás de mí. La niña no le habría hecho nada, ¿o sí? Era difícil saberlo. Últimamente todo lo que hacía HadhaKa eran arrebatos y decisiones inesperadas que poco demostraban la sabiduría que albergaba. Daniela se esforzaba en no parecer débil delante de mí, había sido así desde que despertara. Mi única labor aquel día era preparar mis brazos para recogerla cuando se dejara caer, llevaba esperándola demasiado tiempo como para que cualquier minuto en su compañía supusiera queja alguna. Escuchar el genio en su voz me hizo sonreír, ¿llegaría el día en el que defendiéramos las Leyes primigenias como iguales? ¿Me aceptaría en su vida?
Y me perdí en sus ojos únicos. Me tocaba y buscaba rastros de mis heridas o de las suyas. Y su tacto me hacía vibrar por dentro de pura necesidad. Pese a sus esfuerzos por mostrarme indiferencia la preocupación en su voz era evidente. Se preocupaba por mí, ¿eso era una buena señal, no?
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Te necesito —confesé. No encontraba otra forma de demostrar la intensidad de mis emociones. Ella tragó un nudo de saliva sin ser capaz de decir nada, y yo la necesitaba cada vez más. Le hablé sujetando su rostro entre mis manos. —Nunca he pasado tanto miedo como la noche pasada, pequeña. Verte allí, entre el fuego, perseguida, agotada… Yo, yo, yo te necesito con vida, ¿me oyes? No vuelvas a hacerme algo así. Eres demasiado importante para perderte antes de… antes de todo.
Daniela elevó sus cejas callando sus pensamientos. La conocía lo suficiente como para leer la confusión y la incredulidad en su expresión. Y cuando pensé que se iba a alejar de nuevo usó su esbelto cuerpo para acomodarse en mi regazo y hundir su rostro en mi pecho. Yo la envolví entre mis brazos enviándole la paz que tanto necesitaba. ¡Estaba allí, estaba conmigo! ¡Mi Reclamo! Por primera vez su deseo de huir había pesado menos que sus ganas de estar conmigo. Apreté más su cuerpo contra el mío y las emociones comenzaron a crecer en mi interior. Sentía calor, paz, deseo… Mis manos comenzaron a viajar por su cuerpo y ella se retorcía con disimulo, intentaba ocultar la respuesta de su cuerpo a mi presencia pero eso era imposible. Algún día lo entendería.
—¿Por qué? ¿Por qué me necesitas? ¿Por qué yo? —susurraba en mi pecho con la respiración entrecortada, su cuerpo reaccionaba a mí como debía ser.
Con la mano en su mejilla le obligué a girar el rostro con la incuestionable intención de hablarle directamente al alma.
—Porque llevo esperándote todas mis vidas.
Sus ojos se inundaron de deseo y buscó mis labios provocándome el primer instante de felicidad en años. Su impulsó me sentó en el sofá y yo me dejé hacer, sus piernas me rodearon a horcajadas y devoró mi boca. Su lengua me invadió con la determinación del más poderoso ejército y yo me dejé avasallar. Rendido me vendí a su entrega envolviéndola entre mis brazos, acercando su corazón al mío, al lugar más natural posible. Mi alma, mi piel, mis órganos, mis sentidos y mi rostro sonreían satisfechos. Sostuve su rostro entre mis dedos cuando su intensidad dejó paso al recelo de nuevo, quería evitar que escapara. Ese intento lo continuaría repitiendo el resto de mis días. Miré sus labios y el sonrojo de su piel arrebatada de deseo. No primaba la vergüenza, ni el arrepentimiento, sino la pasión. Justo como debía ser.
—Yo… yo debo volver a casa —balbuceó mientras yo observaba obnubilado el movimiento de su lengua pronunciando cada fonema. La volví a besar porque jamás he podido renunciar a uno solo de sus besos.
—No puedes —susurré en un respiro entrecortado. Tiraba de su lengua hacia mi boca para comérmela entera cuando lo que de verdad necesitaba era lamer cada milímetro de su piel con deleite. No me quedaba juicio, la coherencia desapareció la primera vez que sentí su aroma a nardos y jazmín.
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Editado: 11.11.2018