Liam iba saliendo de la tienda cuando se topó con Karla. Ella lo esperaba apoyada en el tronco de una palmera, vestida con un top y una minifalda, y sonriéndole de forma coqueta. Tomó una bocanada de aire; no quería ser grosero con ella, pero esa chica sí que sabía cómo agotarle la paciencia.
—Liam —musitó ella, caminando en su dirección. Quiso besarlo en los labios, pero él la esquivó—. ¿Qué pasa, bebé?
—¿Y todavía lo preguntas? Me pasa que ya me tienes cansado —espetó el muchacho—. De verdad no te entiendo, eres una chica preciosa, Karla, no tienes la necesidad de estar detrás de un hombre que está harto de repetirte que lo dejes en paz. Que no quiere nada contigo.
—Pero ¿por qué? —lloriqueó.
Liam soltó una bocanada de aire.
—Estoy enamorado de Emma —repuso—. Y eso no es un secreto ni para ti ni para nadie.
—Pero terminaron.
—Sí, pero eso no quiere decir que la dejé de querer.
—Y qué vas a hacer, ¿vivirás eternamente enamorado de ella? Sabes muy bien que no pueden regresar o tu hermana irá a prisión.
—¿Tú cómo sabes eso? —gruñó él, tomándola del brazo bruscamente.
—¡Me estás lastimando, suéltame!
—Lo siento —dijo, arrepentido—. Dime ¿cómo sabes eso, Karla?
—Eh…
—Fue Javi, ¿verdad?... ¡Dime!
Ella se quedó en silenció, después añadió:
—Sí, fue él.
—¿Ustedes son amigos?
—No, solo hemos charlado un par de veces.
—¿Por qué?
—Ay, ¿sabes qué, Liam? Ya me cansé de todo esto. No quiero que me odies —suspiró ella—. Javi me pidió que me acercara a ti. Que hiciera todo lo que estuviera en mis manos para conquistarte, ya sabes, para desilusionar a Emma, y para quitarte de una vez por todas del camino. Me confesó que no había posibilidad que Emma y tú volvieran por el trato que tú habías hecho con su padre. Y pues… tú siempre me habías gustado, así que acepté.
—No lo puedo creer —balbuceó Liam—. Ese chico no está bien de la cabeza.
—Solo está enamorado. Así como yo. —Intentó acercarse y él retrocedió—. Lo siento de verdad… —murmuró—. Yo solo quería conquistarte.
—No, Karla, con mentiras e intrigas no se conquista a nadie.
*****
Apenas vieron salir a Jenny de su casa, se dirigieron al árbol de mangos.
—Liam, ¿estás seguro de lo vas a hacer? —preguntó Emma.
—Por supuesto.
—Quiero ir contigo.
—No, mejor quédate, es peligroso.
—También para ti —aseguró ella—. Por favor, estemos los dos juntos en esto.
Emma juntó sus manos a modo de ruego y Liam suspiró.
—Bueno… —dijo al fin.
Cuando estuvieron frente a la puerta trasera de los Silver, Liam sacó una ganzúa, que había elaborado el mismo, y se encargó de abrir.
Cuando entraron, se encontraron con un pasillo largo y silencioso.
A la derecha se hallaba la cocina- comedor, repleta de gabinetes, una gran despensa y floreros con rosas blancas. Emma revisó los gabinetes, pero no encontró nada fuera de lugar.
Liam abrió la primera puerta de la derecha, era un closet de persianas: vacío. La segunda era el cuarto de las herramientas. Emma le explicó que allí fue donde inició todo. Allí volvió a ver aquellas enormes tijeras de podar y el espejo donde el cuerpo de Jenny se había reflejado. Continuaron hasta una gran sala de estar en la que había una antigua chimenea, muebles de cuero sintético y un televisor de pantalla plana. Emma se detuvo en las fotografías. Jenny y su esposo en la playa. Jenny y su esposo en París. Jenny y su esposo de picnic.
Su vecina tenía ojos de color miel, grandes y de mirada honda, y una sonrisa dulce de dientes derechos que iluminaba su tez. Su esposo era musculoso, sin exagerar. Rubio, como su esposa, dueño de unos ojos azules algo rasgados y una sonrisita que Emma podría describir como, cínica.
Llegaron al pasillo de la entrada. A la izquierda había un escritorio, un computador y una silla giratoria, y a la derecha una biblioteca.
—Vamos arriba primero —indicó Emma.
Subieron las escaleras decoradas con rejillas negras y se detuvieron frente a la primera habitación.
Emma posó su mano sobre el picaporte de la puerta y el chillido de la madera al abrirse, le erizó la piel. El dormitorio era espacioso; con alfombras y cortinas de color tierra, y una cama en la que estaba segura, cabían unas cinco personas. Revisó las gavetas una a una; ropa interior, bisutería, álbumes, y al final aquella horrorosa cosa: un arma.
—Liam, mira esto —tartamudeó, retrocediendo.
Liam se quedó en silencio por algunos segundos. Emma recordó aquella vez en que vio a su vecina clavar las tijeras sobre el vientre falso; su ira, la rabia contenida en sus ojos, e imaginó a Jenny usando la pistola.