
La garganta se me cierra con el peso de su última frase, su advertencia está enmascarada como si fuese cortesía.
Mi nombre, pronunciado por él, se siente menos como una identidad y más como una propiedad recién adquirida.
El fuego rebelde, aunque aplacado, aún humea en mis venas. La humillación de ser comprada, y la repugnante atracción que su descaro despierta, me impulsa a no ceder tan fácilmente.
—No necesito 24 horas —digo, y mi voz tiembla ligeramente, pero la mantengo firme—. Y no me llames Nina. Para ti, soy la señorita Brunner
Marco ladea la cabeza, la sonrisa depredadora se ensancha, revelando un relámpago de triunfo. Es un gesto de pura diversión.
—Me gusta, sin embargo, tu juego de superioridad es... inútil. Aquí, tu eres la que necesita protección, así que tienes una deuda con el destino y conmigo.
Se pone de pie con una gracia felina, y el movimiento basta para recordarme su estatura y su poder. Me siento pequeña, anclada a la silla por una invisible cadena de miedo y necesidad.
—Entonces, ¿cuál es tu respuesta, señorita? ¿Aceptas la protección o la bala? —pregunta, inclinándose sobre la mesa, con la mirada clavada en mi, esperando la rendición.
No hay negociación, solo un ultimátum.
El aire se vuelve irrespirable, la decisión es una trampa. Fuera, la muerte o dentro, la jaula de oro y la esclavitud a este hombre, al menos, aquí hay vida.
Bajo la mirada, mi furia no se ha ido, solo se ha congelado en una resolución gélida.
Entiendo que la única forma de sobrevivir es jugar su juego, al menos por ahora. Vuelvo a levantar la vista, encontrando sus ojos y mi respuesta sale como un juramento amargo.
—Acepto —sentencio, la palabra se siente como un pedazo de plomo en mi lengua—. Acepto tu trato, Marco. Pero que te quede algo claro: No soy un objeto. No me has comprado a mí, has comprado mi desesperación. Y te arrepentirás de subestimar a la mujer que mantendrá vivo a tu hijo.
El silencio que sigue a mi afirmación es tan cortante, la sonrisa de Marco se borra, reemplazada por una expresión de evaluación intensa, como un ajedrecista que acaba de ver un movimiento inesperado. Ha conseguido mi consentimiento, pero no mi sumisión, y eso parece interesarle profundamente.
—Excelente —dice finalmente, enderezándose de nuevo. El tono, sin embargo, es menos de victoria y más de reconocimiento de un desafío—. No esperaría menos de alguien con tu fuego, Nina. Y tienes razón en algo: me has vendido tu desesperación, pero yo he comprado la totalidad del paquete, incluyendo el fuego que hay en ti, te aseguro que no subestimo nada. De hecho, me aseguraré de que tu participación en la vida de mi hijo sea profunda.
Se acerca un paso, bordeando la mesa, invadiendo mi espacio con la autoridad de un rey.
—Ahora que el trato está cerrado, hay muchas reglas, no tolero la insubordinación. A partir de este momento, mi seguridad es tu seguridad, mi casa es tu casa por ahora, tu vida, en todos los aspectos, estará bajo mi control. ¿Entendido?
Su voz es baja y autoritaria, sin espacio para réplicas. El aire entre nosotros chispea con una mezcla de hostilidad y algo más que me niego a nombrar.
—Te pido que al menos me dejes comunicarme con mi familia, no quiero alertarlos con que algo me pasó.
—Uno de mis hombres llevará la maleta con tus pertenencias a tú habitación —me lanza una última mirada, una oscura promesa—. La vida que conocías ha terminado. La nueva... acaba de empezar, nos vemos más tarde, debo trabajar.
Y sin una palabra más, sale del jardín hacia el exterior con varios escoltas que no tardan en aparecer.
Estoy sola, pero ahora entiendo que no estoy libre.
Me quedo sentada, sintiendo el vacío que deja su presencia, una extraña mezcla de alivio y terror. Mis manos tiemblan sobre la mesa.
—¡Maldición! —musito, la frustración me quema los ojos, aunque ya no hay lágrimas por derramar.
La rabia se transforma en combustible. Me levanto y me dirijo hacia la puerta con una determinación helada, ignorando el sabor amargo de la derrota.
¡Que no crea que esto ha terminado!