Sienna
El Gran Salón me recibe con su habitual majestuosidad, pero hoy el aire está cargado de tensión. Las raíces que forman las paredes parecen susurrar secretos antiguos, y las hojas que cuelgan del techo vibran con una energía contenida.
Aldrion, el capitán de la Guardia de la Corte Tierra, se encuentra de pie junto a un coronel de rostro severo y un cortesano vestido con ropajes que gritan riqueza. Astrid está sentada en uno de los bancos de madera viva, mordisqueando una manzana con desinterés aparente.
Bastian, con su porte imponente, me hace un gesto para que me acerque.
—Sienna, toma asiento —dice, su voz grave resonando en el salón—. Esta reunión es de suma importancia.
Me siento junto a Astrid, quien me lanza una mirada fugaz antes de volver su atención a la fruta en sus manos.
—Los he convocado —comienza Bastian— porque las noticias que llegan de las otras cortes son preocupantes. Disturbios, enfrentamientos, alianzas rotas... La estabilidad que conocíamos se desmorona.
El coronel asiente con gravedad.
—Los clanes de la Corte Fuego han intensificado sus movimientos. Se rumorea que buscan controlar el Gran Sauce, el portal más poderoso y energético de todas las cortes.
El cortesano interviene, su voz impregnada de preocupación.
—Si logran apoderarse del Gran Sauce, podrían someter a las demás cortes. Es un punto clave de la Madre Naturaleza; su poder es incalculable.
Bastian asiente.
—La Corte Aire ha mostrado simpatía hacia nuestras causas, pero su apoyo es tibio. La Corte Agua y nosotros luchamos por mantener el equilibrio, aunque cada corte tira hacia sus propios intereses. La corrupción se ha infiltrado en todos los niveles.
Astrid deja de morder su manzana y habla por primera vez.
—¿Y la naturaleza? ¿Cómo está reaccionando a todo esto?
Bastian suspira.
—La Madre Naturaleza sangra. Los bosques se marchitan, los ríos se desbordan con furia, los vientos aúllan con desesperación. Es como si la tierra misma estuviera en guerra con nosotros.
Me armo de valor y pregunto:
—¿Existe la posibilidad de una guerra mayor?
Bastian me mira directamente a los ojos.
—La guerra ya ha comenzado, Sienna. Solo que aún no todos lo han aceptado.
El silencio que sigue es ensordecedor. Las raíces del salón parecen retorcerse con inquietud, y una brisa helada recorre el lugar, como un presagio de lo que está por venir.
—¿Y los clanes? —pregunto, con el pecho apretado—. ¿Quiénes son los que se están enfrentando?
Aldrion cruza los brazos y suelta un suspiro pesado.
—Los clanes del Lignum, de la Corte Tierra, están divididos. Algunos como los Roceluz, guardianes de las raíces antiguas, permanecen fieles al equilibrio. Pero los Cenibruma, un linaje más joven y ambicioso, se han aliado en secreto con emisarios de la Corte Fuego. Traicionan a su tierra para obtener poder.
—Es lo mismo en la Corte Agua —agrega el coronel—. Los Azulhirviente, un clan que solía custodiar los nacimientos de agua pura, ahora comercian con venenos. Se dice que están vendiendo secretos a cambio de protección. Han abandonado los pactos sagrados.
—Y en la Corte Aire —interviene el cortesano—, los Vietorvo ya no son los sabios del cielo. Se han vuelto espías, mercenarios, se alquilan al mejor postor. No importa si su viento arrasa aldeas enteras con tal de alzarse entre las ruinas.
Bastian tamborilea los dedos sobre la mesa viva que late bajo su palma.
—Los clanes de Fuego son los que más se han corrompido. Los Ignivoros, los Escarlagrís, incluso los antiguos Rojos del Valle... Todos parecen responder a una figura en la sombra. Nadie ha visto su rostro, pero le llaman la Centella. Una voz que susurra desde los braseros, desde los hornos, desde las heridas abiertas.
—¿Y qué gana ella o el? —pregunta Astrid, mordiendo con rabia el corazón de su manzana.
—Todo —responde Bastian—. Quiere el Gran Sauce. Si lo consigue, podría controlar los portales naturales, manipular los ciclos, secar mares o quemar estaciones enteras, no sabemos si es directamente algún lord con los poders o algún ser que nació.
—Y las cortes… ¿la dejarán o lo dejaran que confuso? —murmuro, con un escalofrío recorriéndome la espalda.
—No lo harán —dice Aldrion—, pero tampoco actuarán juntas. Las alianzas que existían son endebles. Cada corte quiere salvar su poder, su territorio. No su gente.
—Algunos líderes creen que esta guerra puede redibujar las fronteras. Que es una oportunidad —agrega el cortesano—. ¿Sabes qué hacen con los jóvenes ahora?
Todos lo miramos.
—Están enviándolos al frente. Entrenados o no. Preparados o no. Apenas tienen edad para sembrar… y ya los ponen a morir por clanes que nunca conocieron.Eso pasó con mi primo. Lo tomaron de noche. Ni carta, ni aviso. Un día estaba cuidando los cultivos, y al otro… desaparecido. Me enteré por un mensajero que lo usaron como carne de escudo en la costa de los Helechos Rojos.
Me quedo helada. No es solo una guerra de estrategias. Es una guerra de consumo. De apropiación. De sacrificios impuestos.
—Están repitiendo los errores de las Viejas Guerras —dice el curandero, que entra sin previo aviso, con su máscara de cuervo brillando bajo la luz del salón.
—¿Qué guerras? —pregunto.
—Las que fragmentaron a las especies humanos y cortesanos. Cuando los druidas se volvieron lores, adquireidno los poderes que la madre naturaleza estaba ortorgando para brindar equilibro y prosperidad. Cuando los hijos del agua fueron vendidos como esclavos a la Corte Aire, a cambio de piedras lunares. Cuando la Corte Fuego incendió los santuarios de los curaderos solo para probar su fuerza.
—Eso… está jodido y suena a leyendas—murmura Astrid.
—No son leyendas —corrige el curandero—. Son advertencias. Y las estamos ignorando.
Bastian se pasa una mano por el rostro, cansado.
—El equilibrio se rompe cuando cada corte cree que puede sobrevivir sola. Pero esta guerra... no es como las anteriores. Esta vez… la Madre está contra todos nosotros.