Madness

Capítulo 5.

   Estaba sentada en la silla de la cocina nuevamente, aparentando estar ausente para ellos. Me miraban cada tanto, pero no me prestaban atención.

   Nía y Joseph discutían nuevamente, pero esta vez peor que la anterior. Se gritaban el uno al otro sin parar, se tiraban cosas, se golpeaban, empujaban y rasguñaban entre sí sumidos por completo en su discusión.

   Sí, la discusión era sobre mí otra vez.

   Joseph sostenía que se les estaba escapando de las manos la situación, que lo mejor para mí y para ellos era dejarme en manos de profesionales que supieran tratarme. Mientras que Nía me defendía con uñas y dientes, alegando que estaba completamente bien y que ahora más que nunca necesitaba de su ayuda.

   La discusión se volvía cada vez más acalorada, ambos defendiendo sus ideas, ambos sumidos en lo que creían que era mejor para mí.

   ─ ¡Necesita ayuda de verdad!. ¡Abrí los ojos Nía, esto se nos fue de las manos por completo! ─ gritó Joseph alzando los brazos.

   ─ ¡No necesita "ayuda de verdad", nos necesita a nosotros! Joseph, abrí los ojos, ella no está loca. ─ me defendía Nía.

   ─ ¡Mentiras! ¿No lo vez? ¡Mintió, siempre miente! Y vos le estás creyendo esas mentiras. ─ Joseph la señaló con el dedo.

   Y la discusión seguía y seguía. Un poco cansada de todo ésto, me levanté lentamente y comencé a encaminarme hacia el pasillo. Si lo notaron, ninguno de los dos me prestó atención, ya que siguieron metidos por completo en su pelea.

   Caminé a paso lento y pausado por el pasillo, llegué frente a la puerta de mi habitación y me adentré a ésta sin pensármelo dos veces; cerré intentando no hacer ruido, y finalmente me senté en mi cama. Ahora no sabía qué hacer. Me senté como indio sobre la cama aún con zapatillas puestas y comencé con lo de siempre; jugar con mi reflejo en el espejo.

   Y literalmente en éso se basaron los próximos diez minutos, hasta que oí algo rompiéndose contra el suelo.

   Me levanté de inmediato y corrí hacia el comedor para encontrarme con Nía llorando, acurrucada y hecha un bolita en una punta de la habitación junto con un vaso roto a su lado. Joseph estaba al otro lado de la habitación con una expresión de pánico.

   Nía levantó la mirada lentamente ─ Por favor, andate. ─ pidió con la voz temblorosa.

   La habitación se sumió en un silencio absoluto.

   Joseph se recostó en la pared, y se limitó a observarla en silencio; nuevamente yo no existía para ninguno de los dos.

   Él abrió la boca para decir algo, e hizo el amago de acercase a ella, pero no dió ni un paso.

   ─ Te pedí que te fueras ─ la voz de Nía se escuchó dura. Realmente daba algo de miedo, de temor.

   Joseph cerró la boca y volvió a su posición recostado en la pared. Cerró los ojos y dejó que un largo suspiro se escapase de sus labios.

   Nía se levantó aún en silencio, rodeó mi cintura con su brazo y me condujo hacia mi habitación. Con una mirada suplicante entendí que quería que la dejase sola, asentí y cerró la puerta frente a mí. Escuché sus pasos en el pasillo hasta llegar a la habitación que está llena de libros.

   Aquella puerta se cerró de un portazo.

   Me senté en mi cama, sin nada que hacer otra vez. Por un lado me sentía preocupada por Nía, sobre todo porque ella sigue tratándome como lo que soy; una persona, no un objeto sin sentimientos.

   Aún así también me preocupa Joseph, lo conozco lo suficiente como para saber que en momentos como este es capaz de cometer una locura de la cual se arrepentirá luego.

   Y quiero evitarlo, pero no puedo. Él parece parece haber olvidado ya que antes era su mejor amiga y que aún tengo sentimientos. Me trata como si la Angélica que él conocía ya no existiece. Pero esa Angélica aún existe, nada más que aprendió a temerle.

   Además, Nía me había encerrado otra vez.

   Entonces mi mirada se centró en el armario a mi izquierda. Me levanté de la cama, lo abrí y comencé a tirar todo lo que se encontrase en su interior.

   Sí, me senté en mi cama a doblar nuevamente cada camiseta, pantalón y cualquier prenda que allí se encuentre. No tengo nada que hacer, no me juzguen.

   Habré pasado más de dos horas doblando ropa, en parte tardé tanto porque sé que cuando termine de hacerlo ya no tendría nada que hacer. No había pasado mucho desde que termine de guardar todo en el armario, de hecho no había pasado nada, pero eso se veía venir.

   ─ ¡Te dije que no! ─ escuché a Nía gritar, me asusté, cualquiera lo haría si en pleno silencio absoluto escuchara un grito.




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