Madre Del Caos

Capítulo 19: ¿Celebramos?

DROSK

Duendecillo, duendecillo, eres un puto misterio que quiero resolver. Si mis sospechas son ciertas, podría entender la obsesión de Vulcano por cazarla. Y yo concluiré lo que él no pudo. Ese cabello rojo lo colgaré al lado de mi silla como un trofeo.

Lo que mis ojos ven es casi imposible. Sospeché que podía resistirse a dejarme entrar en su mente, pero ver que metió a Zareth en su juego y lo destruye desde adentro... No sé si siento admiración o aun más ansias de matarla.

Todos lo notan. Veo las miradas de temor, las expresiones de incredulidad. La escoria humana que sobrevive donde debería caer, la humana que ha logrado inclinar la balanza contra alguien de la Corte Fuego. Mi gente murmura entre sí, entremezclando asombro y recelo. ¿Respeto? No, no pueden estar sintiendo respeto por ella. Pero el temor, ese sí lo reconozco.

Mi hermano siempre ha sido la decepción de nuestro padre, pero esto cavará su tumba. Me tocará a mí cubrir los daños de su imprudencia. La compasión es para débiles, y ella es la clara definición de ello. Dejar vivir a Zareth, darle la victoria cuando claramente era ella quien la tenía en sus manos. Estúpida. No entiende lo que significa jugar este juego.

Mi gente celebra, elevan copas y gritan con jubilo. Yo solo observo, esperando mi siguiente paso. Cuando crea que nos hemos ido, cuando piense que la he olvidado, la traeré a mi corte. Y será mi esclava, de eso estoy seguro.

Los vítores son interrumpidos cuando Zareth regresa a mi lado. Su piel está marcada con moretones, su ropa desgarrada y su rostro endurecido. Esa enana le hizo daño. Alguien de su tamaño, un simple insecto, logró lastimar a un guerrero de la Corte Fuego. ¿O acaso él lo permitió? No lo sabría con certeza, pero de ser así, ¡más le vale tener una explicación!

—¡Ganamos!— dice con una sonrisa socarrona que me irrita.

Lo observo con desprecio, incapaz de ocultar mi disgusto.

—Te vencieron y tuvieron misericordia— escupo con desdén—. Eso no es ganar, Zareth. La debiste matar cuando pudiste, pero quisiste entrar en su mente.

Veo cómo se tensa su mandíbula, cómo sus puños se aprietan. No necesita responderme para que yo sepa que ha cometido un error. Pero quiero escucharlo decirlo.

—¿Qué viste ahí? Dímelo, Zareth— exijo, con los ojos clavados en él.

Él titubea un instante, antes de susurrar:

—Caos. Dolor. Monstruos.

Su sonrisa se ha borrado. Sea lo que sea que vio, lo afectó. No lo dice, pero lo veo en su mirada, en la forma en que su postura se endurece.

—¿Qué más pasó ahí adentro? —insisto, cruzándome de brazos.

Zareth respira hondo, como si le costara encontrar las palabras.

—Ella tenía el control. Y ahora lo sabe. Y eso le da aún más poder.— Dice, pensativo, antes de avanzar hacia nuestra carpa.

Me quedo inmóvil, observándolo desaparecer entre las sombras.

¿Quién eres realmente, Sienna sin apellido, de la escoria humana?

Me hago preguntas que no tienen respuesta. Y eso me enfurece. ¿Por qué diablos pienso en ella? ¿Por qué me la cuestiono?

Con un resoplido frustrado, me giro sobre mis talones y continúo mi camino. Coloco mi mejor cara de póker. Es momento de celebrar.

SIENNA

Los vítores del coliseo me dicen que he creado un caos que disfruto.

—No vuelvas a hacer eso— dice Astrid a mi lado con un tono de voz que me duele. La he decepcionado, lo sé.

—As, no te enojes. Ganamos, mocosa. Vamos a celebrar en la feria, ¿te parece? Solo necesitamos ducharnos y curarnos— digo, esperando que olvide su enojo.

—Eres imprudente, casi mueres, Sisi. Cuando haces cosas así debes entender que no es solo tu vida, somos las dos— sus ojos están aguados. Me acerco y la abrazo.

—Te amo, As— susurro, y ella me aprieta más fuerte.

—Vamos a que nos curen. Al parecer la Corte Agua ha enviado a sus mejores curanderos en señal de gratitud por el respeto que tuviste con su guerrero.—dice Bastian a nuestro lado.

—¿Qué harán con ellos, los cuerpos? —pregunto.

—Regresan a la tierra, somos elementos y volvemos de donde venimos— dice Bastian.

Asentimos Astrid y yo. Avanzamos a nuestras carpas viendo el alboroto de las cortes. Acaban de morir dos guerreros y están celebrando, bebiendo y riendo, pero nos observan. En el momento en que empiezo a avanzar, la adrenalina ya ha salido de mi sistema y me duele hasta respirar. Mierda, no sé si podré pararme en un mes.

Cuando estoy cojeando, una mano sostiene mi cintura. Alzo la mirada: es el capitán Aldrion.

—Valiente o muy estúpida, señorita Sienna— pregunta.

—Creo que un poco de ambas— respondo con una sonrisa, lo cual lo hace sonreír.

Me carga al estilo nupcial, desatando una ráfaga de dolor en mis costillas. Me quejo.

—Discúlpame, te llevaré con cuidado.

—Hijas del caos— susurra. —Han traído disturbio y cambio, y quizá eso es justo lo que necesitábamos.

Lo miro mientras me lleva, y por primera vez en mucho tiempo, me siento extrañamente cómoda. Es refrescante, es diferente. No me hace sentir como un arma, sino como alguien que aún puede ser protegida.

Cuando llegamos a la carpa, noto que los curanderos no son como el gruñón de la Corte Tierra. Sus túnicas azul profundo ondean suavemente con cada movimiento, y sus máscaras de león doradas reflejan la tenue luz de las antorchas.

Aldrion me baja con una delicadeza que me desarma, como si temiera que pudiera quebrarme en sus manos. Pero lo que él no sabe es que ya estoy rota, y no es por los golpes que llevo encima.

Me acerco a Bastian y le susurro:

—¿Por qué son diferentes?

Él me mira, su expresión cargada de ese aire de misterio que parece disfrutar, y se inclina hasta que su aliento roza mi oído.

—Porque el mío es único en su clase.

Bufo y lo aparto con una mirada de fastidio.

—Engreído.

Él se ríe bajo, divertido por mi reacción, y nos hacen pasar. Astrid y yo avanzamos con cautela. Sé que su mano le duele; la criatura de fuego la golpeó con fuerza, pero ella mantiene la compostura.




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