El timbre sonó; por fin habían llegado las tan anheladas vacaciones de verano.
Todos sus compañeros lucían felices; no obstante, para Emma eso solo significaba una cosa: menos libertad. Cuando asistía a clases podía inventar cualquier excusa para evadir sus responsabilidades, decirle a su madre que tenía alguna tarea pendiente y aprovechar cualquier rato para pasar con Liam, ahora sería más complicado.
Guardó sus cuadernos y salió a la calle.
—¡Eh, Emma! —la llamó Javi—. ¿Qué vas a hacer hoy por la tarde?
—Cuidar a mis hermanos. Ya sabes.
—Pensaba invitarte… —balbuceó el joven—. Es que papá está haciendo un curso en la capital y Lourdes y yo estaremos solos. Si quieres podemos hacer una comida y ver alguna película.
Ella se detuvo y lo miró.
—Lo lamento, no puedo.
—Ya —suspiró Javi.
Emma escuchó el sonido de una motocicleta y su corazón se aceleró: él estaba allí, esperándola.
—Ya me tengo que ir, hablamos después. —Cruzó la calle y se detuvo frente al motociclista—. Liam... —Besó los labios del muchacho—. ¿Qué tal?
—Bien.
—¿Y esa cara? Pa… ¿Pasó algo con tu hermana?
—No. Ya la liberaron.
—Guao. ¿En serio? ¡Qué buena noticia!
Él se pasó la mano por el cabello y agarró una bocanada de aire.
—Necesito que hablemos, Emma —le dijo.
—Claro. ¿Qué pasa?
—Quiero que nos demos un tiempo. Quiero pensar. En ti. En mí. En lo que quiero para mi vida.
—¿Qué? —La voz le tembló—. ¿Qué me quieres decir?
—Lo que escuchaste. Que quiero que nos demos un tiempo —repitió Liam.
—Pero… ¿Por qué? —preguntó.
—Porque es lo mejor para los dos —sentenció él—. Tienes que olvidarme.
¿Olvidar?
Emma negó con la cabeza.
Cómo olvidar las caminatas en la playa. Las risas esparcidas como gotas de colores sobre el muelle. Los sueños compartidos. Las historias contadas. Los besos. Las caricias. El amor.
—Lo único que siempre quisiste fue acostarte conmigo, ¿verdad? —Liam abrió la boca como si estuviera a punto de decir algo, pero al final no dijo nada—. ¡Ay, pero que estúpida soy, como pude creer que…!
—Lo siento.
—Yo también lo siento, siento haber creído en ti —espetó ella.
Emma caminó de prisa, sintiéndose desorientada y perdida en unas calles por las que estaba acostumbrada a andar. Pasó frente a la entrada del mercado principal, donde los pregoneros solían ofrecer sus productos a los turistas, pero lo único que escuchó fué el crujir de su corazón rompiéndose en mil pedazos.
*****
Javi se miró en el espejo y no le gustó lo que vio.
Su rostro regordete. Sus mejillas como globos a punto de estallar. Y aquellas pecas de pelirrojo, ¡cómo las odiaba! Si al menos lograra rebajar. Si fuera delgado y fuerte como la mayoría de los chicos atractivos.
¿Y si se hacía un tatuaje? ¿Y si se dejaba crecer el cabello?
Sí. Así tal vez lograría que ella lo mirara.
—¡Ay, pero que apuesto! —escuchó la voz de su hermana—. ¿A dónde vas?
—A caminar un rato.
—¿Vestido así? —Ella elevó las cejas con picardía—. Pero si parece que vas a una fiesta.
—Bueno, es que… —Terminó de abotonar su camisa a cuadros—. También pasaré a ver a Emma.
—Ay, Javi. —Soltó una risita.
—¿Qué? ¿De qué te ríes?
—De nada. Es que pensé que ya lo habías superado, desde que tengo uso de razón estás enamorado de ella.
—¿Hay algún problema con eso, Lourdes?
—No, ninguno. No te molestes, es solo que no quiero que sufras, sabes muy bien que Emma tiene novio.
—Tenía. Liam y ella terminaron.
—Vaya. No lo sabía.
—Pues sí.
Javi se volvió a mirar en el espejo y se peinó el cabello, de lado, como siempre lo hacía.
Lourdes le apretó el hombro, dedicándole una sonrisa que él pudo ver a través del espejo. Se parecía a su difunta madre, el cabello castaño y los ojos azules, pero sobre todo por ese aire maternal que siempre la rodeaba, como si quisiera protegerlo, aunque no sabía muy bien de qué.
—Entonces, suerte —agregó la muchacha.
Sí, suerte era la que necesitaba, y una que otra estrategia.
*****
A Emma le hubiera gustado pasarse la tarde llorando en su habitación, comiendo helado y viendo películas románticas, como solían hacerlo las chicas cuando se despechaban.
Pero no.