Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

21. TE QUIERE A TI

Nos sosteníamos la respiración uniendo nuestras frentes cuando el teléfono de Kaiden sonó. Se lo llevó al oído sin alejarse de mí rostro ni un solo milímetro.

—Tasi está a salvo, llegarán aquí en quince minutos.

Un suspiro enorme invadió el pasillo llevándose con él mi preocupación y su angustia, como cuando la goma de la escobilla para limpiar los cristales arrastra el agua sucia. El aire que escapó de los pulmones se llevó cualquier emoción que no estuviera ligada inquebrantablemente con la pasión que conectaba mis células con las del canadiense. Allí estaba de nuevo la fuerza magnética que se traducía en paz y sosiego. "Te necesito" había confesado él en varias ocasiones y comenzaba a valorar que la elección de términos fuera la más acertada.

—Tenemos que hablar de mis rarezas, Daniela.

—¿Podemos salir de aquí?

Su rostro contraído me dijo que no, pero siempre fui demasiado rebelde.

—Necesito normalidad, Kaiden. Tengo la necesidad imperiosa de alejarme de todo este séquito que para ti es tan imprescindible. Siento cosas que no son mías, no sé donde empiezas tú y acaban ellos. Si de verdad quieres protegerme debes proporcionarme mi espacio o me volveré loca.

—Lo que me pides duele —contestó molestó.

—Estar aquí me duele a mí. No te estoy pidiendo permiso, Guardián. Intento establecer una comunicación efectiva entre los dos. Tengo que salir de aquí.

—Déjame unas horas para encontrar una solución.

—Solo quiero ir a casa, sentir la luz del sol...

—Toda la manada te está buscando, no saben si estás muerta o viva... hay que tomar decisiones.

—Si me buscan es porque saben que no estoy muerta, van a seguir haciéndolo. Es dilatar lo inevitable.

—Hay opciones... fórmulas... encontraré una solución, solo necesito tiempo.

—Bien, déjame ir a casa y ahí tendrás tu tiempo.

—Yo no puedo pensar si no estás aquí.

—Hasta ahora lo has hecho.

—Hasta ahora no te había visto morir. De ahora en adelante nada será igual. Verás, Daniela. Yo veo... veo cosas.

—¿Ves cosas?

Tiró de mi mano y volvimos a su habitación. Yo pensé que habría sido mejor buscar una estancia sin cama. Suspiré. Si a mi tanta interrupción sexual me tenía la mente embotada... no quería ser uno de los espermatozoides del canadiense.

—Por eso Donna me escogió como su Guardián porque puedo ver eventos concretos en el futuro.

—Mmm... vaya... ¿y qué has visto?

—Que Cánavar no va a parar hasta alejarte de mí.

—¿Cánavar? No, debes equivocarte. Si hay alguien ahí que deseé quitarme del medio es mi tío. No supongo riesgo alguno para ella, ya nos tiene suficientemente coaccionadas y anuladas como para preocuparse por la plebe.

—¿Y tu tío que ganaría con tu... qué gana si tú no estás?

—A ver... como te lo digo. ¿Has oído hablar de La Papeline?

—Sí, es un documento mágico que desapareció hace miles de años. Funciona como un puente entre diferentes mundos.

—En realidad, con ese documento puedes hablar con los muertos. Mi madre se comunica conmigo así.

—¿Ángélica se comunica contigo? ¿Desde cuándo?

—Desde siempre.

—Eso no es posible... ella...

—Posible es, ya te lo digo yo. El caso es que La Papeline siempre muestra una frase concreta que relaciona la Luna azul con mi último aliento.

—¿Con tu muerte?

—Quería ser sutil —bromeé acercándome al gran ventanal y dejándolo atrás.

—No hagas bromas con esto, es algo serio.

—Llámame loca pero prefiero tomar con sorna mis últimas horas.

Levantó las manos y se alejó de mí negando con la cabeza. Me miró a los ojos y pude ver los engranajes de su mente recolocarse desgranando la solución concreta a todo aquel embrollo.

—Toma una ducha, visita a Fire, come algo, borda, lee o juega el Empire en el ordenador pero no se te ocurra salir del ático, Daniela. Hablo totalmente en serio. ¿Quieres tiempo? Te lo daré, pero necesito algo a cambio. Quédate aquí y dame unas horas de calma sabiéndote a salvo. Yo lo voy a solucionar... —se volvió a acercar a mí como un abanto, colocó su mano en mi nuca y me habló sobre los labios— ¿confías en mí?

Asentí y con un solo beso, fuerte y decidido, se marchó.

—¡¿Quién es Fire?! —grité cuando casi desaparecía al final del pasillo.

—¡Busca en la terraza y dile a Donna que quiero verla en mi oficina, ya!

Pues Fire era el precioso cachorro de zorro que salvé de las llamas hacía... no sabía si días u horas. Saltaba dentro de una caja de cartón mientras la niña le observaba como si se tratara de un gatito recogido de la calle. Emitía un sonido agudo y molesto.




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