Madre Del Caos

Capítulo 16: Día tres

DROSK

Ser el heredero de la Corte Fuego es un peso que pocos comprenderían. Desde la muerte de mi hermano mayor, Vulcano, la responsabilidad ha recaído sobre mis hombros, y con ella, la carga de mantener el orden y el honor de nuestra corte. Mi hermano menor, Zareth, siempre ha sido imprudente, impulsivo. Inscribirse en estos juegos fue su máxima insensatez, y aunque lo desprecio por su temeridad, estoy aquí porque debo cuidarlo.

No puedo permitir que el último de mi linaje caiga también.

La muerte de Vulcano sigue siendo un misterio. No había razón para que se escabullera al mundo de la escoria humana. ¿Qué podía haber allá que le interesara? Y sin embargo, lo encontraron desangrado en un acantilado. Aquel que fue el mejor guerrero y cazador de la Corte Fuego, aniquilado en circunstancias imposibles. Nadie pudo explicar cómo o qué lo mató. Mi padre cree que fue una bestia mayor, algo más fuerte, más letal que él. Yo también lo creía.

Hasta que percibí su aroma.

La primera vez que capté el olor de Sienna, algo en mi interior se tensó. Era el mismo aroma que impregnaba el cuerpo de Vulcano cuando lo hallamos una daga clavada en su garganta.

Es imposible.

Ese duendecillo no podría haberle hecho nada. Vulcano era un cazador imbatible. Y, sin embargo, su esencia está en ella. Lo noto en cada respiro que toma, en la forma en que su aroma impregna el aire. No solo yo lo percibo; Zareth también. Él la mira con curiosidad, atrapado por algo que no comprende. Pero yo sí lo entiendo. Y por eso la odio.

Me enfurece que todo en ella parezca fascinante. Su cabello es fuego. Sus ojos, verdes y profundos como esmeraldas, parecen atravesar hasta lo más oscuro de mi ser. Y sus malditas pecas... No deberían inquietarme, no deberían llamarme la atención, pero lo hacen. Su sola existencia me perturba. La odio. La desprecio. Y, sin embargo, su aroma nos atrapa a ambos, a Zareth y a mí, como si la naturaleza la hubiera traído a nuestras cortes para castigarnos.

Esta madrugada que intenté someter su mente, hacerla doblegarse ante mi voluntad y que me revelara la verdad, fue la primera vez en mi vida que fracasé. Su mente no solo estaba cerrada, era un campo de batalla indescifrable, un caos que incluso yo, con todo mi poder, no pude atravesar. Era una burla, un insulto. Me carcome.

Y ahora, viéndola allí, erguida sobre la plataforma, con la determinación de quien cree que pertenece aquí, mi rabia se transforma en una necesidad ardiente. No quiero solo derrotarla. Quiero romperla. Quiero verla suplicando respuestas que nunca obtendrá. Y lo haré.

Voy a descubrir la verdad. No importa lo que tenga que hacer, no importa a quién deba aplastar en el camino. Sienna me debe respuestas, y yo me aseguraré de arrancárselas, aunque tenga que destruirla en el proceso.

SIENNA

Día tres:

Miro lo que tengo delante y apenas puedo creerlo: la arena de juego de la Corte Tierra... han recreado un bosque. No cualquier bosque, sino el nuestro. El aroma de la tierra húmeda, la densidad de los árboles, todo es idéntico.

El presentador inicia su espectáculo, su voz retumba igual que en los días anteriores. Pero esta vez, la prueba se siente distinta. Más brutal. Más letal.

—Venenos y arco —le digo a Astrid en un susurro.

Ella asiente, su mirada afilada, y ambas nos preparamos. Truena el gong.

Corremos.

—¡Árboles! —le grito, y sin dudarlo, Astrid trepa con la agilidad de un felino, camuflándose entre las hojas. Yo me deslizo entre la maleza, moviéndome en las sombras, lista para cualquier ataque.

Pero entonces, el aire cambia.

Un escalofrío me recorre la espalda. La luz se vuelve grisácea, el bosque se siente más pesado, más opresivo. Algo no está bien.

Los Nimbaris.

¿Cómo es posible?

Le hago la señal a Astrid para que esté atenta. Reduzco la velocidad, agudizo mis sentidos y me preparo. Astrid sigue arriba, oculta entre las sombras de los árboles, mientras yo avanzo entre la maleza. A lo lejos, los otros competidores parecen desorientados. No es su terreno. Son intrusos en este bosque vivo y eso nos da la ventaja.

El primer Nimbaris ataca sin advertencia. Se abalanza sobre Naeris, la guerrera de la Corte Agua. Lucha con fiereza, usando sus poderes, pero la criatura es demasiado. Astrid me lanza una mirada suplicante. Maldigo su corazón blando, pero asiento. No podemos dejarla sola.

Trepo con agilidad, le hago la señal y preparamos nuestro ataque. Embadurnamos nuestras flechas y cuchillos con veneno. Saltamos al combate.

Caigo sobre el Nimbaris, clavándole mi cuchillo en el cuello con toda mi fuerza. Gruñe, pero no cae de inmediato. Astrid dispara desde arriba, impactando a otro. Naeris se libera, aunque está herida. Cuando la bestia bajo mí colapsa, lo remato sin dudar. Me levanto en guardia.

—¡Mierda! —grito cuando tres más emergen de entre los árboles.

Astrid corre hacia Naeris. Su pierna está destrozada, apenas puede sostenerse en pie.

—Si la dejamos, morirá —me dice Astrid.

—¡Maldita seas, Astrid! —gruño. Su maldito corazón de pollo. Naeris nos mira con desesperación. La ayudamos a levantarse y empezamos a correr como podemos. Disparo flechas cada pocos pasos, pero los Nimbaris nos alcanzan.

Nos giramos y nos preparamos para pelear. Astrid dispara, yo cargo con los cuchillos. Las bestias son rápidas, no buscan matarnos al instante, sino contenernos. Lo noto. Me intentan rodear. Uno se lanza sobre Astrid. No lo pienso. Me interpongo y le corto el cuello en un movimiento limpio.

El caos estalla.

Zareth irrumpe en la batalla. No hay tiempo para preguntas. Solo somos sangre, flechas y cuchillos. El guerrero Vaelis de la Corte Viento nos alcanza y se une al combate. Ahora somos todos contra los Nimbaris.

Astrid y yo compartimos una mirada. Veneno. Ella lo sabe. Sabe lo que tenemos que hacer. Nos preparamos. Astrid grita a los demás:




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