JON
—No puedo creer que hayas hecho algo así—emití.
Carlisse cerró la puerta al entrar en la camioneta.
Pude notar que había llorado, aunque no quise preguntarle sobre lo que habló con la psicóloga, no era algo que me incumbía, además que no necesitaba hostigarla con el tema, sino dejar que me lo contara cuando quisiera.
Mantuvo el silencio entre nosotros al recostarme del espaldar del asiento en lo que soltaba un suspiro ante el recuerdo de sus actos que aún mantenían la sorpresa en mi sistema.
—Dijo que era su hija—formuló en tono pastoso, obstruida por ese enorme nudo en la garganta que no lograba liberar.
—No te da derecho a actuar de esa forma—su mirada se volvió a la mía de inmediato. —Empezó en la guardería con los niños—espetó—, ahora sigue a María a donde sea que vaya con ellos—apretó su mandíbula, molesta—. No me digas cómo debo actuar ante una loca como esa.
—Carlisse...
—¡No!—paró, sacudiendo su cabeza—. Sea quien sea esa señora, la quiero lejos de mi casa—apuntó—. Lejos de mis hijos y a miles de millones de kilómetros de mí—pasé saliva—. No me importa si soy su hija. No va a obtener nada de mí.
—Deberías escucharla, al menos—soltó una risa, burlesca—. Es en serio.
—No te abandonó tu madre, Jon—reviró—. No hables de la herida del otro que no te molesta—zanjó, con el golpe bajo haciendo efecto en mi sistema.
Mantuve la prudencia al dejar que se desahogara en esos minutos donde no quise arrancar.
Vi sus manos temblando en su regazo, por lo que busqué su mano, trayéndola conmigo al dejar que se sentara en mis piernas, para que las suyas quedaran a cada lado de mi cintura.
Acaricié su cabello al dejarla hundirse en mi pecho, desbordándose en segundos en lo que suspiraba, apretando sus dedos sin intenciones de partir a otro lugar.
La manera en que lloraba, me había indicado que no solo esa sesión terminó de resquebrajarla, también el haber escuchado esas palabras, el tener que estar en modo alerta con los chicos, siendo algo de lo que no me informó en lo absoluto, aunque me tocaba buscar información con María, sin querer atosigar a Carlisse para que hablara sobre eso que no la dejaba en paz.
Conduje recostado en el asiento, con los vidrios polarizados, a baja velocidad en lo que noté cómo se durmió en mi pecho, continuando el trayecto a casa acompañado de la tranquilidad.
En ocasiones acariciaba su espalda para que se sintiera protegida, en otras, le tarareaba alguna melodía si notaba que se removía, incómoda, llegando a nuestro hogar donde entré, con ella rendida en mis brazos, aunque sus piernas seguían manteniendo el agarre en mi cintura.
Dejarla en la cama fue una tortura, sin embargo, logré que se mantuviera en el espacio antes de ir a la cocina, donde preparé el almuerzo y lo que sería la cena.
El olor de una pizza casera llenó sus fosas nasales, removiéndola en el colchón al avistarme desde esas pestañas, llevando una mano hacia ese lugar que no tocaría hasta que pudiéramos hablar.
—Siéntate—pedí, oyendo su quejido al pegarse de la pared, estirando sus piernas, quedando a su lado—. Tienes hambre, necesitas comer algo.
—Me siento sin energía—admitió, a lo que llevé un pedazo a su boca, atento a su mirada.
—No haremos nada hasta que comas—hizo un puchero, exhalando en mi lugar—. Carlisse, hablaba en serio en la camioneta.
—Lo sé—mordió un poco más—. No quiero hablar de ella.
—¿No tienes un poco de curiosidad?—indagué, a lo que me vio, de lleno.
—¿Y ella? ¿Tuvo curiosidad de cómo sería mi vida a su lado si no me dejaba en ese lugar?—atacó—. No fue lindo, Jon. Te topas con toda clase de personas, de niños, yo... no todos son buenos ahí—bajó la mirada—. Al menos esa mujer me salvó.
—¿Quién?—No respondió. Su ceño se frunció al tratar de hallar las palabras correctas que murieron al instante, sin encontrar qué decir, porque seguramente no recordaba ningún nombre de allí.
Los años solían pesar ante esas situaciones y no la culpaba por querer recordar lo bueno de esa mujer, por mucho que su forma de identificarla, se hubiese perdido en su memoria.
—¿Qué hablaste con la psicóloga?—tanteé, al ver el pedazo que no llevé a mis labios.
—Hablé de mis bebés—tragó con fuerza—. Sus nombres, lo que los representaba, los duelos que no hice, lo que podían estar desencadenando...—acarició su brazo, nerviosa—. Me di cuenta que no era normal, Jon—apenas elevó su mirada—, los encuentros de nosotros, la compulsión.
—Está bien, no es tu culpa—negó, segura.
—Sentía que aún estaba bajo los efectos de las hormonas, que no se fueron del todo y con todos los desajustes que han causado mis abortos, pues... peor—mordió su labio—. No me viste como una cualquiera, ¿verdad?—fruncí el ceño, negando.
—Nunca—admití—. Carli, me gusta tener intimidad contigo. Es solo que no quería seguir tocando esas teclas, ni que sintieras que me debías eso por lo que hemos perdido—apreté su mano—. Estamos bien.