Sienna
Han pasado casi tres lunas completas desde la reunión en el Gran Salón. Dos meses en los que el mundo parece haberse torcido más allá del reconocimiento.
El castillo ya no respira con calma. Sus raíces crujen con tensión. El aire es más espeso, cargado de presagios. Cada amanecer llega con el sonido de cascos agitados y alas que golpean el viento: mensajeros. Traen noticias de muerte. De escaramuzas. De fronteras que ya no existen. Y mientras el mundo arde… nosotras nos volvemos más letales.
El capitán Aldrion me está entrenando sin descanso. No da tregua. No hay espacio para el error. Me golpea hasta que mi respiración arde como fuego seco. Me lanza al lodo y me exige precisión. Me hace repetir los movimientos hasta que mis músculos obedecen por instinto, no por memoria.
—Otra vez, Sienna —gruñe mientras caigo, jadeando. Y lo hago. Me levanto. Me muevo. Me adapto.
Mis manos ya no tiemblan cuando sostienen el acero.
Mis piernas ya no vacilan en el salto.
Mis pensamientos ya no divagan.
Toda la tensión de romance que pudo haber existido entre nosotros… la guerra la borró
No hay espacio para miradas largas ni suspiros no dichos. Solo hay sudor, heridas y deber.
Astrid, por su parte, se ha convertido en una sombra distinta. Ya no lanza bromas mordaces ni se burla del mundo con su usual irreverencia. Pasa horas encerrada en su laboratorio improvisado, rodeada de plantas que huelen a muerte y frascos que brillan con luces propias.
Cuando la veo, sus ojos están hundidos, su cabello recogido con descuido, sus dedos teñidos de negro por tantas mezclas. Y sin embargo, jamás la vi tan enfocada. Tan… peligrosa.
Ella forja el caos.
Yo lo ejecuto.
Nos hemos vuelto armas o al menos hemos reconocido el potencial de armas que tenemos.
Al final del día, no hablamos mucho. A veces compartimos un plato de comida. Otras veces, ni eso. Estamos tan agotadas que caemos dormidas como si el sueño fuera una trinchera.
Y ha pasado algo inesperado:
Mis pesadillas han disminuido.
No han desaparecido del todo, pero ya no me rompen como antes.
Cuando me visitan, salgo. Camino en silencio por los pasillos del castillo. Siempre encuentro al curandero. No sé cómo lo hace, pero siempre está. De pie. Esperándome. Me extiende una copa de barro con una infusión amarga y espesa que sabe a raíces y luna. La bebo. Y me apago.
Además del combate, he aprendido más sobre su historia. Su cultura. Sus viejas guerras, sus clanes, sus traiciones. Cada libro que leo parece advertirme de algo que no alcanzo a entender.
Y últimamente, empiezo a soñar. Pero ya no son pesadillas. Son… otra cosa.
Sueños que se clavan, son tan reales.
Ojos rojos.
Cabello negro como tinta derramada.
Me observan. Me buscan. Me persiguen.
Y en el sueño, yo no huyo.
No realmente.
Corro. Me escondo. Pero también… ataco.
Siento la necesidad de matar pero también de observar el siguiente movimiento
De silenciar esa presencia antes de que me consuma.
Últimamente, ya no despierto con sudor frío, despierto con fuego en la nuca.
Como si alguien hubiera estado respirando detrás de mí.
Los sueños no son sueños.
No lo creo.
Son encuentros.
Lo veo cada noche.
No con claridad, no del todo, pero hay partes que ya reconozco:
Ojos rojos como brasas húmedas.
Cabello largo, oscuro, que flota aunque no haya viento.
Una silueta de carne y sombra que me habla sin boca.
Que me observa sin pestañear.
Y sé que no soy solo yo soñando con él.
Él también me está viendo. Desde el otro lado, me siente así como yo lo hago con el y estoy segura que es un El
A veces susurra. A veces grita.
A veces solo me respira encima y me transmite… hambre.
No por comida, hambre por mí.
Pero hay algo más extraño aún.
Cuando cierro los ojos en el día, lo siento.
Como si una parte de su conciencia hubiera quedado adherida a la mía. Como si nuestras mentes hubieran tocado raíz.
Una fusión. Un vínculo. Una grieta en la barrera.
Pero hoy me atreveré se que esta noche volverá a mi mente, y pediré respuestas.
Dejo que el sueño me venza y me duermo pero mi conciencia queda activa y soy tan presente de lo que esta sucediendo que hablo.
—¿Quién eres?
Y la voz me responde…
"Soy la herida que abriste. El equilibrio que rompiste. El precio que aún no has pagado."
—No te debo nada— Contesto a la defensiva.
"Un alma.. "
Despierto con una marca en el brazo. Roja. Como un brote. Como una quemadura sin fuego, no se borra.
El patio inferior de la Corte ha sido despejado. Las raíces que antes cubrían el suelo se han replegado, dejando un círculo de combate de tierra viva, húmeda, con marcas de antiguas batallas.
Hay decenas de ojos sobre mí. Guerreros, Guardianes, Magos, comandantes, curanderos, criaturas.
Es mi momento de probar mi valía se que los juegos no fueron suficientes y para liderar debo mostrar de lo que soy capaz.
Cinco figuras se alinean frente a mí, son mis futuros capitanes.
Cinco nombres, cinco rostros, cinco dudas que debo convertir en obediencia.
El primero en avanzar es Tharn, de piel oscura y cuerpo como una muralla de piedra.
Tiene los ojos dorados, con cicatrices cruzándole el cuello como recordatorios de antiguas guerras.
—¿Una humana nos liderará? —dice con desprecio—. ¿Qué sigue? ¿Un sauce enseñando a bailar?
Risas apagadas.
Aprieto la mandíbula.
—No vine a dar discursos —respondo—. Vine a hacerles sangrar.
Y le lanzo la daga. No para herir. Para obligarlo a que me ataque.
Y lo hace. Rápido, brutal. Como una avalancha.
Esquivo el primer golpe, el segundo me alcanza en el hombro, el dolor me parte el brazo, pero no me detengo. Contraataco con una patada en la rodilla que lo tambalea, luego un giro de mi brazo que lanza su peso contra el suelo.