Me removí en la cama, dándome cuenta que no estaba asegurada en sus brazos, lo que me hizo tantear su espacio en el colchón, entreabriendo mis ojos.
Busqué su presencia al encontrarlo frente a mí, en el espejo, batallando con el nudo de su corbata en ese traje oscuro que tanto se afianzaba a su complexión corporal, decidiendo quedarme a verlo.
Sonreí un momento al escucharlo quejarse, consciente que en sus años de libertad o prisión matrimonial, nunca le habían dejado un aprendizaje real sobre la técnica para que agarre fuese perfecto, sin doblarse ni ser la burla delante de todos.
Por mi parte, debo admitir que la práctica me hizo maestra por la inexperiencia de mi madre al no poder anudar las corbatas de mi padre en los momentos cruciales. Luego de eso, mi hermano me convirtió en su eterna sirvienta, por lo que al casarse tuve que pasarle la técnica a su mujer para que no me molestara más.
En definitiva, no iría a la punta del mundo a hacerle el nudo que tanto le molestaba, pensando en ese instante en cómo podía tomar una enseñanza de eso y más.
—¿Jon?—Un suspiro lo abandonó al venir como un niño mimado a la cama, metiéndose en mi espacio en lo que posaba su cabeza en mi hombro, con el proceso hecho un asco—. ¿Olvidas que no puedes hacerlo sin mí?
—Me gustaría aprender—admitió—. Para no tener que despertarte tan temprano, por no decir de madrugada—reí, besando su sien—. Tengo mucho trabajo y papá no me quiso perdonar la falta de ayer.
—¿Aún si le dijiste que te quedaste a limpiar?—Asintió, moviendo su cabeza contra mí.
—De hecho, me dejó en claro que era mi deber como buen esposo y compañero sexual—palmeé su rostro—. Tengo un mal papá.
—No lo creo—reí—. Te habló con la verdad, eso no lo hacen muchos—emitió un sonido en lo que hacía un puchero, elevando su cara para mí.
Le di un beso casto, evitando el contacto de más, puesto que aún no lavaba mis dientes y él ya estaba limpio.
—¿Qué? ¿No quieres pasarme tu mal aliento?—Asentí—. ¿En serio te preocupa eso? Si hasta te has encontrado con cosas peores de mi cuerpo—indicó—. Y las has disfrutado—tapé mi rostro.
—Cállate—refunfuñé, golpeándolo.
—Te amo, Carlisse que no quiere pasarme su "bajo a boca".—Sus palabras me hicieron carcajear, quedando bajo su cuerpo en lo que mis palmas se anudaban a sus brazos, cubierto de esa tela sedosa que tanto nos separaba.
Pronto todo eso sobró. Estábamos bajo las sábanas, en ese desborde de intimidad al que casi nos acostumbrábamos hasta escuchar el primer timbrazo en el celular.
Una llamada que ignoré, entró a mi teléfono, luego unas cuentas más se unieron, pasándolas por alto al seguir abrazada a mi marido, quien acariciaba mis hombros en un sube y baja que disfrutaba.
Mis ojos se cerraron en su pecho, durmiendo un rato, despegada de la realidad en la que me sumergí con el cansancio de mi cuerpo hasta escuchar las voces de mis pequeños, quienes ya estaban invadiendo el lugar.
Pestañeé un par de veces al notar que uno de ellos besaba mis ojos y el otro mis mejillas, recordando que estaban sobre mí, aplastando todo mi ser.
Reí, sacando mis manos de debajo del edredón para simular que los atraparía en venganza, escuchando sus gritillos al ver que nos encontrábamos solos, sin la compañía de mi esposo.
Jon se había ido, dejándome cambiada, por ello portaba esa ropa de descanso que cubría mis hombros, llegando un poco más debajo de mis rodillas, siendo lo suficientemente cómoda como para desenvolverme con mis chicos, con quienes me enfrasqué a jugar.
Hacía un buen día para faltar al trabajo, del mismo modo que lo era para que el padre de esta familia aprendiera a hacerse el nudo de la corbata con la que tanto batalló, recibiendo una fotografía del hecho en mi celular.
Acababa de salir del baño con los niños cuando escuché la notificación entrar a la mensajería. Las horas siguientes a despertar, se las entregué a los pequeños que me acompañaron en la bañera, jugando conmigo en el proceso de bañarlos y de remojar mi cuerpo sin hallar un instante de soledad.
María no estaba disponible para atenderlos y a sinceridad, no quería que lo hiciera como todos los días. La mujer necesitaba reponer fuerzas. Atender niños pasaba de ser un verdadero reto, a una entrega de energía que no siempre recuperabas al tomar tiempo de descanso.
Jon y yo no compartíamos cama con ellos como otras personas, por eso de noche no pasaban tiempo con nosotros, tampoco nos programamos para darle ese espacio al saber por sus palabras que preferían sus habitaciones o ambos dormir juntos como tanto lo hacían.
A veces me preguntaba si eso nos hacía menos padres que otros, no obstante, el avance del día e igual de los años, nos dejaban en claro que sí nos habíamos empeñado en la labor paternal desde el segundo en que lo pensamos, porque comprometer nuestra vida para entregársela a quienes en el futuro seguirían sus pasos, se trataba de un sacrificio eterno.
Suspiré, pasando por alto los nuevos timbrazos que mi teléfono no dejaba de recibir, intentando arreglarme para ir a trabajar, habiendo dejado a los chiquillos comiendo en la cocina.