Madre a destiempo | Edición completada.

SEIS [Editado]

 

JON

 

Carlisse durmió el resto de las horas, sedada debido a la incomodidad que le había dejado el procedimiento al haber sido más invasivo de lo normal, distinto a las veces pasadas.

No me aparté de su lado, sostuve su mano todo el tiempo, leyéndole en medio del sueño, a pesar de saber que estaba obviando mis emociones, sin querer que se sintiera desprotegida en mi compañía.

Ya tendría espacio para desbordarme tanto como fuera necesario.

Llegaría el día en que Carlisse tuviera que sostenerme, pero este era su instante y no iba a mancharlo con nada, porque necesitaba ayudarla a levantarse, para cuando cayera, su mano estuviese frente a mí, dispuesta a continuar el camino conmigo.

Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos en horas y esas horas, en días tétricos hasta llegar a la semana donde por fin recibió el alta, habiendo intercalado sus momentos de descanso con las consultas que asistí de manera virtual.

No era lo que más se servía, puesto que mi papá tenía que trabajar doble, por lo que decidí contratar a una pasante de cardiología que me asistiera para los procedimientos que requirieran de mí, siendo lo más servicial posible aún con lo que guardaba en mi pecho.

A decir verdad, las sensaciones estaban aniquilándome, junto con el recorrer en esa habitación donde por fin colocaron a mi esposa, saliendo de cualquier riesgo que pudo presentar en esas horas cruciales, resguardados en la intimidad de nuestro momento al declinar de las visitas.

María y los niños estaban en casa de la abuela, conscientes de la noticia al no querer que sus hermanas vinieran, indispuesto a verlas, al igual que desbordarme en cualquier segundo con sus emotivas respuestas que ahí no necesitaba.

Sabía que en la adversidad, podían ser tan afín conmigo como con su hermana, seguro de que no pasé ese control de calidad por simple casualidad, sino que todas dieron el visto bueno, abriendo las puertas a cada oportunidad que tuvimos, enfrascados en esta relación ya matrimonial.

De igual modo, podía afirmar con certeza, que no elegiría a otra mujer en esta vida. Que si tenía la opción de reencarnar, la buscaría con otro nombre y en otra figura, queriendo que fuera siempre ella.

La única, la que se afianzaba a mí cada mañana, la que adornaba mi vida con su risa, sus gestos, recordándonos los juegos en nuestra cama, las cosquillas, esas carcajadas que no se alejarían de su sistema y las que iba a sacar en cuanto pudiera.

Nada nos detendría, ninguna cosa, menos alguna otra tempestad.

No importaba qué tan fuerte fuera el invierno, él no nos iba a congelar, porque nuestro amor era más fuerte que eso, era la llama que consumiría todo y más.

Las cenizas apenas serían algo chistoso de lo cual hablar y no tenía por qué dudar.

No con nuestras fuerzas.

La vi en la camilla, despertando al mirar el resplandor del día en lo que leía las noticias en el mueble, siendo por fin el último control antes de su salida.

Ya sabía la verdad, los detalles, las razones por las que esto no fue a más, sin haber obviado la expresión de su rostro al ser recibir esa noticia que seguro no salía dejaba su mente por nada del mundo.

Las probabilidades para concebir ya eran nulas, lo que haría que con el paso a paso, sus óvulos perdieran capacidad, sus hormonas pudieran descontrolarse más, llevándola a experimentar otros efectos de una menopausia temprana, porque no precisamente comenzaba a su edad.

Todo esto era mala noticias, pero no quería pensar en rendirme, ni quedarnos con esa definición futura de nuestra vida paternal.

Aún quedaba otra cosa en la lista, solo que no tenía idea de cómo Carlisse pudiera reaccionar a ello, pensando en las palabras en el instante que tocara abordarlo.

No tenía nada que ver con otra mujer, aunque sí con ella y ese era el dilema que no buscaba comenzar.

Al menos no ahora.

—William—carraspeó al llevar mi mirada hacia él, quien ingresó en la estancia, atendiéndonos.

—Carlisse, Jon—nos dio una pequeña sonrisa cordial—. Podrán irse en unos minutos, están preparando la orden—indicó—. ¿Tienen alguna duda? ¿Cualquier cosa con los que pueda ayudarlos?—Miré a Carlisse observarlo, yendo hacia ella en lo que tomaba asiento a su lado.

No quería moverse mucho, le molestaba la sensación entre sus piernas y no era poco, porque la pérdida tampoco le ayudaba, así que intentaba masajearla cada noche y cada mañana en cuanto terminaba de bañarla en nuestra soledad.

Hacía no mucho estuvo dando pasos en el sitio, sostenida de mí y otras veces sola, probándose a sí misma que podía, que lo iba a lograr, que iba a continuar avanzando por encima de cualquier adversidad.

Sabía que no iba a darse por vencida, por lo que celebré sus victorias con esas pequeñas sonrisas, los abrazos, encantado, besando sus labios y su frente al sostenerla del rostro, mostrándole la devoción que le tenía, esa que no se acabaría nunca.

Estaba seguro que ni la muerte podría separarnos, aceptando que estábamos destinados a la eternidad. La nuestra.




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