SIENNA
Me despierto con un jadeo ahogado. Mi cuerpo está empapado en sudor frío, mis manos crispadas sobre las sábanas. La respiración agitada sacude mi pecho mientras mi mente se aferra a los fragmentos rotos del sueño que acabo de tener.
Miro hacia un lado. Astrid duerme profundamente, su rostro relajado, ajeno a la tormenta que me consume. Su tranquilidad me recuerda por qué debo mantenerme fuerte. No quiero despertarla. Necesito aire.
Me levanto con cuidado y salgo de la carpa. La brisa nocturna me golpea, helada y refrescante. Respiro hondo, intentando aquietar mi corazón desbocado. No hay nadie a la vista, solo algunos guardias de la Corte Tierra patrullando en la distancia. Mis pasos me llevan lejos sin que me dé cuenta, buscando un rincón solitario donde pueda recomponerme.
Pero entonces, todo se desploma.
El peso de los recuerdos me golpea con la fuerza de una ola salvaje. Mi pecho se contrae, mi garganta se cierra. Intento respirar, pero el aire se vuelve denso, inalcanzable. Las sombras del pasado se enredan a mi alrededor, susurrando con voces que creía enterradas. Y entonces, una emerge entre todas, profunda, grave, venenosa.
"Eres ella reencarnada para joderme la vida."
El eco de su voz me golpea como un puñal al rojo vivo. La voz del monstruo, de mi padre. La cabaña del dolor regresa con una claridad que me destruye. El olor a sangre, el frío de la madera contra mi piel herida. La impotencia me devora desde dentro, arrastrándome a ese abismo oscuro que nunca me ha soltado.
Me abrazo a mí misma, las piernas fallándome, cayendo de rodillas sobre la tierra fría.
No puedo salir. Estoy atrapada.
El pánico me devora desde adentro, arrastrándome a un abismo del que no encuentro salida. Y entonces, una presencia interrumpe el caos.
Drosk.
Sale de la oscuridad como un espectro, su silueta recortada contra la tenue luz de la luna. Se detiene al verme, su mirada ardiente y analítica. Sin decir una palabra, se acerca y se agacha frente a mí.
Siento su intención incluso antes de que la lleve a cabo. Quiere entrar en mi mente. Su poder intenta alcanzar el caos que me consume, explorar lo que me atormenta. Pero no puede. Mi mente es una muralla impenetrable,un campo de batalla que ni él ni yo logra cruzar. Lo veo fruncir el ceño, intrigado, sorprendido.
Y entonces despierto de mi trance.
Mi respiración vuelve de golpe, como si me hubieran sacado de las profundidades del agua. El aire entra en mis pulmones con brutalidad, mi cuerpo tembloroso por la intensidad del momento. Parpadeo y lo veo arrodillado a mi lado.
La furia brota instantánea.
—¿Qué demonios haces? —mi voz sale ronca, rabiosa.
Drosk reacciona, parpadea como si también despertara de algo. Me observa de arriba abajo, examinándome como si fuera un enigma que no logra descifrar. Su expresión cambia, y por un instante, parece sorprendido. Pero no dice nada. Se incorpora con fluidez y, sin una sola palabra, se aleja en la penumbra.
Me quedo allí, recuperando el aliento, tratando de ordenar mis pensamientos.
Cuando mi cuerpo deja de temblar, regreso a la carpa. Me deslizo dentro en silencio y sacudo suavemente a Astrid.
—As, despierta. Es hora.
Ella parpadea somnolienta y se estira.
—Ya amaneció?
—Casi. Tenemos que prepararnos para el día dos de los Juegos.
Astrid suspira, pero asiente y comienza a levantarse. No menciono lo que acaba de suceder. No ahora.
El día apenas comienza, y la Corte Agua nos espera con un nuevo infierno.
Entramos a la arena, y de reojo noto que Drosk no aparta la mirada de mí. Su intensidad es abrasadora, como si intentara descifrar algo en mi interior. Esta vez, no nos cubrimos con capas. No nos ocultamos. Quiero que todos vean que la escoria humana ha venido a reclamar su lugar en las Cortes, y lo haré sin titubear.
El presentador irrumpe con su espectáculo, su voz resonando en la arena.
—¡Bienvenidos al segundo día de los Juegos! La Prueba de la Corte Agua está a punto de comenzar.
Ante nosotros se despliega un escenario brutal: un enorme lago de aguas agitadas se extiende hasta el horizonte, interrumpido por pequeñas plataformas de piedra que apenas parecen estables. A los lados, altas paredes resbaladizas dificultan cualquier intento de escape. El agua no es solo profunda, sino traicionera; puedo ver corrientes arremolinándose bajo la superficie, listas para arrastrar a cualquier desprevenido. Y algo más. Sombras oscuras se deslizan bajo el agua, moviéndose en direcciones erráticas. Criaturas marinas, esperando. No sé cuántas hay, ni qué son exactamente, pero puedo sentir su presencia acechante, listas para atacar a los que caigan en su dominio.
Astrid y yo nos miramos. Su expresión me lo dice todo: ella no es una gran nadadora. Si no planificamos bien, no durará mucho en esta prueba. Me acerco y le susurro:
—Iremos juntas. Apóyate en mí si es necesario. No te separes.
Ella asiente con un ligero temblor en su labio inferior, pero sé que lo intentará.
Los otros competidores también analizan el desafío. Naeris de la Corte Agua se muestra confianza, relajanda de los músculos como si este ambiente fuera su hogar natural. Vaelis de la Corte Viento, en cambio, parece más tenso; su postura indica que no se siente cómodo con el agua. Zareth, el competidor de la Corte Fuego, mantiene una expresión neutra, observando sin demostrar demasiado.
El sonido del gong resuena. El juego ha comenzado.
Saltamos al agua y de inmediato el caos se desata. Las corrientes intentan arrastrarnos, pero nos mantenemos a flote con esfuerzo. Astrid nada con dificultad, su respiración entrecortada mientras me sigue de cerca. Trato de marcar el ritmo, de guiarla a través del peligroso laberinto líquido.
La guerrera Naeris de la Corte Agua se mueve con una facilidad insultante, deslizándose a través de las corrientes como si fueran una extensión de su propio cuerpo. Va al frente, sin esfuerzo aparente. Vaelis representante de la Corte Viento no tiene la misma suerte; lucha contra el agua y su miedo es evidente.