Madre Del Caos

Capítulo 12: Llamas

ASTRID

El peso de la cena aún estaba en mi cuerpo, pero no por la comida, sino por la tensión. Las palabras, las miradas, las decisiones impuestas. Bastian y su padre jugaban su propio juego, y Sienna y yo éramos las piezas que movían a su conveniencia.

Cuando llegamos a la habitación, me sorprendió su tamaño. Era enorme, con cortinas pesadas, muebles de madera tallada y una chimenea encendida que mantenía el frío a raya. No estaba acostumbrada a estos lujos, pero después de meses en la Corte Tierra, ya no me asombraban tanto.

—¿Crees que alguna vez tendremos un lugar propio? —pregunté mientras me sentaba en la cama, cepillando mi cabello con movimientos lentos.

Sienna no respondió. Se quitó las botas, las dejó a un lado y se quedó mirando la ventana, como si su mente estuviera en otro sitio.

—Vas a desgastar el suelo si sigues caminando así —comenté, intentando aligerar el ambiente.

Ella suspiró, tomó su capa y, sin molestarse en cambiarse de su bata de dormir, se puso las botas.

—No puedo dormir. Necesito aire.

—No hagas nada estúpido —murmuré, pero ya estaba saliendo por la puerta.

Me hundí en la cama, tratando de encontrar el sueño, pero la preocupación se aferraba a mí como una segunda piel. Sienna nunca podía quedarse quieta. No cuando su cabeza estaba llena de pensamientos peligrosos.

SIENNA

La brisa nocturna se filtraba entre los pasillos de piedra, enfriando mi piel expuesta mientras cruzaba el patio que conectaba con los establos. La luna iluminaba los caminos, pero la inquietud en mi pecho no me permitía disfrutar de la calma. Caminaba sin rumbo, dejando que mis pensamientos se disiparan con cada paso, hasta que una voz interrumpió mi momento de soledad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Bastian, su voz grave y curiosa.

No me giré. Sabía que era él.

—Lo mismo que tú. No puedo dormir.

Bastian avanzó hasta quedar a mi lado, cruzando los brazos mientras su mirada me estudiaba.

—Voy a buscar la forma de que no vayan a esos juegos —murmuró.

Negué con la cabeza, conociendo esa determinación en su voz.

—Déjalo, Bastian. Nos está probando.

—¿O tienes miedo de que gane mi libertad y te abandone? —bromeé con una sonrisa traviesa.

Él me miró de reojo y, por primera vez en mucho tiempo, habló con total honestidad.

—No es solo eso.

Hubiera querido presionarlo, pero el cambio en su expresión me hizo callar.

—¿Astrid?

—Está dormida.

—¿La dejaste sola? —preguntó con una dureza inusual en su tono. Rodé los ojos.

—Está bien, le dije que debía estar alerta.

Bastian no pareció convencido. Frunció el ceño, su mandíbula se tensó apenas perceptible en la penumbra. Sus ojos se oscurecieron con una preocupación que rara vez dejaba ver.

—No me gusta esto —murmuró, más para sí mismo que para mí—. Mi padre está midiendo cada uno de sus movimientos. No quiero que ella sea una pieza más en su juego.

Lo miré, sorprendida por la dureza en su voz. Era raro verlo así, sin su máscara de encanto y seguridad. No estaba solo preocupado. Estaba molesto. Inquieto.

—Bastian…

—Estaré cerca —me interrumpió, su voz firme, dejando claro que no había espacio para discusión. Y sin esperar una réplica, se giró y desapareció por los pasillos.

Su preocupación me dio alivio. No estaba sola en esto. Alguien más la cuidaba como yo.su preocupacion me dio alivio, alguien mas tambien la cuidaba como yo.

Suspiré y continué mi camino hacia los establos, dejando que su preocupación se filtrara en mi mente.

El calor de una fogata improvisada iluminaba la silueta de Aldrion. Su postura relajada contrastaba con la imponente figura de guerrero que siempre proyectaba. Su piel morena resplandecía con el reflejo del fuego, sus ojos brillaban con un matiz de diversión cuando me vio acercarme.

—¿Te quedas o solo pasabas a husmear? —preguntó con una media sonrisa.

—Depende de si tienes algo fuerte en esa jarra —bromeé, sentándome junto a él.

Aldrion rió y me pasó un vaso de metal. Lo acepté, sintiendo el calor de la bebida recorrer mi garganta. Me relajé ligeramente, disfrutando del ambiente tranquilo.

—Eres diferente a lo que imaginé —dijo después de un rato, con los ojos fijos en mí, como si intentara descifrar un acertijo imposible.

—¿Ah sí? —arqueé una ceja, llevándome el vaso a los labios—. ¿Y qué imaginaste?

—No lo sé —murmuró, su voz más baja, más intensa—. Algo menos humano. Más salvaje. Como si no pertenecieras a este mundo, como si la tierra misma te hubiera esculpido con fuego y sombras. Pero ahora que te veo aquí... —su mirada recorrió mi rostro, mis manos, el modo en que la luz del fuego jugaba con mi piel— pareces demasiado real. Demasiado tangible.

Mi sonrisa se torció, juguetona, pero mis dedos se apretaron alrededor del vaso.

—Qué decepción para ti —dije, con un deje de burla, pero algo en su expresión me hizo sentir que él no lo veía como una decepción en absoluto.

Él negó con la cabeza, divertido.

—No, en absoluto. Pero tienes una facilidad para meterte en la mente de las personas, Sienna. La chica fuego que donde llega hace una hoguera.

Reí ante la metáfora, pero antes de que pudiera responder, él se inclinó ligeramente y me tomó la barbilla con suavidad. Su tacto era cálido, firme. Mis músculos se tensaron por instinto, pero no me alejé.

—Tus pecas… —murmuró—. Es como si fueran todas las estrellas del cielo. La misma naturaleza te pintó.

Me quedé inmóvil. Nadie jamás me había dicho algo así. Nadie jamás me había mirado de esa forma.

Para romper la tensión y los nervios que crecían en mí, solté con ligereza:

—Si sigues así, creeré que me estás coqueteando. ¿Quién diría que el gran capitán de la Corte Tierra intentaría seducir a la escoria humana? —reí, buscando aliviar el peso del momento.

Pero Aldrion no sonrió. Su expresión se tornó seria, su mirada fija en la mía con una intensidad que me hizo contener el aliento.




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