Madre Sustituta

Capítulo 8

Abro los ojos lentamente, arrastrando conmigo un torbellino de confusión. La luz del sol se filtra a través de las cortinas, creando sombras que danzan en las paredes de la habitación que no reconozco por completo.
Me incorporo de un salto, siento cómo cada célula de mi piel tiembla.

¿Dónde estoy? Pienso, sintiéndome desorientada. No reconozco ningún rincón de este lugar, la presión en mi mente se intensifica a medida que tomo conciencia de la situación.

Entonces recuerdo a Marco besándome y luego haciéndome perder el conocimiento.

No puede ser… ¡He sido secuestrada!

Mi primer instinto es buscar mi cartera. Me apresuro hacia el armario, abriendo las puertas de golpe, pero solo encuentro ropa de hombre colgada en perchas.

Desesperada, empiezo a explorar el lugar con la esperanza de encontrar una salida o algún objeto que me ayude a defenderme. Abro la puerta y me lanzo al pasillo; el silencio es abrumador, pero el eco de mis pasos me guía hacia el final del corredor. Por suerte, tengo puesta la misma ropa de anoche. Al llegar a una puerta, me veo en la necesidad de abrirla.

El aire fresco me golpea el rostro, obligándome a respirar hondo. Sin embargo, lo que realmente llama mi atención es el jacuzzi donde está Marco, despreocupado y con una sonrisa en su rostro, sumergido en el agua caliente, disfrutando del sol como si nada estuviese sucediendo.

—¡Marco! —grito, la incredulidad y el pánico están entrelazados en mi voz—. ¿Qué hiciste? ¿Por qué estoy aquí?

Él levanta la vista, su expresión cambia de sorpresa a diversión, como si se estuviese burlando de mí.

—Nina, tranquila. Solo estás de vacaciones —responde, como si todo fuese normal.

Sus palabras no tienen sentido. Me siento atrapada en un dilema entre la ira y la confusión.

Mi mente zumba con pensamientos caóticos mientras está semidesnudo en el jacuzzi. La imagen de su sonrisa despreocupada me irrita aún más.

—¿Vacaciones? —repito, incrédula—. ¿Desde cuándo las vacaciones incluyen secuestrarme y llevarme a un lugar que no reconozco?

Se reclina en el borde, como si realmente estuviese disfrutando de este momento.

—No es un secuestro, es una escapada.

Mis manos se cierran en puños a los lados de mi cuerpo; la mezcla de miedo y rabia burbujea en mi interior.

—¿Y a costa de mi libertad? ¡Estás loco! —doy un paso hacia él—. Déjame ir, ahora mismo.

Se levanta del jacuzzi, el agua gotea por su escultural torso. Me mira con una mezcla de desafío y seriedad, inspeccionándome.

—No vas a irte de aquí, eres mía.

Su mirada se vuelve fría, aunque su tono es seductor, hay una chispa de locura en sus ojos que me hace dudar aún más. Un escalofrío recorre mi espalda; la idea de que mis decisiones me hayan llevado a este momento es abrumadora.

—No estoy jugando —contesto, tratando de mantenerme firme—. Nunca quise esto.

Se acerca más a mí; la distancia que nos separa es nula. De hecho, su presencia es tan poderosa que provoca un torbellino de emociones dentro de mí.

—¿De verdad crees que podrías simplemente irte?

Intento retroceder, pero él se mueve con una rapidez sorprendente, bloqueando mi camino. La desesperación inunda mis pensamientos mientras lucho por tomar el control de la situación.

—Escucha, solo quiero volver a mi país —mi voz apenas es un susurro.

El italiano se detiene, su expresión cambia por un instante, como si una parte de él se sintiera culpable por lo que está haciendo, pero pronto, el destello de locura regresa.

—No puedes volver —dictamina, y es la señal que necesito para largarme de aquí.

Me doy la vuelta y salgo por donde entré. Un grito sale de mi garganta al ver a una pila de hombres de traje armados hasta los dientes.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —me miran en silencio; sus rostros son impasibles, como si estuviesen acostumbrados a esta clase de situaciones.

Un nudo se forma en mi estómago, la idea de estar atrapada me llena de desesperación. El grupo se mueve con una sincronización casi militar, cerrando el espacio a mi alrededor.

—Ya es demasiado tarde para eso —habla mi captor tras incorporarse detrás de mí con una corta toalla en su cintura—. Tu destino está sellado.

—No voy a quedarme aquí —declaro, más convencida que nunca—. ¡Quiero volver a Suiza!

Entonces, en un arranque de valentía, me preparo para correr, pero Marco me toma de la muñeca para detenerme, a la vez que los demás me apuntan.

—Esa no es una opción. No me hagas hacer algo que ambos lamentaríamos.




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