Madre Sustituta

Capítulo 14

Estoy aquí, sentada en la cama, sintiendo cómo el terciopelo de la colcha se adhiere a mi piel. La habitación es un santuario de seda y madera oscura, una jaula dorada en esta mansión italiana que se siente tan ajena.

El sol de la tarde se filtra por los ventanales altos, tiñendo el aire de un color ocre polvoriento, llevo horas encerrada, escuchando el silencio. Un silencio pesado, cargado de historia, de lo que no se dice. La puerta de roble macizo parece burlarse de mí, un impulso repentino me obliga a ponerme de pie.

¡Ya basta, la quietud me está asfixiando!

Mis dedos dudan sobre el pomo frío de la puerta, lo giro despacio, como si fuera a disparar una alarma, el suave clic resuena con una intensidad irreal. Abro la puerta y salgo hacia el pasillo inmenso, flanqueado por retratos de antepasados.

Finalmente, decido caminar.

Necesito aire, necesito ver algo que no sea mi propio reflejo, bajo las escaleras principales, despacio, sintiendo cada escalón bajo la suela de mis sandalias.

En la planta baja, la vida doméstica late a un ritmo discreto, observo a varias criadas moviéndose con una eficiencia silenciosa. Una barre el suelo de mosaico del salón, otra pule una mesa de caoba en el comedor, sus movimientos son coreografiados, susurros en lugar de palabras.

Me cruzo con una de ellas, una mujer menuda con el cabello recogido en un moño estricto. Me detengo, ella también lo hace, inclinando ligeramente la cabeza.

—Señorita Nina —murmura con un acento que apenas entiendo— ¿Desea algo? Traje una jarra de limonada fresca.

Me ofrece un vaso alto, helado. La sed es real, pero el miedo es un escalofrío que me recorre la espalda.

¿Y si le ha puesto algo? La paranoia es mi compañera constante aquí.

Miro el líquido dorado, luego sus ojos que parecen honestos.

Trago saliva.

Tomo el vaso y lo bebo, el sabor es cítrico, refrescante, es solo limonada.

Mi imaginación no ha querido dejarme en paz desde que me trajeron a la fuerza a este lugar.

—Gracias —consigo decir, devolviéndole el vaso vacío.

Continúo mi caminata, subiendo ahora las escaleras secundarias, que me llevan al tercer piso, en una ala diferente.

El aire se siente más denso aquí por alguna razón, entonces veo una de las habitaciones abierta.

Una curiosidad insana me domina.

Me acerco sigilosamente, mi corazón late con fuerza, me asomo por la rendija, intentando distinguir algo en la penumbra, pero no logro ver nada, por lo que extiendo la mano para empujar la puerta y entrar.

En ese mismo instante, una mano fuerte me sujeta del brazo con una fuerza brutal. El dolor y el terror me hacen jadear, me giro, con la respiración entrecortada por la acción inesperada.

Es Marco.

Sus ojos están llenos de fuego, su mirada arde y quema sobre mi.

—No —su voz es un gruñido bajo y peligroso—. No puedes entrar allí, Nina. Nunca.

—¡M-Marco me haces daño! —me quejo, sintiendo su estoico agarre.

El italiano me suelta el brazo, dejando una marca roja y palpitante, la puerta abierta se cierra con un golpe seco.

—Lo siento —la tensión se corta en el aire, su disculpa suena hueca ante el pánico que me invade.

—¿Por qué no puedo entrar? —pregunto, intentando recuperar mi compostura, aunque mi voz tiembla. No estoy segura de si es por el dolor o por el miedo que a veces me provoca su reacción.

Se aproxima un paso más, sus ojos fijos en los míos, la distancia entre nosotros se siente electrificada, como si cada palabra pudiera encender una chispa.

—Porque esa habitación no es para ti y punto —su voz es baja, pero cada palabra resuena con una intensidad que me envuelve.

—¿Y tú quién te crees para decidir lo que puedo y no puedo hacer? —le respondo, desafiando su autoridad, a pesar de que mi pulso sigue acelerado. Quiero que él entienda que no estoy dispuesta a dejar que me controle así.

El frunce el ceño, su expresión se torna sombría, hay una tormenta detrás de sus ojos, quiero descubrir qué hay en el fondo.

—Soy Marco De Luca y no solo vas a ser la nueva madre de mi hijo, sino también mi futura esposa.

—¡¿Qué?! Solo acepté criar a tu hijo, ¡no casarme! —mi voz se quiebra al pronunciar esas palabras, de repente, me doy cuenta de que existe una profunda vulnerabilidad en mí que no puedo ocultar.

Él respira hondo, su mirada se suaviza por un instante, pero el fuego regresa rápidamente. Se coloca tan cerca que puedo sentir su calor y eso me hace dudar.

—A partir de hoy serás mi prometida —sus palabras son un susurro, pero su peso es abrumador, desliza el anillo con una gema gigante sobre mi dedo anular—. Nos casaremos la semana que viene.




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