Madelyn

2 DE AGOSTO

Se sentó a desayunar invadido por olor a alcohol que emanaba del cuerpo de su padre.

—Liam, necesito que me prestes algo de dinero —pidió Hernán.

—No tengo.

—No mientas. Te pagaron ayer.

—Sabes muy bien que ese dinero es para la renta.

—¿Y tú, Patricia? —inquirió mirando a su hija.

—A mí ni me mires. Yo ya no trabajo —respondió ella, después de tomar un sorbo de café.

—¿Y qué estás esperando para volver a hacerlo?

—¿Cómo se te ocurre pedirle que siga vendiendo drogas?  —espetó Liam, golpeando la mesa—. ¡Acaso estás demente!

—Te prohíbo que me hables así —escupió su padre y, seguidamente, se echó a llorar como un niño—. ¡Dios, es que estoy tan desesperado!  Ricardo me va a matar si no pago lo que debo.

—¿Y se puede saber qué hiciste con tu sueldo? —preguntó Liam.

—Lo gaste —murmuró.

—En beber, ¿no? —inquirió su hijo.

Siempre era lo mismo, lo poco que ganaba Hernán paseando a los turistas en el velero de Don Carlos, se lo gastaba en alcohol, y cuando el dinero se terminaba optaba por pedir fiado.

—Por favor, tienes que ayudarme —le rogó su padre.

—¿Cuánto necesitas? —inquirió el muchacho.

—Cien.

Su hijo negó con la cabeza y fue a la habitación por el dinero.

—Que sea la última vez —le advirtió Liam.

Su padre asintió y abandonó la casa en cuestión de segundos.

—Si sabes que no será la última vez, ¿verdad? —cuestionó Paty.

—¿Y qué quieres que haga?

—Que no le des el dinero. Déjalo que aprenda.

—¿Te gustaría que te hubiera dejado en la cárcel para que aprendieras? —preguntó, Paty guardó silencio—. Entonces, no me pidas eso.

 

*****

 

Cuando Liam estaba por llegar al trabajo, los vio pasar. Eran los vecinos de Emma: los Silver. Se le hacían una bonita pareja, siempre iban tomados de la mano y constantemente sonreían. Eran felices, así como él lo fue con…

Ya no valía la pena recordar. Había tomado una decisión y fue la correcta.

—¡Liam! —escuchó aquella chillona voz.

—Tú otra vez, Karla.

—Solo quiero verte.

—Ya me viste, así que vete.

—Ay, pero que grosero. Así no se trata a una mujer.

—Lo sé, pero es que ya te he pedido varias veces que no vengas, y tú pareces no entender.

—Es que me gustas, ya te lo he dicho.

—Tengo que trabajar, adiós —espetó, ingresando a la tienda.

Karla siempre se le hizo escandalosa, estrambótica en su forma de vestir y en su forma de actuar. Tan diferente a Emma que siempre se le hizo silenciosa. Tímida en ocasiones. Vestida como alguien que no quiere llamar la atención. Quizá eso fue lo que le gustó. Que ella nunca quiso destacar. Siempre la veía sentada en las escaleras del colegio, con la vista hundida en algún cuaderno, o en el muelle corriendo detrás de sus hermanitos. Aunque muy delgada y con pocas curvas, era bonita. Con ojos grandes de aceituna y una sonrisa ancha. Una sonrisa que lo enamoró.

 

*****

 

Emma sacaba la basura cuando vio llegar a sus vecinos.

El primero en bajar de la camioneta fue Antón, vestido con una camiseta blanca, jean ajustados y tenis. Él le sonrió. Emma no le devolvió el gesto. No era tan joven como aparentaba, lo podía ver en las diminutas arrugas de sus ojos, pero le gustaba arreglarse. Su estilo era llamativo, sensual, era un hombre al que le gustaba exhibir los brazos para que todos vieran lo bien que se le daba el ejercicio.

¿Estaría al tanto del falso embarazo de su esposa y de su intento de robar un recién nacido del hospital?

Antón le abrió la puerta a Jenny y la ayudó a bajar. Ella era todo lo contrario a él, conservadora en su forma de vestir, no usaba escotes ni mostraba demasiado las piernas. Vestía ropa de calidad, pero su estilo la hacía lucir descolorida: vieja.

Jenny la saludó con un leve movimiento de mano y, acto seguido, los esposos entraron a la casa, dejando detrás de ellos una estela de incertidumbre.

Tras escuchar el llamado de su madre, Emma regresó a casa.

—¿Y el de los tatuajes? —le preguntó Gretel, cuando estaban doblando la ropa limpia —. ¿Por qué no ha vuelto a venir?

—Es que casi no le da tiempo.

—Uhm. Son novios, ¿verdad?

—No… claro que no. Amigos, ya te lo dije.

—No mientas. No nací ayer.

Emma agarró una bocanada de aire.

—Lo fuimos. Ya no.

—Mejor. Solo espero que no hayas cometido ninguna estupidez, porque esos son de los que te usan y después te cambian por otra.

Su madre encendió un cigarrillo; Emma sintió que aquella llama le quemaba las entrañas.

—Voy al mercado por unas cosas —añadió Gretel.

—Ma… —Su madre se detuvo—. Si quieres voy yo, así descansas un rato.

—Bueno...



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En el texto hay: mentiras, intriga, amor

Editado: 02.03.2021

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