Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

15. APUESTAS

Dos horas después yo no estaba borracha pero Tasi... mi amiga tenía más de cuba de destiladero que de muchacha. Si le hubiera acercado un mechero habría explotado todo el local.

—Nena, mira quien viene por ahí.

Vanessa se acercaba a nosotras poco a poco, hablando con unos y otros clientes del Pub. Era una mujer muy bonita, rondaría los treinta y cinco o treinta y seis. Conservaba una figura de top model y siempre vestía algo gótica. Muy maquillada con el pelo en cortes rectos y agresivos. Aquella noche se lo había pintado de color rosa, no era habitual en ella esa gama de color.

—¿Qué hay, chicas?

—Aquí mi amiga, que ha venido a montarse al rubio pero nada, que no aparece.

—¡Tasi! —grité furiosa. ¡Cómo se le ocurría largar aquello!

Su mirada curiosa me sorprendió.

—¿Buscas a Kai?

—No, sí, digo pues no, no sé. Tasi está borracha, no se lo tomes en cuenta, está un poco salida, su follamigo tiene eyaculación precoz.

—Pues un amigo que folla mal tiene más de novio que de follamigo.

Vaya léxico, oye. Mi amiga la señaló con el dedo asintiendo con la cabeza.

—¡Tú te has follado al rubio!

La propietaria del bar comenzó a reír a carcajadas y se alejó de nosotras sin negarlo. ¡Sería hija de la gran puta! Si no dejaba de beber, o de hablar, le iba a cortar la lengua.

Dio igual, imaginarme a Vanesa y al rubio juntos le quitó la gracia a la salida. Me cortó totalmente el rollo y llevaba más de veinte minutos mirando hacia la puerta de la calle y ensayando escusas para volver a casa. Pero mi amiga todavía no había escogido conductor para la noche, así que me tocaba hacer de carabina un rato más. Opté por tomar el fresco.

Caminaba ausente y malhumorada cuando una mano agarró mi muñeca entre la multitud, tiró de mi detrás de unas columnas y colocó mi cuerpo entre el hormigón y su piel. La mano de Kaiden no perdió el tiempo y sus dedos acariciaron mi nuca acortando la distancia entre ambos. Me miró a los ojos con la expresión contrita y la mirada profunda. Yo me quedé atrapada por su embrujo sosteniendo el contacto infísico de nuestros ojos, hasta que su puño se cerró en mi nuca tirando del pelo con intensidad.

—Bésame —rogué.

Y no se negó. No hubo duda en su gesto. Hizo lo que le pedía sin rechistar, siempre ha sido así. Mis deseos eran el aire que él respiraba.

Sus labios no me presentaron su intención, su lengua me recorrió con la maestría del que llega a casa después de un tiempo fuera. Reconocía cada acción y sabía qué hacer exactamente. Me invadió con su lengua y succionó llevándome dentro de él con esa pasión a la que me acostumbré tan rápido. Con ese simple gesto pasó de besarme a besarnos con el cuerpo. Enlacé mis brazos a su cintura pegándome a su cuerpo, encajando como solo dos piezas de un mismo puzle pueden hacerlo. El calor comenzó a crecer en mi estómago y llegó hasta mi sien abrasándome con violencia. Mis uñas le arañaban, mi pierna se envolvió a él, mis labios se engancharon a su piel hasta que el pecho comenzó a doler. Separó nuestras bocas apoyando su frente en la mía, regándome con su aliento ardiente.

—Te necesito —murmuraba—. Te necesito, te necesito, te necesito, te necesito.

Y dejó pequeños besos por todo mi rostro sosteniéndome con sus dulces manos. Nada importaba en aquel instante. Ni por qué había ido hasta allí, ni donde había estado, ni si sabía o no que yo estaba allí, ni la razón por la que no me había enviado ni un mensaje instantáneo. Solo me quedé allí recibiendo y recargando mi corazón de su determinación. Así me había sentido siempre desde que le conocí, aunque con mis minutos de flaqueza y carreras. Como si estuviera en mi lugar y todo caminara justo como debía hacerlo. En casa, en lo correcto, en zona segura.

—Nunca olvidaré que en nuestro primer beso sabías a vodka —rió. Y yo reí con él, como una boba, sonreí.

No era capaz de hablar. Solo le miraba de vez en cuando alternando mi curiosidad entre el rostro y sus dedos enlazados a los míos, mientras caminábamos alejándonos del pub.

—¿Te molesta? —preguntó alzando ambas manos unidas.

—No. Bueno, es mi mano.

—Sé que es tu mano —afirmó con sorna.

—Está bien que sepas que es mi mano.

Agité un poco mi cabeza intentando sacudirme la idiotez.

—No te voy a soltar, así me aseguro de que no sales corriendo.

—Eso no es seguro de nada. Puedo soltarme de tu mano y correr cuando me de la gana.

Detuvo un instante sus pasos y se giró para mirarme, juraría que valoraba mi determinación.

—Estoy muy seguro de eso, pero me encantaría que no lo hicieras —concluyó.

Y yo por poco mojo las bragas solo con esa frase. ¡Mentira! Ya las llevaba mojadas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.