
La velada continúa, la mujer sigue paseándose entre las mesas, bailando con gracia y animando a todos los presentes a cambiar esas caras largas que tienen y a dejarse llevar por el momento.
—¿J-Jugar? —titubeo sin apartar la mirada de sus ojos. Me siento como si hubiese corrido un maratón, ya que necesito respirar por la boca para mantener el aire en mis pulmones.
—Así es —afirma—. Te prometí diversión y te la daré, Nina, ya lo verás.
—¿Qué tipo de juego quieres que juegue contigo? —no sé qué esperar exactamente de él; esa aura seductora y misteriosa que desprende no me deja concentrarme al cien por ciento.
—Solo debes responder: sí o no.
Muerdo mi labio inferior por unos escasos segundos, así que trago la incertidumbre y respondo.
—Sí.
—Me gusta. De momento, disfrutemos de la comida y del espectáculo, después te mostraré lo demás.
La mujer y las otras chicas que la acompañan ofrecen un espectáculo vibrante, haciendo que el ambiente se llene de alegría, contagiando a los comensales, creando una atmósfera festiva y llena de vida.
Finalmente nos sirven la comida y ambos disfrutamos de la deliciosa lasaña a la vez que vemos cómo el show se intensifica con movimientos atrevidos, como si fuese la cosa más sencilla del mundo.
Una de las chicas pasa por nuestra mesa moviendo sus caderas de lado a lado, hace un gesto que me toma desprevenida, ya que deja una pequeña caricia en la barba de Marco, él ni se inmuta.
La bailarina le dedica una sonrisa traviesa y nos mira con complicidad, agitando su vestimenta de terciopelo.
—¿Les gusta lo que ven? —pregunta, guiñando un ojo. El italiano se encoge de hombros con una sonrisa pícara—. Es impresionante, ¿no?
Yo intento mantener la compostura, aunque por dentro siento un pequeño nudo. La chica vuelve a pasar, esta vez haciendo un movimiento más atrevido, sus ojos negros se cruzan con los míos por un instante.
—¿Conoces a todas las chicas que trabajan aquí? —le pregunto a Marco en voz baja, intentando que no me escuchen los demás.
—Algunas sí, otras son amigas de algunos amigos —contesta con calma, sin parecer demasiado interesado—. Todo forma parte del espectáculo.
Yo trato de no mostrar mi incomodidad, pero no puedo evitar preguntarme qué más hay detrás de esa sonrisa. La música sigue subiendo de volumen y el show continúa.
—¿Sabes? —dice en un susurro—. Aquí todo es más de lo que aparenta ser, es un mundo aparte.
Esa última frase se queda en mi cabeza, pero no discuto, me enfoco en degustar mi platillo con cautela. Al terminar la cena, nos levantamos y él me sujeta de la mano para llevarme hacia los ascensores que nos conducen a una especie de ático.
El bajo retumba y las personas se encuentran ensimismadas mientras veo a varias modelos desplazándose por la pasarela iluminada, desfilando con gracia. Me atrevo a decir que es mucho más grande comparado con el que rentaron para el evento en el cual participé hace un par de horas. La atmósfera es de ensueño: modelos reconocidas luciendo joyas de lujo y prendas carísimas que parecen sacadas de un cuento.
Ambos nos detenemos frente a un hombre que nos espera con una sonrisa amigable. Marco no tarda en presentármelo tan pronto nos incorporamos a su lado.
—Este es mi amigo, Francisco Bianchi, el dueño de este lugar.
—Soy Nina Brunner —extiendo mi mano y él deja un suave beso en ella.
—Bienvenida, Nina. Las puertas de Eleganza estarán abiertas para ti cuando gustes venir.
—Deja de ser tan encantador, ¿quieres? —se queja De Luca, bromeando con el señor de cabello tan negro como la noche y ojos aceitunas—. Vas a robarme a mi cita.
—Esta muchachita es muy atractiva —me analiza con seriedad—. Estoy seguro de que le gustaría trabajar para mí.
—¡Ni hablar! —la expresión cambia a un tono lúgubre.
—Cálmate, yo solo decía... Les dejo, disfruten todo lo que quieran, necesito atender un par de negocios.
Desde mi posición, no puedo apartar la vista del desfile. Los collares resplandecen en sus cuellos, los anillos brillan en sus dedos, las prendas tejidas con hilos de oro y seda muestran la exclusividad de la colección.
Es un panorama que, en mi interior, me parece casi irreal, no había visto algo como esto en mis años de carrera.
Sin embargo, lo que más llama mi atención es una serie de modelos que, en medio del desfile, salen a la pasarela con los ojos vendados. No llevan antifaces, sino vendas blancas que cubren completamente sus ojos, como si la visión no fuese necesaria para mostrar la verdadera esencia de la moda. Caminan con confianza, algunas incluso giran o posan en medio del escenario, dejando que sus otros sentidos capten la atmósfera.
Frunzo el ceño, sorprendida e intrigada al máximo.
¿Por qué desfilan así?
¿Qué significado puede tener esa elección? La idea de que alguien pueda desfilar sin ver parece contradecir la lógica del mundo del modelaje, donde cada detalle cuenta, cada movimiento se planifica.
—¿Qué sucede, Nina? —susurra en mi oído—. Te noto callada; ¿el ratón te comió la lengua?
—Wow, simplemente wow… —murmuro, todavía absorta por lo que acabo de presenciar—. Nunca había visto algo así.
—Es parte de la subasta, así solo las personas se concentrarán en las joyas.