La respuesta de mi jefe no llegó en toda la noche.
Siendo sincera, pude dormir por el empeño que puso Jon para que durmiera, considerando que en la madrugada no dejaba de dar vueltas en la cama, teniendo la memoria vívida contra mí.
Lo sentí sostener mis hombros en masajes adormilados, caricias somnolientas y besos sobre mi piel cada vez que lo abrazaba. Me había pegado fuerte la ausencia de esas palabras a pesar de cómo mi esposo se sintió ante ellas. Tenía la tensión alrededor de mí.
El cortisol estaba haciendo estragos en mi sistema, no obstante, a pesar de mis intentos por dejar las dudas de lado, no logré levantarme de mejor ánimo a la mañana. Fue un recorrido incómodo, intenso y lleno de incertidumbre. Lo mejor fue que el hombre a mi lado no me abandonó en ninguno de esos momentos, apaciguando como pudo las sensaciones que experimentaba mi cuerpo.
Necesitaba saber si al menos mi jefe deseaba la publicación de ese escrito, si no lo borraría del sistema, si tenía que cambiarlo por mi bien o el de todos en mi área puesto que parte de mi columna era compartida.
La espera me mortificó. Nadie en el departamento sabría si peleé para que lo plasmado se aprobara. El equipo de imprenta seguramente tendría todo listo para comenzar el día sin mí, cosa que hacía subir un nudo a mi garganta, aumentando la angustia.
No pude desayunar, las ganas se quedaron en las horas pasadas al tener que declinar de las peticiones de mi compañero, quien al menos me obligó a tomar un jugo para que no abandonara la casa con el estómago vacío. Realmente los nervios no me dejaban en paz y no quería estar alrededor de los niños así.
—No batuquees la comida—reprendí, mirando a Juliette detener el juego que hacía con la tortilla de sus huevos—. Por favor—suavicé mi tono.
—Solo está jugando, mamá—Luke me vio—. Es un juego nuevo, el que gane del tin-marín, puede ser comido.
—Saben lo que les he dicho sobre eso—indiqué.
—Antes nos dabas el avioncito. —Vi a mi hija bajar la cabeza, tragando con fuerza—. Estábamos grandes cuando eso.
—¿Qué quieres decir?—Una mano se posó en mi hombro, echándome hacia atrás.
—Que eso solo pasa con los bebés, lo he visto en la escuela—pasé saliva—. Ya soy grande, yo puedo comer sola.
—Juliette—se puso de pie, echando a un lado la comida con los brazos cruzados, buscando irse del lugar—. Siéntate.
—Carlisse, déjala.
—No, me está desobedeciendo—reviré al quedar de pie—. Juliette—Jon se colocó en frente, parándome sin más.
—Estás alterada—musitó—. Tu hija no es el trabajo que te sigue esperando, así que respira, por favor—continuó, apretando mis brazos a cada lado. Mantuve la mirada sobre él, sincronizándome a la lentitud de su respiración, del mismo modo que suavizaba su sostén contra mí—.Yo iré con ella, ¿de acuerdo?—Me soltó, viendo la dirección que tomaba por el pasillo, dispuesto a hacerse cargo de mi desastre.
—¿Señora? Si necesita que me quede con el niño, no hay problema. —La voz de María me hizo girar hacia ellos, observándola a su lado en una sonrisa reconfortante.
—Volveré a la habitación—declaré, permitiéndoles más espacio al regresar a ese lugar, mirando la hora avanzar.
Si bien no dormí lo suficiente, tampoco pude descansar. Los chicos se levantaron a una hora que no esperaba y vinieron a la cama cuando estaba por conciliar el sueño, lo que sin duda me hacía sentir más fuera de control, como si no pudiera con ello.
Eran mis hijos, ¿por qué me sentía así? ¿Por qué a veces los notaba como un estorbo? Pasé las palmas por mi rostro, tomando el móvil del que revisé la bandeja de entrada y spam cientos de veces, actualizándola sin hallar nada, ni un correo del equipo de corrección, imprenta o de la secretaria ejecutiva.
Apreté los puños sobre mis piernas, soltando un grito controlado en la almohada de la cama, notando la presencia de alguien junto a mí.
—Logré calmar a Jul—tomó asiento a mi lado, quitando la almohada de mi rostro—. Está molesta porque nunca le habías hecho eso.
—Si dejo que siga haciéndolo, en un futuro va a dejarme los platos de comida sin terminar—refuté.
—Carlisse, es una niña. Solo se está entreteniendo, tú ni siquiera le hiciste el desayuno—golpeó.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Que no tengo derecho a velar por su buen comer aunque no le cocine diario?—negó—. ¿Entonces? ¿Qué pretendes?
—Primero, tienes que calmarte.
—¿Calmarme? ¿Es en serio, Jon?—Elevé, ya de pie—. Hazme el santo favor. ¡Estoy agotada! ¡No dormí nada anoche! Tuvimos demasiados encuentros, no sé si también es tu culpa.
—¿Bromeas?—indagó, mirándome—. Nunca me he saltado tus "no", pero siempre dices que sí. No me eches la culpa a mí—reviró—. No es mi responsabilidad que no confíes en tu trabajo.
—Jon—alzó las palmas, de camino a la puerta—. Espera—pedí, de espaldas—. No, no te vayas—inspiré, limpiando mi rostro—. No te vayas, por favor.
—¿Qué quieres?—Lo oí, ocultando lo afectado que estaba.
—Lo siento. —Una de las cosas que prometimos fue no llevarnos a la cama nuestra labor, descansar para hacerlas nuestras el día siguiente, es solo que no estás cumpliendo eso y lo entiendo, Carlisse—di la vuelta, alzando el rostro un poco—. Trato de ayudarte, aunque en días como estos, no puedo.