Madness

Capítulo 6.

   Nía había vuelto a mi habitación, pero sólo para ver qué estaba haciendo. Se fue, dejando atrás la puerta semi abierta sin darse cuenta.

   Escuché cómo arrastraba los pies por el pasillo hasta llegar a su habitación e intentaba cerrarla sin hacer el menor ruido posible.

   La casa se sumió en un silencio absorbente, un silencio que hace que te de miedo respirar por temor a que se escuchara en cada rincón del lugar. Era desesperante saber qué, si yo hacia algún sonido extraño, ya tendría a Nía en la puerta vigilando cada uno de mis movimientos.

   Al cabo de un rato me convencí a mí misma de que ella ya estaba durmiendo, y de que podía hacer cuanto quisiera, sólo si no hacía demasiado ruido.

   Y acomodé la silla que estaba al lado escritorio frente a la ventana, de manera que pudiera apreciarlo todo. Y me senté allí, sin hacer nada más, tan sólo observando. Ya nada podía hacer, lo único que debo hacer no puedo cumplirlo, y ya nada me queda. Sin familia, ellos sólo desistieron de mí y prefirieron hacer como que yo nunca existí, lo único que me queda es Nía, pero ella ya no es mi amiga.. Ahora tan sólo es una persona a la cual desconozco por completo, y que además me tiene lástima. Porque sí, es así, lo único que la diferencia de Joseph es que ella me tiene lástima, yo le doy lástima. Ya nada me une a ella, ya no me queda nada.

   En cambio a Emma sí, si continúo viva estaré sola, pero si ella vuelve no lo estará. Nuestra familia la aceptará, tendrá amigos, pero yo no. Y lo único que me queda por hacer es intentar hacerla volver a ella.

   Aún no podía asimilar que Nía y Joseph, en algún momento de su pelea, insinuaran que ella nunca existió. Me dolió, y mucho, saber que se negaban a ella así. Y sólo espero que cuando Emma vuelva no se cruce con ninguno de ellos dos.

   ─ Emma.. ─ susurré, con los ojos cerrados e intentando evocar las lágrimas.

   Apreté la mandíbula en un intento desesperado de no dejar salir un sollozo. Poco a poco fui abriendo los ojos, todo se veía borroso debido a las lágrimas, pero podía distinguir su figura.

   ─ Angélica.. ─ susurró mi nombre con una sonrisa.

   Me levanté de un salto en un intento desesperado de llegar hasta ella, abrazarla, y protegerla de aquella criatura que la mantenía alejada de mí. Pero en cuanto me levanté, él hizo acto presencia detrás de ella. Estiré mi mano intentanto llegar a ella, pero sólo provoqué que la tomara del hombro y la arrastrara con ella hacia la pared nuevamente.

   ─ ¡Angélica, afuera! ─ fue lo último que me dijo antes de desaparecer.

   Afuera, miré por la ventana y distinguí su melena castaña entre los árboles, siendo arrastrada por esa cosa.

   Limpié mis lágrimas con una camiseta que estaba sobre la cama, resfregué mis ojos y cuando pude ver bien, respiré tranquila.

   Sé que éste es el momento indicado, y sé que si no lo hago ahora, en este instante, será demasiado tarde.

   Caminé hacia la puerta, la abrí con un fuerte chirrido. Escuché a Nía moviendose en la cama. Sin más que perder tomé la silla frente a la ventana y corrí a su puerta, al mismo tiempo que ella también lo hacía.. Pero llegué primero y tranqué la puerta con la silla.

   ─ ¡Angélica..! ─ sólo escuché mi nombre, me esforsé en no escuchar más.

   Corrí por el pasillo hacia el comedor y, llevandome por delante un tablón de madera que sobresalía del suelo, llegué de bruces a la puerta. Y esta estaba cerrada. Agarré el pomo con ambas manos, pero era imposible abrirla, y fue en ese momento que empecé a desesperarme.

  Corrí hacia la ventana, también estaba cerrada. Corrí por toda la casa buscando una por la cual salir, pero todas estaban cerradas..

   Escuché a Nía riendo desde su habitación, gritando cosas que no quería oír. Revisé cada ventana de la casa y todas estaban cerradas, y fue entonces cuando miré con mayor detenimiento aquella ventana tapiada en el interior de la habitación llena de libros.

   Y sin mensarlo depasiado, tomé los tablones y comencé tirar de ellos con la esperanza de retirarlos y poder salir por allí.

   Lo único que conseguí fue rasgar mis manos, arrancarme las uñas y terminar sangrando. Pero no me rindo tan fácil.

   Registré toda la casa hasta dar con un palo de hierro en un estante de la cocina, volví a la ventana e intenté hacer palanca. Pronto oí el ruido de la madera sediendo ante mis esfuerzos.

   Mis brazos dolían demasiado, mis manos estaban en carne viva y yo estaba demasiado canzada.. Pero finalmente abrí un hueco lo suficientemente grande como para que yo pasara por él.

   Me escabullí por el hueco y aterricé en el pasto. Afuera, finalmente había conseguido salir.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.