Pobre princesa, si hubiera subido la décima parte de lo que yo sabía. Si hubiera conocido mi naturaleza, la cantidad de sangre que había bañado mis manos, la que se había derramado con una simple orden de mi voz. Si supiera que la llevaba esperando toda la vida, si entiendes por vida la existencia íntegra del universo. Si supiera que la amaba desde antes de que naciera. Pero no con un amor que idolatra sino con uno que te amarra los pies a la tierra. Si hubiera tenido la ligera idea de que, por mucho que corriera, sus pasos siempre la llevarían a mi regazo; de cualquier forma y en cualquier momento. En esta generación o en las venideras. En cualquiera de nuestras vidas. Lo que estaba escrito que pasara ocurriría. Pero no podía saber cuánto duraría, de cualquier forma, nunca sería suficiente para nosotros.
La deseé hasta aquel día, la deseaba en aquel instante y, con total seguridad, lo seguiría haciendo mientras mi alma existiera. Sin réplicas, sin dudas. Que ella y yo seríamos uno era lo único sobre lo que ni las Moiras opinarían. Ni siquiera en su mano se obraría el final de lo que nos unía. Pero Daniela no sabía nada de lo ocurrido antes de ella, ni lo que ocurriría en aquel instante. No pude, ni podré hablar del futuro de nadie más, porque solo me importaba Ella. Su supervivencia.
¡¿No entendía que dolía?! Cada encuentro en el que sus ojos no me reconocían como su Reclamo. Cada arrebato castrado por su determinación me escocía, porque su fuerza me excitaba. Recordar la duda en su rostro, la unión de sus cejas confusas, cada gesto nervioso apartando el pelo su cara. El olor de su curiosidad, o el de su sorpresa al notar reaccionar su cuerpo. Todo me volvía loco. Desde que vi su lomo blanco, a través de los ojos de Olaya, agazapado prestando batalla a un can que le doblaba el tamaño, desde entonces no obré con lógica o razón. No dormía, no comía, no descansaba, no hablaba, no me concentraba, no ordenaba... no hacía nada bien. Solo era un adolescente de quince años persiguiendo a la chica de sus sueños por toda la ciudad, para chocarme con ella y poder entablar una conversación. Cuando de verdad lo que quería era comerme su boca, lamer su cuerpo y cargarla en mi hombro hasta ponerla a salvo de su propio destino. ¡Maldito hijo de puta!
Y se fue de nuevo, mirando atrás, callando a su corazón con pasos. Y yo conté hasta trescientos para no correr detrás de ella, besarla, decirle que... que confiara en mí. No podía pedirle nada más. Mis obligaciones y mi corazón mantenían una disputa de principios que no cualquiera podría sobrellevar. El único motivo por el que yo lo hacía era porque había sido entrenado para tolerar y digerir el dolor, y el sufrimiento, hasta que se derramara la última gota de mi sangre. Me había sometido a semanas de torturas infrahumanas para probar mi valía y capacidad de juicio como Guardián Supremo de la principal Madamme, reencarnada en la imagen de la niña HadhaKa, la Donna como la llaman los Primigenios. La tramposa para las Sacerdotisas, el símbolo de vida para lo que está vivo. La esencia de la vida y la naturaleza, la que todo lo sabe, la que todo lo ve, la que construye y destruye.
Pero el tiempo no se detiene, ni lo hizo entonces ni lo hace ahora. Devolví la quinta llamada de mi Jefa de seguridad.
—Señor Clain.
—Dime, Sofía. —Su cortesía era equiparable a su mal humor.
—Lo has vuelto a hacer.
—¿Hacer qué?
—Escaparte.
—Yo no me veo escapado, más bien me veo caminando de vuelta en casa, sano y salvo — tanteé.
—Kaiden sabes a lo que me refiero, no puedes hacer eso, desaparecer y luego aparecer y...
—¿Insinúas que es mejor que no aparezca? —le interrumpí, con la esperanza de suavizar su humor.
—Eres imposible —sentenció, conteniendo una ligera sonrisa.
—En ese caso, preparaos. Tengo mucha adrenalina que quemar esta tarde.
Tenía que dirigir mis pasiones hacia algún lado o reventaría. Ya fuera destrozando a una manada de lobos asesinos y traficantes de personas, o con un entrenamiento agotador en las nuevas instalaciones técnicas del equipo. La tarde anterior habían tenido que derribarme con tranquilizantes para elefantes antes de que acabara con las reservas de oso pardo de la península. La Bestia no distinguía a su presa, solo devoraba en busca de algo que ni yo conocía aún. Sentía su ansiedad olfateando el aire buscando algo que nunca encontraba, sentía su fracaso y su rabia, y utilizaba su frustración para implantar el orden cuando las negociaciones no iban a ningún lado. En un mundo de magia y trampas solo se respetaba a la muerte, y mi Bestia era el mejor atajo hasta ella.
Corría atravesando quince kilómetros de parque natural cuando Olaya me mostró a Daniela subir a un enorme árbol. Detuve mis pasos al reconocerlo, se trataba de una réplica exacta del bonsái en el que Donna Hadhaka, Madamme de la naturaleza y la vida, reposaba cuando la situación lo requería. Aquello no podía ser casualidad, había aprendido con el paso de los años que nada ocurría sin una razón, todo estaba conectado a través del tiempo y a pesar de la distancia. Mi aitai chilló compartiendo el dolor en el corazón de la mujer que completaría mi Reclamo y yo grité de nuevo al pensar en la remota posibilidad de que me rechazara. El animal no se había apartado de ella desde el ataque en el bosque, aunque había permanecido callada hasta entonces.
#49097 en Novela romántica
#23426 en Fantasía
#9385 en Personajes sobrenaturales
Editado: 11.11.2018