SIENNA
Día uno:
Apenas va saliendo el sol cuando Astrid ya se está levantando, más animada de lo que nunca está. Me alegra el corazón saber que su alegría es genuina y que su mente está libre de aquellas atrocidades.
Para mí, es diferente. Cada noche me levanto con ese maldito bucle que se repite en mi cabeza, una pesadilla de la que quiero escapar y no puedo. Astrid lo nota. Con el tiempo, su maldito recuerdo lo olvidaré y esto solo será una de las muchas cicatrices que el bastardo me dejó.
Nos alistamos, desayunamos un poco y, cuando salimos, Bastian y el apuesto capitán (no, no es apuesto, concéntrate) nos esperan.
—Buenos días, fuego y noche —se ríe con los ojos brillantes.
Astrid se burla:
—Oye, no te burles, que si llevamos esa copa tendrás que rogarnos para que nos quedemos contigo. Después de eso, seremos las más solicitadas de todas las Cortes. ¿No lo crees, Sisi?
—Sí, sí, claro, As, lo que digas.
Ella bufa y yo me río. Nos dirigimos hacia el coliseo.
Cuando ingresamos, veo que cada jugador está con parte de su equipo, integrantes de sus cortes.
Por estar mirando a un lado, vuelvo a chocar contra una pared. Mierda. Dos veces en menos de 24 horas. Empiezo a creer que el problema es mío.
—La duendecilla terminó siendo humana —una voz gruesa y burlona rompe el momento.
Alzo la cabeza y lo detallo. Su altura, la forma en la que su cabello negro se ondula bajo la luz, la intensidad feroz de su mirada carmesí. Mi cuerpo se congela por una fracción de segundo. Es demasiado similar al gigante que me cazó aquella noche en el bosque. La forma en que olfatea el aire, como si captara cada fragmento de mi esencia, me estremece. Sus facciones, sus gestos, todo es inquietantemente familiar.
Alguien lo llama desde el otro extremo de la arena.
—¡Drosk! —grita una voz firme.
El nombre resuena en mi mente y la pieza final encaja. El primogénito del Lord Fuego. Ahora lo sé con certeza.
Él me observa con una sonrisa torcida, como si hubiera leído mis pensamientos. Mi piel aún hormiguea bajo su mirada profunda y penetrante, un análisis que no sé si es curiosidad o un reto silencioso.
—Empiezo a creer que te estás obsesionando con este duendecillo —digo, sin saber de dónde saco la osadía.
Drosk entrecierra los ojos y su sonrisa se ensancha de una manera depredadora.
—Las presas interesantes siempre merecen ser cazadas con paciencia —su voz es un murmullo afilado, como una hoja deslizándose por la piel.
Un escalofrío me recorre la espalda antes de que Bastian grite mi nombre. Aprovecho para apartar la mirada y darme la vuelta.
—Sienna, Sienna, un nombre pequeño para alguien pequeño —se burla Drosk mientras me alejo.
—Imbécil —murmuro y continúo mi camino.
Bastian me detiene y me dice:
—Aléjate de todo lo que sea Corte Fuego, ¿entendiste? Y si tienes oportunidad en el juego, mátalo.
Me mira fijo, y me tenso.
—Es una orden —repite.
—Sí, señor —digo en automático.
—No solo es tu vida, Sienna, es la de Astrid —dice.
—¿Crees que no lo sé? —digo entre dientes—. La protegeré con mi propia vida. Creí que te había quedado claro.
Me suelta, suavizando la mirada.
—Sí, lo siento, solo estoy estresado.
Me volteo y camino hasta donde Astrid cuenta sus increíbles historias a los que nos acompañan, todos embelesados por su aura.
—Oh, Sisi, les contaba el día que cazaste ese ciervo que primero te atropelló y caíste de nalgas. Fue tan chistoso.
Se ríe y se limpia las lágrimas mientras los demás se ríen con ella. Blanqueo los ojos y le digo:
—Bueno, vamos, cabra loca.
—Bienvenidos a la primera prueba de los Juegos Mortales —anunció el presentador con voz potente—. ¡AIRE! Solo los más ágiles, los más astutos, podrán superar este desafío. Correrán, saltarán y lucharán contra los vientos. Si caen… —su sonrisa se ensanchó— caen para siempre.
Las gradas rugen con la expectación del primer día. Miles de ojos se clavan en nosotros. Nobles, guerreros, herederos de las Cuatro Cortes, todos ansiosos por presenciar el primer enfrentamiento. Quieren sangre.
Astrid está a mi lado. Su rostro, aunque sereno, no oculta del todo el temblor sutil en sus dedos. Mi hermosa As no es una asesina, pero su decisión de competir está tomada. Siento la presión, el peso del pacto silencioso que hicimos. Juntas o nada.
La arena se había transformado. Ya no era un simple coliseo de piedra, sino un caos flotante de plataformas suspendidas en el aire, algunas estables, otras apenas colgando por hilos invisibles de viento. Corrientes salvajes azotaban los espacios abiertos, creando un laberinto mortal donde un paso en falso significaba la caída al vacío.
Mi corazón latía con fuerza mientras tomaba posición junto a Astrid. Vaelis, el guerrero de la Corte Aire, nos dedicó una sonrisa confiada desde su lugar. Naeris, de la Corte Agua, se estiró los brazos con una calma inquietante. Y Zareth, de la Corte Fuego, solo nos observaba con una expresión que no pude descifrar.
—Sobrevivimos —susurró Astrid a mi lado—. No hay otra opción.
—Sobrevivimos —repetí, sintiendo la adrenalina tomar control.
El cuerno sonó por tercera vez. Y entonces, corrimos.
Mis pies apenas tocan la primera plataforma cuando una ráfaga violenta me azota, intentando arrancarme del borde. Mi instinto me obliga a flexionar las piernas, a agazaparme y seguir adelante. La piedra bajo mis botas vibra con una magia extraña, viva, como si la estructura misma intentara desafiarme.
Detrás de mí, Astrid se mueve con agilidad felina, ligera como una sombra. Pero los otros competidores también han avanzado. Desde la derecha, el guerrero de la Corte Agua corre con una fluidez hipnótica, sus movimientos son rápidos y precisos, como si se deslizara en lugar de pisar. A mi izquierda, Zareth, el guerrero de la Corte Fuego, es un muro de músculos y fuerza, sus saltos lo llevan lejos con una potencia abrumadora, cada aterrizaje retumbando como si la tierra misma reconociera su presencia. Cada uno avanza con su propia destreza, sin depender de la magia, sino de pura habilidad y resistencia.