Sé que pude haber contado mi historias en un libro mucho más corto que este y lo hice en su momento, pero ahora pude arreglarlo al ahondar en lo que fue sanado y ahora forma parte de un aprendizaje que me ha permitido continuar en cada paso que doy, así sea para aconsejar a alguien de la forma más simple o de la manera más difícil con conversaciones que salen de formas naturales.
Suena contradictorio, pero el tiempo logra ordenar eso, del mismo modo que me llevó a mostrar un poco más de la historia que viví.
El transitar por esto, me hizo darme cuenta que habían muchísimas cosas para vivir, tal vez no tanto para sufrir, porque el correr de los segundos, los minutos y las horas, hacían a los días más interesantes sin las quejas y lamentos se quedaban en su cajón mientras disfrutaba de lo que aquella mala noticia me salvó, aunque no me quitaba la capacidad de volver vivir el dolor que aquello me generaba.
Éramos humanos, no existía forma de ignorarlo.
Pasar por la pérdidas y el dolor nos hacía mucho más racionales de lo que podríamos pensar, pues vivíamos eso y también teníamos que comprender que no llegamos aquí para quedarnos de brazos cruzados porque las cosas fueron de mal en peor.
Antes lo creí, no obstante, esa luz al final del túnel, por más que fue pequeña, siempre existió, por lo mismo, me condujo a salida de ese desastre donde salí perjudicada para sanar las heridas que consecuencias del pasado se asentaron en mi pecho.
El tiempo en la clínica fue el trayecto que debí haber recorrido, hacía un largo periodo ya, sin embargo, llegar nunca fue tarde, ni expulsó las oportunidades que tuve de ver una evolución en mí, antes que en mi alrededor, lo que me ayudó a aprender, además de escuchar cada palabra que salía por mi boca en las terapias a las que debía asistir.
No negaba que el camino fue complicado, puesto que cargué con un peso que se convirtió en una bola de destrucción enorme, lo que llevó a mi cuerpo a ser un campo de batalla para todos aquellos que quisieron estar ahí, menos el último, habiendo sanado por fin, los recuerdos y los momentos de dolor por los que me culpé, aunque no era lo correcto.
Mi deber estaba en vivir el duelo, pasarlo, afrontarlo, al decidir no aferrarme con él hasta el punto del daño.
Eso no aprendí al soltar, al practicar el amor y la compasión, aparte del perdón, que se quedaron conmigo en medio de mi restauración.
Y por más que no tuve una noción de cuánto duré sanando mi alma, entendí que eso no era necesario si pude relacionarme de nuevo con los demás, sin dejar de asistir a todas mis terapias.
Por supuesto, Jon iba conmigo, siendo algo de dos, por lo que nunca nos hemos olvidado de hacerlo cada día mejor.
Lo hacemos bien, porque esos pasos agigantados han dejado huella en esos seres que nos rodean las veinticuatro horas, conscientes que el amor estaba por encima de las tragedias e incluso, por encima de cualquier cosa que viniera desde ahí en adelante.
El miedo ya no estaba, por fin se había ido.
La recompensa fue estar con ese círculo que nunca me olvidó, que estaba cerca cuando estaba lejos, que no dejó de decirme que me extrañaba cuando a veces creí, que no me harían falta.
Todos me sostuvieron desde la fraternidad, el amor y el desborde de pensamientos en favor de mi bienestar hasta que los pude tener en mis brazos.
Mis hermanas, mi madre, mi hermano y hasta papá, junto a mis compañeros de trabajo, me hicieron feliz con sus presencias, formando lo que hoy es una gran familia, unidos tanto que amamos escuchar cómo va el camino de ellos, aprendiendo a ser felices con sus logros, abrazando aquello que no es tan bueno, pero nos permite estar en cualquier circunstancia, sin dejar a un lado al motor que todavía impulsa mi vida.
Mis pequeños, que han sido la luz de muchos y no han dejado de contar las mismas cosas una y otra vez, hasta que me las sé de memoria y aún así, espero a la nueva versión que preparan para darme.
Por supuesto, su padre es igual, por lo que no hay día en que no agradezca su amor, el de mis chicos y el de todos los que me rodean.
Este recorrido ha afianzado el amarlos, jugar con ellos, aprender de mí, de lo que un día coloqué en ese cajón para nunca más sacarlo o volverlo a ver, teniendo que regresar por esas piezas que se unieron en el momento esencial de mi vida para seguir dividiéndome en las responsabilidades que mis hijos requerían.
A pesar de todo eso, nunca dejé de escribir sobre lo que me rodeaba, lo que pensé, la realidad y lo que anhelaba, porque mis enseñanzas se convirtieron en victoria para muchos, aún si en mis años pasados lo vi como derrota por no saber lo que pasaría.
A día de hoy, nada de eso me entristece, porque me liberé de la tristeza, usé mis labios para agradecer y sentí la libertad llenando mi ser, lo que en medio de todo, me trajo de vuelta, tomando espacio en mi casa para nunca más irse de aquí, aún cuando pudiese suceder cualquier cosa.
Parte de eso, fue lo que me sostuvo cuando fui madre biológica, por primera vez, pues la vivencia cambió muchas cosas, no solo alrededor, sino en mi mente y en mis pensamientos.
Con decir que al primer año de nuestro hijo, seguía asimilando los hechos y opté porque empezáramos a cuidarnos para no tener que pasar por un momento parecido, creo que es suficiente, no obstante, no evité ser asistida por una profesional en el área de la terapia psicológica.