El atuendo me quedaba para que cualquiera que me viera, soltara sus burlas, a pesar de saber que cada quien había elegido lo que le quedaba a su altura, lo que me hizo ir por lo más fácil dentro de mis posibilidades.
Mi imagen en el espejo se proyectó, colocándome la peluca, pensando en lo loca que estaba mi hermana. ¿Cómo era posible que se le ocurriera celebrar con una fiesta al estilo ochenta-noventa, sus treinta años recién cumplidos? Solté una risa, recordando a mi esposo en la tienda al llevar el disfraz entre sus manos, preguntándose la mayoría allí quién rayos compraba una imitación del atuendo de Michael Jackson si no era el día de brujas para usarlo.
Las miradas extrañas nunca faltan cuando haces una locura como esa, sin embargo, no pude evitar carcajearme por la frustración que sentía en lo que me deleitaba por el acontecimiento. Aún así, me fue imposible salir de sus garras por la venganza que cobró, luego de haberle provisto de un masaje, aunando a ello el saber que los movimientos en el consultorio donde trabajaba, no eran para nada fáciles.
Terminé de arreglar el objeto sobre mi cabeza, girando al ver la puerta abrirse. Mi esposo apareció en el umbral, cubierto de su traje impecable, brotándole una sonrisa de sus labios al verme. Sin pensarlo dos veces, tiró el maletín a la cama, buscándome para reposarnos sobre el colchón, besando mis labios. Cerré los ojos un segundo ante el contacto, apreciando el sabor distinto, apartándome sorprendida a la vez que movía mi dedo en su corbata.
—No me trajiste—acusé, sintiendo el paladar fresco por lo que degustaba.
—Fue precipitado—musitó, alzando las comisuras.
—Mentiroso. Lo comiste en el auto. —Mi hombre bajó la cabeza, soltando una risilla, escondiendo su rostro contra mi cuello.
—Lo siento, no me pude controlar. Cuando llevan dulces a todos, es imposible—emitió, arrepentido, erizando mis vellos ante su contacto—. ¿Me perdonas?—Lo miré, haciendo un puchero al negar. Esta vez no iba a caer en su juego.
—No, estás castigado—aseguré, dando la vuelta sobre el lecho, dejándolo boca arriba, tomando el control—. Deberás hacer algo, cualquier cosa que me ayude a quitar el enojo. Si no existe, lo siento mucho, pero tendrás que cancelar las sesiones de nuestros encuentros y además, comprar dulce de coco para mí—seguí, decidida—. Ahora ve a darte una ducha. Voy a acabar con esta locura—besé la punta de su nariz, soltando un grito al percatarme que comenzaba a invadir mi cuerpo de cosquillas, dejando las carcajadas en el aire, rodando juntos contra el colchón.
Perdida en el momento que nos acogió y sabiendo que tenía sus técnicas de seducción a las que nunca podía resistirme, ambos nos encontramos, disfrutando de los instantes, afianzada a su pecho donde moví mis dedos, alzando la vista hacia él, quien mantenía los ojos cerrados, respirando profundo.
—No te pregunté cómo estabas—musité, atenta a la mueca de su rostro, al depositar un beso contra su piel.
—Mucho mejor que todos los demás días donde tú no estabas—afirmó, regalándome una mirada ensoñadora.
Me recosté contra él, pensando en su trabajo, envuelta en las caricias de sube y baja que hacía contra mi hombro, notando lo mucho que mi esposo amaba su labor.
Había seguido los pasos de su padre con respecto a la medicina, siempre indispuesto a dejarla de lado, prometiéndose cada día ayudar a los demás, sin dejar a la familia que éramos de lado, por más profundo que fuera en su ocupación.
Como solía ocurrir en algunas ocasiones que podían contarse, esta semana había sido un caos pues su progenitor no estaba en la ciudad, lo que le llevó a hacerse cargo de las funciones del anterior al tiempo que también ejercía en las suyas, al menos teniendo el soporte del equipo con el que trabajaban, así que pasaron unos días para que regresara a descansar con nosotros, cosa que no me hacía extrañar en demasía su asencia puesto que me preparaba para ello antes que siquiera lo expresara en nuestros momentos de intimidad.
Además, estaba confiada en nuestra relación y en lo sólida que era. Si Jon tenía algo que decirme y sabía que podía afectarme, al igual que crear un conflicto entre nosotros, entonces el escenario tendría que ser distinto para nosotros, mucho más considerando que nuestros hijos podían escucharnos hablar.
No le era indiferente a su carrera, a lo que hacía con el corazón para darle a quienes más necesitaban de él. También tenía un trabajo que requería de mí y existían días donde él debía de comprender mis pequeñas ausencias. Gracias a la vida, esta vez, me sentía más que contenta al saber que no me haría falta y eso era parte de lo que ambos nombrábamos como victoria siempre que salíamos ilesos de alguna situación llamada contratiempo.
—Me alegra saberlo, mi amor—auné, dejándole un beso en el pecho en lo que hablaba un poco sobre cómo se libró de tener que quedarse en las otras áreas de la clínica de cardiología a la que pertenecía.
A tiempo encontró ayuda adicional en las funciones, según lo que expresaba, algo que seguramente su padre dictaminó en las conversaciones que tuvieron para no hacer más larga la espera en casa.
Abrian sabía que Jon era devoto con la línea familiar, algo aprendindo con los años por su parte, a pesar de tener a sus progenitores separados. Tenían la costumbre de velar por quienes necesitaban de lo filial, incluyendo en ello el amor y el calor que nunca se alejaba de sus obligaciones. Los pasos de ambos eran una base que mi marido había caminado en completa paz hasta el momento de nuestro casamiento, siendo consciente que si hubo heridas del pasado, en sus acciones del presente, podía sanarlas con las personas indicadas para nunca abordar aquello en lo que teníamos.