Madre Sustituta

Capítulo 7

En medio de la multitud, observo cómo, en su mayoría, hombres con rasgos árabes levantan sus palcos y pujan con entusiasmo, entregando sumas altísimas de dinero por piezas cuando el animador presenta a cada modelo. El ambiente está cargado de expectación, con murmullos que se entrelazan al igual que un canto hipnótico. Las luces brillantes iluminan el escenario, destacando las joyas que deslumbran como estrellas en la noche.

—¿Quién está dispuesto a dar más por estos pendientes grandes de zafiros? Han tenido un solo dueño —anuncia el animador, su voz resonando en el aire de la sala.

—¡Yo! —un señor de rasgos caucásicos se hace notar entre los demás—. Estoy dispuesto a dar un millón de dólares americanos por ellos.

—Un millón a la una, a las dos…

—¡Dos millones! —exclama otro hombre, levantando dos sacos gigantes repletos de dinero, el sonido del metal chocando entre sí provoca un leve escalofrío en el aire.

La tensión es palpable, el murmullo del público se intensifica, las miradas de deseo y competencia se cruzan como flechas afiladas. No puedo evitar preguntarme qué historias se esconden detrás de cada pieza, quiénes son esas personas que luchan por poseer algo tan valioso. ¿Serán coleccionistas obsesivos o simplemente personas que buscan ostentar su riqueza en una sociedad donde el estatus lo es todo?

Me parece absurda la cantidad de dinero que están dispuestos a ofrecer por una joya, pero asumo que deben tener eso y mucho más en sus cuentas bancarias. Sin embargo, en mi mente me pregunto si esos mismos hombres estarían dispuestos a hacer lo mismo por un recuerdo, por una experiencia vivida. Mientras la puja continúa, mis pensamientos vagan hacia las historias ocultas detrás de cada mirada y cada oferta.

Cada vez que el animador levanta la voz para llamar a la siguiente pieza, siento que estoy siendo arrastrada a un juego extraño donde el valor material parece eclipsar la verdadera esencia de lo que significa poseer algo. Los murmullos de la multitud se intensifican mientras el hombre se esfuerza por mantener el orden, y en ese momento percibo esa mezcla de codicia en el aire.

La sala está electrificada, como si todos estuvieran de acuerdo en que, al final del día, estas joyas no son solo adornos, sino símbolos de poder, éxito y a veces, incluso de egoísmo.

Justo cuando parece que el precio se estabiliza, un hombre de complexión robusta y mirada astuta levanta la mano.

—¡Cinco millones! —grita y la sala estalla en cuchicheos llenos de escepticismo.

La subasta ha alcanzado niveles que nunca imaginé. Mis pensamientos siguen girando en torno a la intriga y el misterio de cada uno de esos objetos preciosos, preguntándome, en última instancia, qué significan realmente para quienes están dispuestos a luchar por ellos a cualquier precio.

Marco, con su mirada cálida, sin decir una palabra, extiende su mano y con un gesto suave, me indica que lo acompañe.

Lo sigo, intrigada. La música cambia a un ritmo más suave y pronto nos encontramos en una pista de baile. Él toma mi cintura con delicadeza, invitándome a bailar, dejando que la canción nos envuelva hasta perder el ritmo.

—Es una lástima que tengas que irte.

—No puedo quedarme aunque quisiera, después de mi divorcio me ha costado rehacer mi carrera como modelo. No puedo perder los pocos contratos que tengo.

—¿En serio eres divorciada? —asiento, como si ese término no me doliera—. Es increíble cómo alguien te ha dejado ir como si nada.

—Todo fue por no poder concebir —confieso—. Supongo que Dios tiene otros planes para mí en esta vida.

—Estoy seguro de que sí, todos tenemos un propósito, una misión que cumplir.

—Ser padre soltero no debe ser nada fácil, menos si eres alguien tan ocupado.

—No lo es, pero trato de hacer lo mejor que puedo —su mano aprieta mis caderas con fuerza—. ¿Por qué no piensas en incursionar aquí en Italia? Estás en la ciudad de la moda, después de todo. Apuesto a que te iría mucho mejor.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

—Mírate, eres hermosa y yo soy un hombre que tiene muchísimos contactos, podría ayudarte.

—Eso mismo dijo el hombre que me apuñaló por la espalda cuando menos lo creí.

—Eso fue hace mucho tiempo, las heridas sanan, aunque dejan cicatrices —dice con un tono más suave y su mirada fija en mí—. Pero no podemos vivir del pasado, ¿verdad? Solo quiero que sepas que no todos los que te rodean son iguales. Este es un mundo de oportunidades, y creo que tú también podrías encontrar tu lugar.

—Quizá tienes razón —suspiro, bajando la vista—. Tal vez sea hora de dejar atrás lo que me lastimó y mirar hacia adelante. Solo quiero sentirme realizada.

Sus labios se encuentran con los míos en un beso cálido, lleno de promesas efímeras. Luego, su mano se posa sobre mi nariz, impidiéndome respirar por completo.

Él comienza a acercarse a mí de una manera que parece más intensa, más calculada. Sus movimientos se vuelven más controlados, siento un cambio repentino en la atmósfera, dándome cuenta de que algo no está bien. Mi sonrisa se desvanece lentamente cuando lo miro a los ojos y percibo una chispa de locura y posesividad.

—¿Q-Qué haces? —le pregunto, intentando zafarme de su agarre, pero él me toma del brazo con firmeza, tirando de mí hacia la salida de la pista.

—Silencio —su tono es forzado y apremiante, confundida y alarmada, empiezo a resistirme.

—¡Marco! —exclamo, tratando de mantener la calma—. ¡Déjame ir, por favor!

Sin embargo, él ha tomado su decisión.

En un abrir y cerrar de ojos, vuelve a atraerme hacia él. En un movimiento rápido y sin aviso, me cubre la boca con su mano. Lucho, intentando liberarme, pero con un gesto brusco, me lleva hacia un rincón alejado, donde las luces son tenues, la música suena más distante.




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