Madre a destiempo | Edición completada.

DIEZ [Editado]

—Muy bien, Carlisse—tomó asiento en frente, con la libreta en su mesa al estar cara a cara a ella—. Creo que ha llegado la hora en que empleemos el ejercicio de la silla ocupada—fruncí el entrecejo, sin comprender a qué se refería—. Hace unos meses, estuvimos llevando a cabo el de la silla vacía, ¿cierto?—asentí en el recordatorio, con un poco de náuseas al soltar un gas involuntario, que al parecer, no le incomodó. 

Había estado teniendo problemas estomacales desde que llegué. 

Una semana después de instalarme, me preocupé, puesto que la comida era distinta, recibía evaluaciones para saber si iba a ser asistida con medicamento o no, cosa que se descartó, aparte de que no descuidaban mi salud, por lo que estuve adaptando mi cuerpo a lo nuevo que era esto. 

Cuando las sensaciones pararon, gracias a las vitaminas que me proveyeron junto a otras indicaciones, decidí mantener la calma porque íbamos por el camino correcto. 

Por un momento choqué con la necesidad de controlar mi cuerpo, sin embargo, dejé que fuera como tenía que ser, a pesar de no comprenderlo. 

No había nada de malo en aceptar lo bueno. 

En su momento, llevé una buena alimentación para poder ser madre, lo que siguió como hábito y aún, nada había cambiado. 

A excepción de algunos antojos que pedía, en caso que pudieran complacerme con ellos, porque extrañaba la comida casera de María, la mía, el contacto físico con mi familia, con mi esposo, con quien hacía tiempo no conversaba de esa forma íntima, ni con quien salía a una cena donde podíamos alejarnos de todo.

No negaba que estuvimos haciéndonos videollamadas, incluso hasta que me quedara dormida y otras veces, venía de visita, aunque no lográbamos demasiado. 

A pesar de ello, teníamos la oportunidad de acercarnos, de ser completamente necesario, por lo que aprovechábamos cada momento que nos entregaban como regalo.

Todavía quería estar acurrucada entre sus brazos, ser mimada en el desenredo de mi cabello, hablarle sobre cualquier cosa de medicina u oyendo los latidos de su corazón desde el estetoscopio que me llevé conmigo.

Esa fue una de las cosas que tomé sin culpa, antes de irme de casa, así que no le quedó de otra que comprarse un aparato nuevo para tenerme más presente. 

No era lo mismo para él, aunque a mí me ayudaba bastante, a la hora de dormir, ya que los repiqueteos me recordaban cómo sonaba mi corazón por el suyo siempre que estábamos juntos. 

La lejanía no había sido fácil; ansiaba ver a los niños, jugar con ellos, dormirlos; ser recibidos por los caprichos de María, los que expresban conmigo y ver la dicha de su alegría cuando los complacía. 

Quería escucharlos hablar hasta el cansancio, quería que me oyeran e incluso, deseaba regañarlos por tanto amor que me daban y de seguro, no merecía. 

Mi corazón se sentía pequeño y necesitado como el de ellos, solo que no estaba lista para encontrarlos.

Faltaba poco, eso sí podía sentirlo en el alma, en el avance duro, además de los resultados significativos que me ayudaron a poner mucho de lo aprendido, en práctica. 

Mi ser estaba al lado de cada uno, por lo que nunca iba a decepcionarlos. No cuando pronto los podría abrazar..

—¿Carlissse?—Parpadeé al regresar a lo real, hundiendo los hombros.

—Perdón, es que he estado agotada—murmuré, desganada—. No debería con todas las vitaminas que recibo, pero es lo que hay—expresé,, encogiendo los hombros al verla entregarme el celular.

—Podemos dejar el ejercicio para después, llama a quien quieras—instó, cuidadosa—. Sé que extrañas a tu familia, comunicarte con ellos te hará sentir mejor.

—Sí…—Emití en un titubeo al quedar de pie.

Ni siquiera avancé por el mareo que me azotó, liberando el vómito en el bote de basura cercano al no tener idea de lo que pasó..

—¿Todo bien?—Negué, volviendo a echar todo afuera al oír ese sonido de buena impresión.

El sudor corrió por mi frente, desbordada allí hasta que la sensación se calmó. 

El vacío del estómago me molestó, a pesar de que no quería comer nada del menú, porque algo de lo que habían cocinado, me afectó. 

Dejé el cuerpo boca arriba, en la cama al abrazarme con fuerza por el frío, escuchando unos toques en la puerta. 

—Estoy indispuesta—expuse, cerrando los ojos al oír que entraban, dejando que la personara pasara. 

Lo más seguro, era alguien de la limpieza o alguien a quien habían enviado a supervisar. 

—¿Incluso para mí?—Abrí los ojos, sorprendida al atender a mi esposo, quien evitó que me abalanzara hacia él, guardando mi reposo. 

Besó mi frente, limpiando mi piel al sostener su mano libre.

—¿Quién te hizo venir?—Tomé asiento, recostada del espaldar con las almohadas suaves detrás, viéndolo

—Supe de tus nuevos problemas estomacales—burló, recibiendo una mirada mala de mi parte, cruzando los brazos. 

—Ya llevo tiempo así—rodé los ojos—. Me calmaría ahora un masaje. 




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