Madre Sustituta

Capítulo 11

La última frase cae en el silencio como un cuchillo helado, cortando la tensión en el aire. Parpadeo, la incredulidad arde en mi pecho como fuego.

¿Ha dicho lo que creo que ha dicho?

—¿Disculpa? —mi voz apenas es un susurro incrédulo.

La indignación tarda menos de un segundo en tomar el control, sofocando el miedo y la confusión. Marco ni siquiera se inmuta, su expresión es de una calma exasperante, como si me hubiera pedido que le pasara la sal.

—Lo que oyes. Tú, como la madre sustituta de mi hijo —repite, su acento italiano se desliza con íntimo desprecio—. Es una ganga, si lo piensas. Mi protección, la vida de oro que tendrías aquí, a cambio de que me ayudes a criar a mi heredero.

Me levanto de golpe, la silla de cuero raspa el suelo con un chillido agudo, dando a entender mi furia. La mesa de caoba que nos separa parece de repente un muro demasiado pequeño.

—¡Estás demente! —espeto, mi voz al fin encuentra su volumen, vibrando con el shock—. ¿Crees que mi vida se reduce a un capricho de un... de un... traficante de influencias con complejo de dios?

El italiano ladea la cabeza, sus labios se curvan en una sonrisa lenta y depredadora como un lobo.

—Afuera, tienes una bala con tu nombre en ella. Aquí, tienes seguridad, lujo y una suma que podría mantener a tu familia de por vida... lejos de los juegos sucios de tu padre. Además... —se apoya hacia atrás, cruzando las manos sobre el pecho, como si fuese el gesto de un rey en su trono— Me aseguraré de que sea un trato placentero. No me gusta la incomodidad, y tú tienes un fuego... interesante. Piénsalo bien. Es un trato en el que ganas y yo consigo lo que necesito.

El ambiente se vuelve denso, pesado con la amenaza y la obscenidad de su propuesta. La verdad es que sus palabras, por repugnantes que sean, pintan una imagen de mi propia desesperación. Él no está pidiendo. Está comprando mi única salida y lo sabe.

Esa llama viva que me impulsa a gritar, se apaga lentamente bajo el peso de su gélida lógica. Se esfuma, dejando tras de sí un residuo amargo: la certeza de que este hombre es mi única opción, por abominable que sea. Sus ojos, oscuros y penetrantes, no me ofrecen piedad, sino una transacción despiadada.

—¿Por qué yo? —es lo único que consigo preguntar.

Marco se inclina hacia adelante, el movimiento es lento, deliberado, y el aroma a sándalo y poder que emana me envuelve.

La distancia entre nosotros se siente peligrosa.

—Así como tú, yo también estoy desesperado —explica, pero la palabra «desesperado » en sus labios suena a estrategia, no a súplica—. No fue más que mera casualidad que nuestros caminos se cruzaran, y ahora, estoy tomando esta oportunidad que el destino ha puesto frente a mí.

Su mano se desliza sobre la mesa, deteniéndose justo en el límite de mi espacio. No me toca, pero la cercanía es una caricia perversa.

—Mi hijo necesita crecer con una madre a su lado, es necesario para que esté libre carencias afectivas que puedan destruirlo, no quiero forjar débiles —susurra, y la intensidad de su mirada me hace sentir que no habla solo del bebé, sino de mí. De la debilidad que él percibe en mi huida.

—¿Y esperas que yo finja amor, afecto? ¿Que ponga mi vida en pausa por ti, por tu herencia? —lo desafío.

Una risa fugaz, pero potente, ilumina su rostro. Es un destello de genuina intriga que me desarma más que cualquier amenaza.

—No te pido que lo finjas. Te pido que... lo sientas —musita en un ronroneo bajo—. Eres una mujer de sangre caliente, con una pasión que tu ex esposo no supo ver.

Sus ojos recorren mi rostro con una posesividad que me eriza la piel. Entiendo la jugada: quiere convencerme de que la jaula es, en realidad, un nido de deseo. Que mi rendición no será solo por necesidad, sino por deseo. Y la idea, tan sucia y prohibida, me aterroriza porque, en lo más profundo de mi desesperación, me pregunto si no tiene razón. Él me está ofreciendo la seguridad que anhelo, y el peligro que, en el fondo, mi espíritu rebelde parece buscar.

—Te doy 24 horas para pensarlo. Pero no intentes escapar antes de tomar una decisión —advierte, volviendo a gesto autoritario—. Ya sabes lo que te espera fuera, Nina. Y ahora sabes lo que te espera aquí dentro.




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