Madammes: Guardianes de Donna Hadhaka

22. PERDONAR A TU MEJOR AMIGA

—Lo único que el Lobo negro quiere llevarse de Luna Fría es a mí.

—¿Hay un por qué? —Nos miraba intermitentemente. Que no explotara una Bosa nova como reacción a la recién estrenada obsesión del rubio por mi seguridad me volvía a demostrar que lo sabía. Él sabía quién estaba detrás de todo aquello. Y un molesto dolor de cabeza empezaba a instalarse en mi lóbulo frontal. Me negué a hablar.

—Obsesión y una especie de maldición que Cánavar jura que recae sobre la Señorita de la Cruz. La situación perfecta para deshacerse de ella.

—El cariño es mutuo —murmuré, pero nadie le encontró la gracia al comentario.

—Tenemos que recoger La Papeline.

Sus caras de jueces se alargaban así como la tensión del silencio. Todo esto estaba siendo demasiado para mí. Me empezaba a abrumar peligrosamente. El maldito lobo negro que había intentado matarme en dos ocasiones no era otro que mi mejor amigo. Haberlo dicho en voz alta marcaba la diferencia aunque pudiera parecer increíble. El cual, recientemente, había intentado violarme. Además ahora resultaba que no era matarme lo que quería sino raptarme porque Cánavar me había pactado para él. Como el que vende una cabra o un pitbull para montas. Eso significaba que era libre de reclamarme en cualquier momento y solo faltaban unas semanas para mi celo, en el caso de que se dignara a producirse, siempre coincidiendo con la Luna azul. Si él estaba cerca cuando eso pasara no podría negarme y eso... eso era más terrible que cualquier depravado desenlace en una película gore. Precisamente el mismo que estaría sufriendo Tasi si el famoso James no la hubiera sacado de allí.

Las palmas de las manos me empezaban a sudar dentro de los puños que se agarraban a sí mismos. Comencé a tener frío, fuertes escalofríos que no tenían nada que ver con los disfrutados a lo largo de la tarde. Los dedos de los pies comenzaron a dolerme de frío también. Subí las piernas al sofá apretándome los dedos congelados. Mi respiración paso de ser profunda a superficial, cada vez más acelerada y me pitaban los oídos. Fuerte. Cada vez más fuerte, tanto que solté mis dedos helados y me coloqué las manos en los oídos apretando, rogando que cesara. No podía respirar, cada vez era más difícil. Como si algo hubiera absorbido todo el oxígeno en el gran salón y yo abría la boca mientras el pecho se me iba encogiendo. Lo sentía tan pequeño que no podía entrar aire alguno en él. Comencé a escuchar voces a mi alrededor, muchas que me llamaban y me llamaban mientras yo apretaba los ojos y las manos en mis oídos, golpeándome.

Alguien tiraba de mí y yo me defendía sacudiendo mis manos en el aire y golpeando todo lo que encontraba a mi paso hasta que un cálido aliento en mi espalda comenzó a susurrarme despacio y bajito, poniendo ritmo a la respiración de nuevo. Tras dos docenas de latidos, comencé a entender sus palabras y ser consciente de los brazos que envolvían mi cintura.

— Shh...., pequeña, ya... te tengo. Shh... tranquila... quiero que escuches mi respiración y te concentres en ella ¿de acuerdo? —yo asentía con la cabeza.

Su agarre era firme pero suave y su respiración tan profunda que pensé que me ahogaría antes de igualarla pero poco a poco lo fui consiguiendo.

—Muy bien... Guardiana... lo estás haciendo muy bien. Te tengo, yo te sostengo, estoy aquí para ti, shh... Mi corazón está en tu espalda, quiero que poco a poco pienses en el sonido de mis latidos y en cómo los sientes sobre tu piel...

Si su cuerpo era hipnótico, su voz obnubilaba. Quince minutos después estaba sentada en las piernas de Kaiden, rodeada por sus brazos y una suave manta. Donna me tendía un vaso de agua con una bolsita de té y la espiración de una suave nariz en mi sien serenaba los últimos atisbos de temblor en mi alma.

—Esto ha sido un ataque de pánico ¿verdad?

—Parece que sí —mintió Donna. Ahora sé que mentía descaradamente. Y todos callaron.

—Qué vergüenza. —La voz abandonó mi garganta en un delgado hilo.

—No la sientas, por fin vuelves a parecer humana.

¿Aquello fue un intento de Kirian por ser simpático? Sí, lo fue, y lo consiguió porque se me escapó una risa suave ante la expresión de regaño de Kai hacia mi nuevo amigo. La mirada tierna del moreno me hizo sentir calor, como antes. Sentí que no me equivocaba y se convertiría en un buen amigo.

—Casi estamos a la par —le dije.

—Hecho —contestó—, lástima que nadie más lo vio.

—Lástima.

En algún momento, después de aquello, debí quedarme dormida. Me desperté con una sensación extraña en la cabeza como si fuera un día nublado pero solo de cráneo para adentro. Me desperecé sola en la cama de Kaiden y su recuerdo vino con confusión. Un hombre con muchas caras; tierno y romántico conmigo, posesivo delante de Kirian, frío y distante delante de su equipo. Su voz era la Ley suprema en aquel lugar. Las personas se movían cuando a él le convenía. Iban y volvían con el simple hecho de que él conjugara algún verbo usando su persona como sujeto de la oración. Lo sabía todo de todos y yo no sabía nada de él. Le había poseído algo y ni siquiera le había preguntado de qué se trataba, me había distraído su faceta indefensa cuando pensó que podía haberme hecho daño. Por otro lado me sentía comprensiva con la gran historia que me había narrado, como si de algún modo ya la conociera y sus palabras la trajeran desde mi recuerdo. No era buena con los idiomas pero algunos miembros del equipo hablaban en inglés y lo entendía todo. Kir era el único que tenía un acento tan marcado como Kaiden cuando usaba el castellano.




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