Madre a destiempo | Edición completada.

OCHO [Editado]

—Lo siento mucho, Jon—escuché a lo lejos, reposada en el colchón—. No creí que era bueno contarlo. Nunca preguntó por ello.

—Lo hizo—emitió—. En el fondo, en sus pensamientos inconscientes, siempre lo hizo, Margot—aseveró.

—¿Entonces todo ha sido mi culpa?—Indagó, afectada al oír las sillas removerse con cuidado.

—Creo que todos fuimos víctimas de las circunstancias—murmuró, al ver el techo, poniendo los brazos a mis costados.

Parpadeé al mirar la luz de la habitación que se hallaba encendida sin razón alguna.

No creía que Jon la había encendido a propósito, tal vez fue una equivocación, aunque ya no importaba.

Los dejé hablar mientras los murmullos pasaban por debajo de la puerta, de pie al tomar un baño en lo que lavaba mi cabello, el rostro empapado en lágrimas al recordar la sangre que una vez vi caer de entre mis piernas.

La suma de todos mis miedos siempre fue mi historia con ella; el haber sido dejada a la deriva en una noche que no recuerdo, en brazos de alguien que intentó criarme como su hija por la ausencia de su descendencia.

Cada ser que habitó en mí, también era desechado por mí, al saber conocer en el fondo que no sería una buena madre para ellos, que lo más posible era que los rechazara al verlos o de solo imaginar que se movían en mi vientre, no podría reconocerlos como míos.

Porque nunca viví el amor de una verdadera madre, a pesar de tener una muestra gracias a Margot.

Sentía que la insuficiencia, lo desconocido y el pasado, ganarían partida al volver a ser la persona que me dejó, una de la que no conocía la más mínima parte de su historia por lo que creció en mi corazón.

La mezcla de amargura, dolor, rabia, decepción; el pensar constantemente que no merecía ser querida, amada o deseada por nadie, a pesar de tener una familia que demostraba lo contrario al estar en sus brazos.

Me abandoné cuando más me necesitaba y los dejé ir a todos ellos porque en realidad, los rechazaba.

Su propia madre, su propio lugar seguro, los inundó de inseguridad, los llenó del mundo en su cabeza, de los prejuicios de los demás, de lo que alguien causó sin haber sido completamente culpable y también los sufrió, perdiéndose a sí misma por no tener las herramientas a la par de un tratamiento real.

¿Cómo pude ocultar mi carencia en un deseo que al fin y al cabo, no debía ser concedido? ¿Por qué no me detuve antes de llegar a esto? ¿Por qué no lo vi a tiempo?

¿O realmente creí que lo descubrí a destiempo? No tenía idea, no contaba con todas las respuestas, aunque quería encontrarlas o por lo menos, darle sentido a la parte de mí que lo requería.

Salí, envuelta en una toalla al descubrir mi figura frente al espejo al ver las huellas de los pinchazos que hasta hace poco recibí.

Estaban casi tan cercas de las que me di en los años anteriores, representando a los que no vi en mis brazos, sino que se quedaron como un recuerdo en la mente vaga que tenía. Jon pasó adelante al cerrar con cuidado, apagando la luz mientras se acercó, rodeada desde la espalda por sus brazos en lo que intenté cubrir el desastre.

Era la primera vez que me sentía insegura en su presencia, aunque podía decir que de verdad sentía culpa por ser la causante de la pérdida de todos nuestros hijos.

No importaba si no llegaron a formarse del todo, si la ciencia los pensaba de otro modo o si nunca lo cargamos en brazos; cada uno lo fue y los dos fuimos sus padres.

Giró mi cuerpo al enredarme en su pecho, notando su beso en mi cabellera en lo que lo apreté con fuerza.

—Está bien—musitó al oír el sollozo que liberé—. Estaremos bien—auguró, meciéndose conmigo al posar mis piernas en su cintura.

Escondí la cabeza contra su hombro, parpadeando al ver su piel, posando la palma en su omóplato libre.

—Yo los maté—negó, intentando calmar la bruma en el sube y baja que hizo en mi espalda—. Dímelo, dime que soy la asesina de todos ellos—pedí, alejada al ver sus ojos compasivos—. Por favor, Jon.

—No te voy a mentir, Carlisse—farfulló, contenido.

—¡No es una mentira!—grité, golpeando su pecho—. ¡Lo hice! ¡Tú sabes que soy culpable! ¡Yo los rechacé! ¡Yo no los quería!—chillé, perdida en lágrimas al ver que una salía de su ojo izquierdo—. No los quería—susurré, bajando de él al caer de rodillas al suelo—. No quería ser como ella, no quería dejarlos, no quería verlos y sentir que no eran lo que quise, que no eran como los soñé—mascullé, inclinada hacia delante al pegar la cabeza en el suelo—. Soy una asesina. Maté a mis bebés—lloré, encogida en el suelo al saber que seguía de pie.

Sus gotas cayeron a mi lado al captar su sombra sobre mí, elevada en sus brazos donde cuidó no soltar más de mis pedazos.

Tomo asiento en el colchón al quedar sentada en sus piernas, deleitada en ese desastre que veía a pesar del dolor latente en su mirada.

—Si fuiste tú, entonces también soy culpable por darte a los inocentes—tragó, llevando los dedos por mis mejillas—. No fue tu culpa—afirmó—. No ha sido la mía, esposa—sostuvo mi rostro al hacer que lo viera—. No sabíamos nada, solo queríamos lo que no estaba destinado a nosotros—apuntó—. Estabas por ser madre a destiempo—mis ojos se empañaron de nuevo—. Aún no es el correcto y no significa que no llegará, mi amor—enunció—. Porque tengo fe de que un día, el ser que habitará en tu vientre, me llamará papá y a ti—sonrió a medias—, te llamará mamá—el pecho se me encogió—, así va a recordarte todas las veces que intentó llegar y el camino se le hizo complicado, aunque habrá valido la pena porque ya estará en tus brazos—asentó, seguro—. No he dudado un segundo de ti y no lo haré ahora, Carlisse Wilde; te elegí por ser la mejor de todas y no me arrepiento—admitió—. No me arrepiento de nada—sus labios se posaron sobre los míos, respondiendo al instante en lo que las manos se incrustaron en su cabellera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.